Seix Barral, 2009
¿Cuántas veces, y de cuántas maneras diferentes, puede ser contado un hecho? Tantos, como participantes o testigos haya habido en el mismo, seguramente. Ése es el núcleo central de la obra de Saer. Se que a mucha gente “no le va”; otros, reconocen su talento narrativo, pero no lo trascienden, porque “nunca pasa nada”. ¿Y si lo brillante estuviera en cómo se relatan los hechos, y no los hechos en si mismos? Sin duda, leer a Saer es todo un desafío.
El Gato Garay vive en una casa en las orillas del río que sirve de balneario veraniego. Se gana la vida mandando sobres que figuran en la guía de teléfonos para una empresa dedicada a… Mantiene una relación –sexo mediante- con una de sus compañeras y además tiene un caballo al que respeta, pero el que no le es muy afecto. Como marco de referencia, hay un asesino serial de caballos que merodea furtivamente en las inmediaciones de toda la costa.
El resto, lo componen el amigo Tomatis, que brinda cierta tranquilidad; un bañero que oficia de tal en la playa ribereña y un Ladeado, que se allega en canoa o embarcación tracción a sangre para proveerlo de enseres necesarios para la supervivencia. Porque Garay eligió pervivir.
Saer nos cuenta el pasado del bañero –y por qué húbose dedicado a ello-; los pormenores de la oficina de redacción -en la que Garay sólo realiza un mínimo aporte- y algo de cada uno de los pequeños “testigos” de la vida diaria, capaces de refrendar las distintas versiones de un mismo hecho, pero cada cual en su estilo.
No es una novela en el sentido estricto, donde hay una trama y un desencadenante final. Tampoco es un relato, puesto que su extensión y los detalles que abundan no corresponden al género. Entonces, ¿qué es? Es el arte de narrar, simplemente. Contar las cosas más cotidianas desde diversos puntos de vista, por personajes cuyas distintas vivencias generan diferentes análisis de un mismo y único hecho. Hay un narrador neutral, pero también hay un Yo que se hace cargo de su propia visión de los hechos.
Lo central en los textos de Saer está en los tempos, la cadencia narrativa y las imágenes que se generan a través del relato, no en el motivo principal de él. Como si el énfasis, el acento, estuviera puesto más en la forma, en la construcción, que en el trasfondo, el contenido; una suerte de Gestalt. Por eso creo que este texto es excéntrico; no en el sentido de “fuera de lo común” o “sofisticado” –aunque algo hay de ello- sino en que el objeto numen es el relato mismo, no aquello que se narra. Las sutiles y minuciosas descripciones resultan más evocativas y sugerentes que aquello que acontece.
Es un libro que se lee no sin dificultad. No porque sea abstruso e indescifrable, sino porque requiere cierto grado de concentración; no perder la secuencia de lo que se cuenta. Y hay que esforzarse para llegar a un final donde nada se resuelve. Salvo, claro, que se ponga la atención en el estilo. Ahí, Saer nos revela toda su maestría y la fineza de su arte.
Marcelo Zuccotti
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