Centro Editor de América Latina, 1970
Lo encontré en una mesa de usados en un puesto ubicado en un parque, junto a una colección de otras tantas obras célebres, y lo llevé por no ser material fácil de hallar. La motivación hacia su lectura era doble. Primero, porque me recordaba el film dirigido por Akira Kurosawa que, basado en este título, obtuvo el galardón del Oscar a la mejor película extranjera en 1951 y, luego, por ser uno de los casi desconocidos libros que compone la no menos que discutible selección que destaca los “1001 libros que hay que leer antes de morir”.
Este minúsculo texto de 92 páginas, a pesar de su rústica edición y del deterioro natural de más de cuarenta años de uso –estimo que por más de un asiduo lector- comprende cinco relatos escritos entre 1915 y 1919 por un autor dotado de sensibilidad no sólo para la narración de los hechos sino también para la creación de atmósferas adecuadas a la inserción de cada historia. Así, “Rashomon”, el primer cuento -que da origen al título- toma lugar en un edificio desvencijado de Kyoto, epicentro de los devaneos de un hombre que, siendo despedido por un samurai a quien servía, se debate entre el hambre y la muerte o la ignominia de convertirse en ladrón.
En “La nariz” se narra el acontecer de un sacerdote al que la naturaleza lo dotó con una apófisis tan prominente que alcanza el propio mentón; de allí, la acción se desplaza a sus discípulos y a su afán de dejar de ser el centro de bromas. Luego, se pasa a “En el bosque”, donde se cuenta la historia de un asesinato, reconstruido a través de testimonios de personajes circunstanciales sometidos a sendas declaraciones frente a la policía -este cuento es el que toma Kurosawa para llevarlo a la pantalla-. La conquista amorosa que deviene en desprecio es el tema central de “Kesa y Morito” y, finalmente, con un relato que consta de veinte capítulos y ocupa la mayor parte del libro, se entrelazan soberbia, maldad y poder entre un hombre prominente y su pintor en “El biombo del Infierno”.
Ambientados en el Japón tradicional de inicios de siglo XX, todos los relatos presentan esa característica típicamente oriental: la voz en off de los propios personajes que se cuestionan a sí mismos acerca de cómo actuar en el futuro inmediato, o las reflexiones sobre los motivos que condujeron hacia la tensa situación actual que, por otra parte, se vivencia como inminentemente trágica y crucial. La humillación, la deshonra, el vejamen y toda clase de bajezas propias de seres humanos se dan cita a través de los protagonistas, a quienes el respeto por las buenas costumbres, el culto a los ancestros tanto como el cumplimiento de las promesas formuladas resultan una pesada carga que sobrellevar, a la vez que se saben incapaces de renunciar a ellas.
Una prominente selección de temas confiere densidad al núcleo narrativo y los elementos de que se vale el autor, junto a una prosa fluida y amena, otorgan solidez y contundencia. Demuestran que, aun en la brevedad, una historia puede ser muy bien narrada.
Yendo a una cuestión fuera de lo literario, resulta llamativa la tendencia al suicidio presente en los escritores japoneses –y quizás también en su sociedad-. Tanto Akutagawa como Mishima y Kawabata pusieron fin a sus días en este mundo por propia voluntad.
En suma, una combinación de buen gusto y firme estructura lo convierten en una belleza exótica que se disfruta tanto como un ciruelo en flor.
Marcelo Zuccotti
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