domingo, 10 de agosto de 2014

Testimonio del Holocausto. Sin destino, Imre Kertész


Acantilado, 2001

          Me resulta difícil abordar este libro sin pasión ni toma de posición. Lo compré en nuestra Feria del Libro, en abril de 2013. Un ejemplar lastimado por la humedad y baldado en su contraportada; el único disponible en ese momento, ofrecido por menos de su valor de mercado. Nunca me importó cómo me ofrecieran un libro, como tampoco cómo se presenta un ser humano. Si deshojado o en silla de ruedas. Lo único que anhelo siempre es que tengan algo nuevo que decir.

          Al principio, el autor nos hace saber que su personaje principal cuenta con quince años y es miembro de una familia judía que no practica la religión. Nos hallamos en el Budapest de 1944, en plena ocupación nazi de Hungría. El libro se inicia con una ‘despedida’; el padre es obligado a presentarse en la madrugada siguiente a ‘trabajos obligatorios’. Su madrastra y todos los amigos de la familia se dan cita en su casa, en esa noche que se volverá trascendente. Al poco, también él es llamado a los mismos trabajos, con lo que comienza su propio deambular.

            Lo que sigue es su narración de su llegada en tren a Auschwitz. La forma alemana de orden y disciplina queda perfectamente delineada desde el principio: discriminan a hombres de mujeres; los niños y los ancianos son separados de aquellos en posibilidad de trabajar; se les da una ducha sanitaria, se los rapa para no contagiar piojos y se los desinfecta. Luego, se les da un traje de presidiario, se los despoja de sus pertenencias y reúne en barracas y se les da algo así como una sopa, con lo cual en el transcurso de los días van perdiendo peso y dignidad. Y un olor dulzón, a carne quemada, atraviesa todo el campo.

          Nuestro narrador tiene suerte. Al tercer día parte de Auschwitz hacia Buchenwald; así, deja atrás a un campo de exterminio para pasar a ser parte de un ‘campo de trabajo’ –el de Zeitz-. Allí denota cómo él mismo se abandona, sin otro destino que la muerte, y cómo es rescatado de ese estado de ignominia y de brutalidad por una asistencia médica precaria. No obstante, Kertész se las ingenia para mostrarnos las ‘experiencias’ a la que son sometidos muchos de ellos –resistencia al agua helada y otras- con las cuales matiza su derrotero por las enfermerías nazis, de manera de testimoniar con cierto grado de detalle todas las aberraciones cometidas por un estado totalitario.

            Hacia el final, el término de la guerra y la rendición alemana supone un regreso al hogar. Pero lo que encuentra a su vuelta es sólo un par de sobrevivientes que lo ponen al tanto de lo acaecido a su familia en su ausencia. Además, no pueden creer lo que le había ocurrido en todo ese lapso de tiempo. Finalmente, él entiende que es imposible testimoniar todo el horror vivido –porque los demás que no lo han hecho se niegan a compartirlo- y acepta convertirse en un paria, alguien al que el destino signó para la tragedia y con ello habrá de vivir el resto de sus días.

          Un relato sólido, duro y por momentos cáustico. Pero no hay en todo el texto un traslado de responsabilidades o culpas; más bien intenta narrar los hechos, descarnadamente, sin tomar parte en ello. En este aspecto, el libro se vuelve un testimonio –gigante- del Holocausto judío. Por ello sólo, valió la pena leerlo.

4 comentarios:

  1. La única razón por la que no he leído este libro es la existencia de varios de esta temática que tengo pendientes. Es eltipo de libros que suelo espaciar la lectura deliberadamente, y así hay libros pendientes desde... ni sé.

    Besos!

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    1. Abordar los testimonios de aquellos que han pasado por campos de exterminio resulta toda una tarea porque el lector no puede dejar de ser sujeto activo en ese acontecer, Ana. Entiendo bien tu explicación. Hay que estar muy bien dispuesto para enfrentar textos como el presente.
      Un beso grande!

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  2. Es un libro magnífico y duro. La temática me atrae poderosamente y he leído mucho sobre ella. El hecho de leer un libro testimonial normalmente fatiga más, es más directo para el lector
    Besos

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    1. Justamente, porque no hay metáfora; la realidad golpea delante de la nariz. Las cosas han sido así y no hay segundas interpretaciones. No obstante, su fuerza radica en el estilo narrativo neutro, sin estridencias ni sensiblerías; más una crónica que una denuncia.
      Besos, Silvia.

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