El Aleph, 1997
Escribí
la siguiente reseña hace casi seis años y al releerla me sorprende la vigencia que
ese puñado de palabras mantiene respecto de mi propio recuerdo de este ya
clásico libro de Hrabal. Además, pareciera que el mundillo editorial local se
esforzara por sostener la sensación, dado que desde esa fecha hasta el momento,
la única edición disponible sigue siendo la de marras; por cierto, acudiendo –invariablemente-
al mercado del libro usado.
Una frase del autor –ignoto para mi
hasta ese entonces- que expresaba su necesidad de escribir como última ratio ante el suicidio, me llevó
a indagar sobre él. De todas sus obras, este título resonaba por causas
mayores: el texto se ha llevado a la pantalla grande, y el film ganó el Oscar
en 1967 como “Mejor Película Extranjera”. Pregunté por él a todo mi catálogo de
proveedores, sin éxito. Sólo quedaba un ejemplar en una sucursal de las grandes
cadenas –en las antípodas de mi domicilio-. Hasta allí fui y lo compré. Cuando
regresaba, se me dio por entrar en una librería lindera al Botánico a preguntar
si había algún ejemplar distinto. Otro cliente que me escuchó, dijo que éste
era el libro que había que leer (¡no sabía que ya estaba dentro de la bolsa!).
Ahora, sólo me queda conseguir –y ver- la película.
Apenas lo empecé, me pareció
divertido… tragicómicamente divertido. Es la historia de Milos Hrma, un joven
de veintidós años, aprendiz de “factor” –algo así como “oficial”- de una
estación de trenes en un pueblo perdido de Checoslovaquia, durante el final de
la ocupación nazi, en el año 1945. Descendiente de una familia donde abundan
las rarezas, el joven se ve conducido –casi sin querer- a ser parte de un acto
de la resistencia checa contra el invasor alemán, aun a riesgo de su vida.
Lo genial de esta triste pero
entretenida historia es que los personajes poseen una mezcla de inocencia y
rusticidad que los vuelve humanos y profundamente creíbles. El autor no
escatima la ironía a la hora de delinearlos, pero los muestra en una realidad
primitiva, como si el desparpajo fuera una condición inherente al ser checo, un
“retrato de familia”.
En un lenguaje hasta por momentos
simplote, donde escasean los conectores lógicos de toda trama, Hrabal se las
ingenia para burlarse de su sociedad, de su estrechez de miras e inacción, de
la parafernalia bélica alemana –donde la muletilla “rigurosamente vigilados”
encarna justamente el sarcasmo de quienes no cumplen con ello- y donde la vida
y la muerte acontecen como un detalle, sin dramatismos ni heroicidades.
Uno no puede dejar de transitar las
páginas con el pseudo equilibrio que otorgan las carcajadas junto a la tristeza
de un final anunciado que, por otra parte, ya está implícito en el inicio del
relato.
La novela romántica, que une la
resistencia local y el despertar sexual de un joven en medio de una guerra que
no concluye aun, pero que da signos de agotamiento, constituyen el nervio
central de este texto, que se lee amenamente y deja un sabor agridulce al
concluirse.
Difícil de encontrar, es un libro
que vale la pena ser leído por su sentido del humor y lo absurdo de las
circunstancias cotidianas. Una perlita.
Lo reseñé en mi blog hará 2 años. Me encanta Hrabal- y sí, el humor, el desparpajo y la autoironía parecen innatos en varios autores checos. ¿Sabías que son los europeos que más leen? Hay unos cuantos escritores ahora mismo con el estatus de celebridad, y escriben libros realmente buenos. Un abrazo
ResponderEliminarImagino que hay buenos escritores de origen checo, sólo que no llegan a nuestras costas, salvo por alguna editorial pequeña e independiente de las que, afortunadamente, han aparecido hace relativamente poco.
EliminarBuen dato el que los checos son los europeos que más leen; no lo sabía.
Un beso.
¿Agridulce? No sé, no me gusta mucho esa sensación final a menos que esté justificada y sea la opción inevitable para cerrar la historia con coherencia y sentido. No he leído nada del autor aunque tentaciones a habido, es que me da que se me va a hacer raro. Tenía en mente otro para empezar, el de la soledad.
ResponderEliminarEspero que me lleves de paseo por esos mercados de libros.
Besos
Agridulce, en sentido de que resulta entretenido por más que su resolución sea trágica. 'Una soledad...' es más lineal y emotiva, aunque tienda a concluir de manera semejante. Es que los checos pueden bien burlarse aún de ellos mismos, sin por ello dejar de exponer las miserias. Cualquiera de los dos, es buena opción para iniciarse en Hrabal, Norah.
EliminarUn beso grandote.
Ha habido.
EliminarDios, esa "a" huérfana es como un puñetazo en el ojo.
Tom Yorke diría 'A drunken punchup at a Wedding'. Ja, ja!
EliminarUna pena que sea difícil de encontrar. Un saludo
ResponderEliminarEstuve haciendo investigación local, Esther. La única edición disponible sigue siendo ésta. Eso sí, no es difícil -ni costoso- hacerse de un ejemplar usado.
EliminarUn beso.
Y de nuevo coincido contigo en este caso. Me gusta este autor, su humor, como bien destacas, es un valor añadido cuando se tratan temas tan terribles.
ResponderEliminarAbrazos!!
Creo que con él se aprende a reír de uno mismo, U-to. Es el mejor legado que me ha dejado Hrabal: ser capaz de convertir el dolor y la angustia en una parodia que de alguna manera te libera. O te alivia.
EliminarUn gran abrazo!