Alianza, 2005
El autor no goza de la moda, lo se. Ni siquiera adorna los comentarios de estudiosos de hoy en día, esos que frecuentan los claustros literarios contemporáneos, quienes simpatizan más con la fugaz notoriedad que otorgan los mass media que con sesudos debates acerca de cómo imprimir un cambio, una renovación en las letras –que, afortunadamente, también los hay-. Pero tenía esperando ya muchos años una copia en VHS –sí, has leído bien- de la vieja realización basada en esta novela, llevada a una pantalla que carecía de color, habla y tecnología, por el consagrado maestro japonés del séptimo arte Akira Kurosawa, a quien no quise hacer esperar más.
Es la historia de Lev N. Myshkin, un epiléptico que fue recogido por un amigo de la familia a la muerte de su padre, enviado a Suiza para mejorar y, al no poder costear más su médico su manutención, decide volver a Rusia donde una parienta lejana podría apiadarse del último heredero de su apellido y hacerle un lugar en la familia y sociedad rusa. En su regreso entabla relación con Parfyon Rogoÿin, un joven heredero que viene a reclamar lo suyo al morir su padre y quien está perdidamente enamorado de Nastasya F. Barashkova, una bellísima joven, quien es la ‘querida’ de aquel que empleaba a su padre, mucho mayor que ella. La revelación del retrato de ésta y la conformación de un triángulo amoroso con características particulares se inician.
Myshkin encarna al hombre ingenuo, sin dobleces ni segundas intenciones. Dice todo lo que piensa y cree todo lo que se le dice. A su alrededor, los demás personajes juegan con él, tratándole como a un verdadero enfermo de idiocia, aunque da muestras de un sentido común sin precedentes y una sensibilidad perceptiva capaz de descubrir los verdaderos móviles que ocultan aquellos que se le acercan. Nastasya es la descastada, a quien no le quedó más que prostituirse para sobrevivir –sin tratarse solamente de sexo-; un alma lastimada desde su infancia que intenta aplacar su dolor burlándose de la sociedad que la rodea y cuyos pasos se encaminan hacia un destino trágico. Rogoÿin es un enamorado apasionado y, por tanto, enfermo de celos, pues ama a una mujer que no le corresponde en el sentimiento y ve en cada hombre un posible candidato a robarle su bien preciado. El resto, aporta el entorno necesario para la solidez de la novela.
Párrafo aparte merece Aglaya I. Yepanchina, una joven en la veintena quien descubre el amor en Myshkin, pero no escatima ninguna oportunidad para apartarlo de su lado. Temperamental y antojadiza, no puede reconocerse enamorada de un hombre tan simple, atento y servicial, porque su soberbia le impide aceptar como esposo a alguien que se lo ha visto con otra mujer. En ella, el prístino amor se transforma en amargo despecho.
En suma, Dostoievski compone un relato en base a desencuentros y medias palabras, donde el amor no es correspondido y en el que el autor aprovecha la descripción de esa sociedad para hacernos conocer sus propias ideas. Así, resulta tan crítico con el naciente nihilismo como de los jóvenes revolucionarios –a posteriori, comunistas- puesto que los primeros no son ‘hombres prácticos’ capaces de conjugar la necesidad social con los negocios económicos, y los segundos son desclasados que no respetan el statu quo conservador de la sociedad zarista ni creen en Dios.
Su protagonista bien podría ser tildado de ‘ingenuo’ o ‘inocente’ pues todos sus allegados intentan obtener unos rublos mediante ardides evidentes y se valen de sus propias palabras para obtener beneficios. Para mi gusto, el texto está un poco estirado, con una serie de situaciones que sólo ocupan páginas y que no agregan perspectivas a la trama ni profundidad a los personajes. Dividido en cuatro libros, el narrador se hace omnipresente en los últimos dirigiéndose directamente al lector para hacerlo reflexionar, lo cual produce fastidio, porque retrasa el tempo de la narración.
Por momentos, la manera en que el autor engarza amores no correspondidos o desalentados, me recordaron al maravilloso cuadro impresionista de Renoir, ‘Almuerzo de remeros’, donde las miradas cargadas de interés que afloran en los rostros de los primeros retratos se hallan dirigidas siempre hacia otro y nunca hacia aquel que lo mira.
Pues si le sobran páginas y además anda por ahí el tema político de trasfondo creo que paso. La verdad es que no he leído ninguno de los tochos de este autor y de momento me temo que será así. Aún conservas ese VHS?? Sos un romántico!! Besitos
ResponderEliminarLo bueno de leer a los rusos es que nunca se quedan en la historia que narran, sino que intentan reflejar la realidad social del momento. Pero sí, son muchas páginas. Si alguna vez te dan ganas, ´Los hermanos Karamazov' es 'el' libro de este autor.
EliminarSi, aun conservo el VHS -y la lectora, claro-. Soy el último romántico! Besos para vos, Norah.
Es que aquí me ganas, y mira que estoy de acuerdo con cada uno de los pequeños "peros" pero los rusos y yo, y encima Dostoyevski.... ya lo hablaremos largo y tendido un día, este libro me gustó, no es el mejor de Dotoyevski, como le dices a Norah, ahí esta Aliosha jajaja. Un abrazo Marcelo :)
ResponderEliminarNo, no es lo mejor de Dostoyevski, Yossi, pero sigue ahondando en su realidad cotidiana. Coincido plenamente: el alegato final de Aliosha no tiene parangón ninguno. Mas aún esperan por mi Raskolnikov y Stavrogin; éste, por sugerencia de Coetzee. Ojalá podamos hablarlo largo y tendido. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarDostoyevski y Akira Kurosawa, un maridaje imposible de desatender. Estoy contigo en que los rusos nunca se quedan en lo que narran. Mi conocimiento de ellos es muy limitado, quizás debería pedirte que seas mi cicerone en su conocimiento (eso sí, en dosis pequeñas ehhh).
ResponderEliminarPor cierto, los nihilistas estuvieron muy ligados al anarquismo. El nihilismo significa rechazo a toda norma y autoridad y por tanto a-narquia.
Un abrazo!!
OK, Laura, recojo el guante en cuanto a los rusos. Respecto de Kurosawa, es el cineasta de origen extranjero que más importancia le dio en su filmografía a historia rusas. 'Dersu Uzala' es el mejor ejemplo. No se por qué imaginé que los jóvenes nihilistas rusos tenían mucho que ver con Bakunin. Tu concepto me aclara las cosas. Éste es un libro algo estirado; no es el mejor 'Dosto', pero mantiene su pluma y su mirada. Besos.
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