Editora Nacional Madrid, 2003
¿En qué medida estamos dispuestos a tolerar lo que nos es ajeno?
Un hombre enfermo vuelve a su Montenegro natal decidido a quitarse la vida antes que su dolencia se agrave tanto que se lo impida. Él mismo, en primera persona, nos hace saber sus sentires a medida que el regreso a su patria en tren va tomando forma. Una cosa es segura: ese regreso tiene carácter de fuga.
Por otro lado, dos jóvenes, armados con sendos fusiles, se cruzan en su derrotero cuando aquél decide apearse en una vieja estación. La falta de saludo y la repentina carrera de ese hombre inician su persecución, que va ganando adeptos a medida que la trayectoria se extiende.
Lo magnífico del texto es que entre perseguidores y perseguido, a lo largo de todo el relato, no media palabra alguna; sólo se perciben gestos a la distancia, de los que deviene una suerte de significado y significante, que en cada parte se decodifica de manera diferente. Mas lo que uno y otros comparten es el odio a lo distinto.
Para mejor, el autor ha dispuesto los párrafos del fugitivo y los de sus seguidores intercalándolos unos a otros, con lo cual el lector va sabiendo cómo viven el mismo hecho ambos participantes. Notable resulta que, una vez concluida la fuga –cuando el hombre se enfrenta a la multitud-, aquello que es miedo convertido en odio, se transforma en horror y sin sentido en el resto, con lo que se reinicia la persecución; ahora, por simple curiosidad o arrepentimiento.
En medio de ello, se dispone una historia de un familiar del fugitivo –en la que quien debía morir inmediatamente, posterga el hecho durante 10 años-, que aparentemente le brinda energías extra para sobrellevar el ingente esfuerzo que implica la loca carrera a la que ha decidido someterse. El espanto y la sorpresa final de esa runfla ya dispersa que aun lo sigue a la distancia, ante la muerte de su numen inspirador, culmina este breve trabajo de Šcepanovic, no sin antes aclarar que el difunto se había despojado de su ropa y de sus papeles de identificación -¿alusión a la opresión soviética, tal vez?-.
¿Un ser real o un espectro? Escrito en 1967, por momentos me recordó a Forrest Gump –una magnífica composición de Tom Hanks- corriendo de un lado a otro de los E.E.U.U., sin razón alguna -con un montón de seguidores que encontraban en él un motivo personal para seguirlo-.
Narrado en escasa páginas, en estilo ameno y coloquial, sin búsqueda de efectos ni golpes bajos, se torna un relato sorprendente; una lectura en la que el tiempo dispuesto ha sido bien invertido.
Marcelo Zuccotti
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