Acantilado, 2001
Me
resulta difícil abordar este libro sin pasión ni toma de posición. Lo compré en
nuestra Feria del Libro, en abril de 2013. Un ejemplar lastimado por la humedad
y baldado en su contraportada; el único disponible en ese momento, ofrecido por
menos de su valor de mercado. Nunca me importó cómo me ofrecieran un libro,
como tampoco cómo se presenta un ser humano. Si deshojado o en silla de ruedas.
Lo único que anhelo siempre es que tengan algo nuevo que decir.
Al principio, el autor nos hace
saber que su personaje principal cuenta con quince años y es miembro de una
familia judía que no practica la religión. Nos hallamos en el Budapest de 1944,
en plena ocupación nazi de Hungría. El libro se inicia con una ‘despedida’; el
padre es obligado a presentarse en la madrugada siguiente a ‘trabajos
obligatorios’. Su madrastra y todos los amigos de la familia se dan cita en su
casa, en esa noche que se volverá trascendente. Al poco, también él es llamado
a los mismos trabajos, con lo que comienza su propio deambular.
Lo que sigue es su narración de su
llegada en tren a Auschwitz. La forma alemana de orden y disciplina queda
perfectamente delineada desde el principio: discriminan a hombres de mujeres;
los niños y los ancianos son separados de aquellos en posibilidad de trabajar;
se les da una ducha sanitaria, se los rapa para no contagiar piojos y se los
desinfecta. Luego, se les da un traje de presidiario, se los despoja de sus
pertenencias y reúne en barracas y se les da algo así como una sopa, con lo
cual en el transcurso de los días van perdiendo peso y dignidad. Y un olor
dulzón, a carne quemada, atraviesa todo el campo.
Nuestro narrador tiene suerte. Al
tercer día parte de Auschwitz hacia Buchenwald; así, deja atrás a un campo de
exterminio para pasar a ser parte de un ‘campo de trabajo’ –el de Zeitz-. Allí
denota cómo él mismo se abandona, sin otro destino que la muerte, y cómo es
rescatado de ese estado de ignominia y de brutalidad por una asistencia médica
precaria. No obstante, Kertész se las ingenia para mostrarnos las
‘experiencias’ a la que son sometidos muchos de ellos –resistencia al agua
helada y otras- con las cuales matiza su derrotero por las enfermerías nazis,
de manera de testimoniar con cierto grado de detalle todas las aberraciones
cometidas por un estado totalitario.
Hacia el final, el término de la
guerra y la rendición alemana supone un regreso al hogar. Pero lo que encuentra
a su vuelta es sólo un par de sobrevivientes que lo ponen al tanto de lo
acaecido a su familia en su ausencia. Además, no pueden creer lo que le había
ocurrido en todo ese lapso de tiempo. Finalmente, él entiende que es imposible
testimoniar todo el horror vivido –porque los demás que no lo han hecho se
niegan a compartirlo- y acepta convertirse en un paria, alguien al que el
destino signó para la tragedia y con ello habrá de vivir el resto de sus días.
Un relato sólido, duro y por
momentos cáustico. Pero no hay en todo el texto un traslado de responsabilidades
o culpas; más bien intenta narrar los hechos, descarnadamente, sin tomar parte
en ello. En este aspecto, el libro se vuelve un testimonio –gigante- del
Holocausto judío. Por ello sólo, valió la pena leerlo.
La única razón por la que no he leído este libro es la existencia de varios de esta temática que tengo pendientes. Es eltipo de libros que suelo espaciar la lectura deliberadamente, y así hay libros pendientes desde... ni sé.
ResponderEliminarBesos!
Abordar los testimonios de aquellos que han pasado por campos de exterminio resulta toda una tarea porque el lector no puede dejar de ser sujeto activo en ese acontecer, Ana. Entiendo bien tu explicación. Hay que estar muy bien dispuesto para enfrentar textos como el presente.
EliminarUn beso grande!
Es un libro magnífico y duro. La temática me atrae poderosamente y he leído mucho sobre ella. El hecho de leer un libro testimonial normalmente fatiga más, es más directo para el lector
ResponderEliminarBesos
Justamente, porque no hay metáfora; la realidad golpea delante de la nariz. Las cosas han sido así y no hay segundas interpretaciones. No obstante, su fuerza radica en el estilo narrativo neutro, sin estridencias ni sensiblerías; más una crónica que una denuncia.
EliminarBesos, Silvia.