Eterna Cadencia, 2010
I.
Repasando mis inclinaciones lectoras,
sin mediar ánimo de ninguneo alguno,
he notado lo poco que visito la oferta de esta editorial local; por eso me
propuse rescatar algunos títulos suyos que bien podrían ser de mi interés, éste
entre ellos. Intento, así, saldar la omisión no intencional con la propuesta de
esta casa, reconociendo el esfuerzo que diariamente realizan Pablo Braun, Leonora
Djament y su equipo por aportarnos materiales de lectura tan novedosos como
olvidados por el streaming literario.
II.
Es posible que cada uno de nosotros
tenga un pariente cercano, o lejano, o un conocido que sufra o haya sufrido esa
enfermedad tan despojante de la naturaleza humana como es Alzhéimer. Y son
muchos los libros –y films- que dan testimonio del deterioro mental del
enfermo, hasta con lujo de detalles. Entonces, ¿qué podría aportar la autora
con este brevísimo texto, que nos resultara novedoso? Las reflexiones que suscita
esa desarticulación progresiva del cerebro, a través del seguimiento diario del
paciente.
III.
La propia autora narra en primera
persona sus visitas a ML., una compañera, amiga, ex pareja y colega traductora
que padece este mal. Un mal que avanza caprichosamente; que la vuelve incapaz
de reconocer a otros mientras le permite realizar una traducción correcta en
otro idioma. Pero lo trascendente es que la narradora es consciente de que se
está convirtiendo en la memoria perdida de la enferma puesto que, cuando ésta
la haya perdido por completo, sólo aquellos que la han conocido podrán
testimoniar quién era ML. Y despierta en el lector una sospecha que inquieta:
si los testigos de lo que fuimos se mueren o pierden la memoria, ¿quién podrá
testimoniar sobre nosotros?
IV.
Con una prosa sentida, precisa y
frontal, Molloy aborda el doloroso tema de aquel cuya historia se va borrando,
transformándose en una vida en blanco, incapaz de apropiarse siquiera de las
palabras, y también de aquellos que los acompañan, que se esfuerzan en retrasar
el momento en que toda esa vida se convierta en olvido, en ficción. Un libro
que tiene la fuerza de una flor emergiendo en medio del derrumbe.
Menudo tema. Y sí, ya es mucho lo que se ha escrito y rodado y pintado sobre ello, pero ¿suficiente? No lo sé. Dicen que no nos vamos del todo mientras alguien nos recuerde, así que supongo que ese legado de recuerdos si para en buenas manos estará a salvo y si encima el receptor es escritor, pues para qué más pedir. Lo duro es empezar a "desaparecer" cuando aún estás aquí y ver que alguien a quien quieres eso le pasa tiene que ser un dolor de los que no se miden.
ResponderEliminarBesos compasivos.
Hay temas en los que creo, Norah, que nunca es suficiente escribir y describir; éste es uno de ellos.
EliminarTengo la sensación -de un tiempo a esta parte- que todos estamos despareciendo un poco. Y esa palabra -con la connotación amarga que cobra en estas tierras, por otras razones- se hace evidente en los enfermos de Alzhéimer y en sus circunstanciales acompañantes.
Yo también me pregunto cómo hacer frente al dolor que generan, tanto en enfermos conscientes como en su núcleo íntimo. Otra putada, junto al cáncer.
Besos tristones.
Es curioso, incluso sin que padezcamos esta patología, existen episodios de nuestras vidas que nos son ajenos, y sin embargo pertenecen al recuerdo de otros... de un padre, una madre, un hermano, y si éstos desaparecen se llevan consigo ese fragmento congelado de tu vida, del que no eres consciente.
ResponderEliminarMuchas veces, cuando estoy solo, hago intentos de recordar cosas significativas de mi vida, casi todas de mi niñez, dicen que la infancia es la única patria verdadera que tenemos.
Marcelo, esa frase que te has marcado al final despierta las ganas de leer, no ya este libro, cualquiera ;)
Un abrazo campeón!!
Siempre he creído que somos en tanto se nos recuerda, Paco. Como que las voces de los demás sobre nosotros se vuelven más importantes a medida que pasa el tiempo, porque ellos pueden testimoniar quiénes fuimos en un tiempo y un lugar, sin importar en aquello que la vida nos ha convertido.
EliminarEl libro trata del otro como memoria de mí mismo.
Un fuerte abrazo, pibe!
Hola Marcelo
ResponderEliminarLo cierto es que llegado a una edad, se piensa, se siente más cerca, la sensación de olvido, de paso del tiempo, de la nada, pero llegado a este punto, realmente creo que el mundo no puede hacer nada por ti, así que yo decido ser quien soy, y que necesito el olvido, realmente que piensen de ti una vez muerto, ni me va ni me viene.
SI la memoria es la vida, una vez muerto da igual... de los 7000 mil millones que somos, dentro de 50 años, ni seremos...
Esa enfermedad, es la representación de ello: todo el mundo desaparece alrededor suyo, solo quedan o familia muy cercana o enfermer@s... Nada hay detrás
cuídate
Hola, Wine
EliminarEntiendo y comparto tu punto de vista. Esa 'negra espalda del tiempo' de la que hablaba el gran bardo inglés...
No, Wine, no hay nada detrás. No hay red que salve una parte de ti. Nada.
Un abrazo.
Una enfermedad atroz, quizás para el que la padece, imagino que más al inicio, sobre todo para los que están cerca. Muchas veces me arrepiento de no ser más constante con el proyecto de diario que siempre está presente. Fuimos aquellos que ya ni recordamos, ¿seguimos siéndolo? Bonita iniciativa la de rescatar estas lecturas.
ResponderEliminarCreo que para ambos, Ana, enfermos y parientes cercanos y amigos.
EliminarYendo a tu proyecto, mi madre -quien sobrepasa los 90- ha escrito agendas diarias a lo largo de muchos años, con el fin de registrar su día a día y la evolución de su acontecer diario, a más de dolencias.
No, Ana, ya no somos lo que fuimos. Somos esto: lo que somos hoy. No hay asunción del ser que somos basado en la nostalgia o la melancolía. Debemos despojarnos: ya no podemos ser lo que fuimos. Ni a nadie le importa aquello; solo somos presente.
Un libro disparador de reflexiones.
Besos.