viernes, 15 de junio de 2018

El costo de las apariencias. Una cena en casa de los Timmins, William M. Thackeray


Periférica, 2016

I.

            Dicen que las letras de Thackeray no iban a la zaga de las de Dickens, los representantes más conspicuos de la literatura inglesa de la era victoriana. Sólo que el realismo naturalista del último carece de cierta nota satírica que sí ha sido el sello distintivo del primero. Y esta brevísima obra demuestra palmariamente ese costado burlón, tras una mirada perspicaz de esa clase media que intentaba copiar a la aristocracia, sin poseer los recursos necesarios. La escasa extensión de páginas me permitió intercalarlo entre otras lecturas.

II.

            El señor Timmins comete el error de comprar cosas y algún regalo a su esposa con unos ingresos extra que la profesión leguleya le ha deparado. Este simple hecho dispara en la señora Timmins la tantas veces postergada realización de una cena en su casa, donde pueda ponerse de manifiesto la prosperidad de la familia, a la vez que originar envidia en sus amistades más cercanas. Para ello, no escatima los pocos fondos disponibles aún –sin tomar en cuenta las deudas que mantienen con los proveedores de lo cotidiano- para llevarla a cabo, participando a una veintena de conocidos –por los que no sienten apego alguno- en una casa minúscula y económica, de algún barrio periférico, donde resulta imposible sentar a más diez personas en su sala y con paredes cuyo espesor es tan delgado que permite escuchar los sonidos en las casas vecinas.

III.

             Thackeray describe con maestría y oficio a una típica familia de clase media con aspiraciones sociales. Allí está el marido permisivo y mediocre, su esposa insatisfecha y una suegra entrometida, dándose aires cuando el presupuesto no lo permite, con el único objeto de aparentar más de lo que pueden. De más está suponer lo que ocurrirá: la velada se transformará en algo no deseado y el costo será el ridículo.

IV.

            Con un puñado de personajes perfectamente delineados, situaciones grotescas y escenas hilarantes, aunque no desopilantes, Thackeray se burla de toda una clase social que intenta vivir más allá del alcance de su propio bolsillo, algo que aún mantiene cierta vigencia en diversos estratos. De estilo coloquial, ameno y fluido, resulta una buena opción para adentrarse en el universo literario del autor cuando se dispone de un par de horas de ocio.

6 comentarios:

  1. Tengo " Barry Lyndon" por ahí, hace ya tanto que no sé si es por su película, y "la Feria de las Vanidades" comprados más o menos a la vez, este creo que por que me gustó su título.
    Lo cierto es que acumulé libros de DIckens también, y me da pereza leerlos: la verdad es que me da pereza leer a los dos desde que leí "Los papeles póstumos del Club Pickwick". Y es que su humor me pasaba por los lados y no lo atrapaba. Intuyo que soy bastante bruto con eso del humor y no pillo el de esos siglos.
    Ahí están los libros, acaso algún día que...
    un abrazo grande
    Cuídate Marcelo

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    1. He leído 'Barry Lindon' en la edición de Cátedra, y tengo la peli de Kubrick dando vueltas por ahí. Me empujas a armar un Pelibro, Wine...
      Ja, ja. Aún tengo a leer 'Pickwick', pero veo el volumen y no me animo. El humor de origen inglés no es fácil de pillar.
      Un abrazo grande para ti, Maestro.

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  2. De este autor leí hace años su Feria de las vanidades y me lo pasé pipa. Siendo un libro bastante voluminoso no se hizo nada pesado. También trataba el tema social con sus críticas y sus cosas amables ya que hay un personaje al que mima mucho pero me cayó bien.
    Apunto este para repetir aunque ganas me han entrado de releer aquel y llevarlo a la cantina.
    Besos nada vanidosos y anticlichés.

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    1. Bueno, me has regalado un dato no menor. Tengo 'La feria...' esperando en una edición de Cátedra. Si la has pasado bien, pues...
      Éste es risueño; puedes encontrarte con tus vecinos a vuelta de página, de tan real que lo narra. Échale el ojo.
      Si vuelves sobre aquél, serán bienvenidas tus líneas.
      Un abrazo grandote, Norah.

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  3. Muy interesante esa comparación entre Thackeray y Dickens (al que admiro mucho). Creo que también hay sátira en la obra dickensiana, aunque intuyo que te refieres a que Thackeray llevó la sátira hacia un plano más canallesco, o burlón como manifiestas, es decir, la diferencia reside en el tono que adquiere la sátira entre uno y otro, dentro de sus respectivos estilos literarios. Bueno... la verdad es que no soy experto en estas cosas, son mis impresiones.

    La burla y el humor son dos ingredientes sin los cuales, la gran literatura, se quedaría un tanto insípida.

    Tomo nota, querido Marcelo, un fuerte abrazo

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    1. Amigo Paco! Si Dickens no intentara dejarnos una suerte de moraleja religiosa hacia el final de sus obras, habría de ser uno de los más grandes escritores ingleses de todos los tiempos. De eso están despojadas las letras de Thackeray, y hacen a la diferencia. No alcanza a aquél, pero divierte.
      Coincido contigo. Sin algo de burla o ironía, las letras se volverían muy anodinas.
      Un gran abrazo para ti -más grande, porque CR7 se las ha hecho difícil en este día-.

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