Periférica, 2011
Han
sido muchos los lectores que habían desgranado sus páginas, haciendo todo tipo
de comentarios, desde los más entusiastas hasta los más críticos. Lo apunté
cuando me encontré con las líneas de Marisa y fue una suerte el hallarlo el
pasado junio. No me quedaba más que hacer la propia experiencia.
Al concluirlo, me di cuenta del por
qué de ese abanico de percepciones encontradas que han circulado por la
blogosfera a lo largo de año y medio. Wolfe evoca a Grover, su hermano -que
contaba con doce años cuando murió- en el entorno de la Exposición Universal de
1904. Y lo hace a través de cuatro partes en las que ensambla una breve
descripción de ese niño –al que no ahorra cualquier calificativo positivo-, la
mirada retrospectiva de la madre, la historia de su muerte narrada por su
hermana y las propias sensaciones del autor que, en su intento de cerrar
aquella historia, visita nuevamente la casa en que vivían más de treinta años
después.
En lo que hace al estilo, Wolfe
escoge palabras que transmiten la profunda emoción y el doloroso embargo que
supone el deceso de aquel de quien se espera una larga vida honrada y digna,
merced a las excelentes cualidades personales. En este sentido, el libro posee
un profundo carácter sentimental, sin sensiblerías, rayano en el lirismo más
propio de la poesía. Y es éste su mayor acierto, puesto que el lector adhiere
empáticamente con los sentires de los personajes.
Del otro lado, está la verdadera historia. Un pequeño amable,
juicioso, fiel es descripto por todos aquellos que le han conocido. Pero
resulta un motivo bastante limitado a la hora de configurar una novela en base
sólo a ese elemento, unido al entorno geográfico que acompaña su evocación y a
la mirada de un hermano que pretende despojarse de esas imágenes recurrentes a
lo largo de los años.
No obstante, el libro resulta fluido
y, por momentos, capaz de emocionar susceptiblemente al lector, por más que no
tenga una propuesta mayor que el simple recuerdo, en una alternancia de
enfoques de las que Wolfe se vale para componer un relato que no supera el
centenar de páginas. Una lectura que se disfruta doblemente, por lo conmovedor
y por lo breve.
De acuerdo. El libro suena lindo, y capta muy bien el recuerdo y la sensación pero no da para más, en realidad es como una fotografía. Un besito.
ResponderEliminarSi, aunque está muy bien escrito. Es poético y evocador. Besos para vos, Norah!
ResponderEliminarMarcelo, comentas hoy una de mis lecturas preferidas de los últimos tiempos. Se me saltaban hasta las lágrimas por lo evocador. No me parece que el hecho de limitarlo en torno a su pequeño hermano constriña para nada el relato. No pretende más y da mucho. Es una de mis joyas particulares a la que guardo un cariño especial.
ResponderEliminarBesos
En realidad, creo que está muy bien para el volumen de páginas que ocupa, Ana. Y es un todo un mérito lograr algo tan sentido en tan poco espacio. Pero me queda sabor a poco, como esos platillos de postre bien presentados, que los disfrutas mucho con la vista y cuando los paladeas, sólo son dos bocados. Eso sí, qué bocados!
EliminarBesos para ti.
Tengo que estrenarme con él, pero no te veo muy entusiasmado ¿no? ¿Has leído alguna otra obra?
ResponderEliminarBesos!!
Es un lindo y breve libro, U-to. Se puede leer en una tarde y el lector empatiza con sus personajes. La estructura es interesante; diversos aportes de quienes han conocido a Grover manifiestan su sentir y ensalzan su figura. Es emotivo, pero sólo es eso.
EliminarNo, no he leído otra obra del mismo autor. Si lo ves por allí, hojéalo. Un beso grande!