Alianza, 2012
I.
En este segundo volumen de la
tetralogía, ambientado en Osaka y Tokio entre 1932 y 1933, el amigo de Kiyoaki
Matsugae, Shigekuni Honda –verdadero protagonista de esta novela-, se ha
convertido en juez del tribunal de apelaciones en Osaka. Con treinta y ocho
años, casado y sin hijos, su carrera en la Justicia japonesa es prometedora,
debido a su equilibrio emocional y a lo acertado de sus dictámenes. Pero un
encargo personal del presidente del tribunal trastoca toda esa seguridad en sí
mismo -basada en el uso puro de la razón- instalándole una duda impensada: la
posibilidad de una reencarnación.
II.
Enviado a un santuario donde se
desarrolla un torneo de kendo, Honda descubre en Isao Iinuma, un joven que no
llega a la veintena, la mirada, la postura y el fuego en los ojos que reconociera
en su difunto amigo. Para colmo, las marcas de nacimiento coinciden con las de
aquél. Además, Isao es hijo de quien fuera preceptor de Kiyoaki, ahora regente
de la Escuela de Patriotismo sostenida en base a aportes de ciertas
personalidades del Japón.
III.
Imbuido en la más férrea de las tradiciones,
Isao sueña con alcanzar la pureza y el honor de los samuráis de fines de siglo
XIX quienes, reunidos bajo la Liga del Viento Divino, intentaron restaurar la
hidalguía de las costumbres niponas luchando con sus espadas contra las fuerzas
del decadente Imperio Meiji, antes de ser masivamente masacrados. En una suerte
de remake, medio siglo después, Isao
intentará luchar de igual manera contra la corrupción que el capitalismo
occidental generara en ese Japón de entreguerras.
IV.
Con el mismo estilo poético del
volumen anterior, Mishima nos adelanta lo que, al final, será su propio destino:
la defensa del honor y la necesidad de darse muerte por su mano mediante la
ancestral técnica del seppuku. El joven
Isao, presa del fuego rebelde de la juventud, desoye las claras advertencias de
Honda respecto de las acciones que se encamina a realizar. Y si bien todo el
plan se desbarata por un oportuno llamado a las fuerzas policiales, las
revelaciones posteriores a su prisión y liberación lo impulsarán más
fuertemente a tomar una trágica decisión.
V.
Todo el libro resuma un tono
dramático acorde a la tragedia que se ha de desarrollar, pero las reflexiones
de Honda sobre la posible reencarnación de Kiyoaki en Isao y la madurez de éste
en todo momento, asumiendo las responsabilidades inherentes a un liderazgo basado
en la pureza de su conducta, no eluden la mirada crítica de Mishima acerca del
tibio rol de los militares en las revoluciones, la corrupción del Estado ejercida
por una clase acaudalada y la emancipación de la mujer tras siglos de
sometimiento. Un libro que refuerza la ansiedad por el que sigue.
Cuanto más mayor me hago siempre encuentro "razones" para ver que lo que llega es negativo; pero , en verdad es solo una reacción momentánea: soy de una generación que en música ,por ejemplo, ha visto pasar los viejos tocadiscos portátiles de un solo altavoz, los viejos reproductores de casete monos, los discman, los mp3, los cds, los reproductores de flac, los de... es sorprendente…y siempre he visto una razón para disfrutar y ver sus cosas positivas. Pelear contra el discurrir del tiempo es una lucha perdida, los avances o los retrocesos, siempre van surgiendo de no sé sabe dónde, y te adelantan por derecha e izquierda, sin posibilidad de pararlos. Intentar que un tipo de mundo se detenga y encima, como en la novela, actuar bajo los mandatos y formas del pasado siempre es la manera de perder... que no estaría mal en sí, sino fuera por no saber aceptar la derrota.
ResponderEliminarUn abrazo
Cuídate Marcelo
gracias
La mayoría de nosotros, Wine, es reacia a aceptar el avance de la tecnología... y al discurrir del tiempo como tú señalas. Pero dejar que las cosas ocurran no es problema; el problema es tratar de adaptarse a lo que llega, porque muchas veces, al hacer juicio de valor, terminas por quedarte con aquello que ahora resulta obsoleto y de esa manera es uno el que se queda en el pasado.
EliminarCoincido contigo: no puedes enfrentar el devenir de la Historia con chances de sobrevivir. Sí puedes dejar que el mundo viva su vida y tomar aquello que pueda serte útil. El resto, lo dejas pasar.
Mishima cometió el error de querer torcerle la mano al devenir, aferrándose a un pasado que no podía volver.
Me cuido. Tú también.
Otro abrazo fuerte.
Mishima era un romántico, en el sentido de anhelar un Japón glorioso, anclado a los códigos de honor samuráis, y otras nostalgias, que ya había sido enterrado bajo los signos de modernidad occidental, que acogían al nuevo Japón. Toda su obra es un reflejo entre un pasado que ya no puede ser y un presente del que reniega.
ResponderEliminarLa mirada de Mishima siempre revela esa opresión entre dos mundos irreconciliables.
Tus apariciones, como de costumbre, sumamente atractivas.
Un abrazo, querido Marcelo!
Lo resumes muy bien, Paco -como habitualmente-. La pureza y el honor han quedado en la historia. Negarse al cambio es suicidio; es quedarse afuera de la sociedad. Pero aceptarlo todo sin más es una forma de prostitución. Como le dije a Wine, es cuestión de tomar aquellas cosas que puedan ser buenas para uno y dejar pasar el resto.
EliminarMishima siempre fue 'todo o nada'. Respetable, pero sin posibilidades de triunfo.
Otro abrazo para ti, amigo Paco!
No me gustan nada ciertos valores caducos que han provocado muchas desgracias en el pasado. Y no me convence el sentido trágico que utiliza Mishima en sus novelas. Escribe muy bien, pero el tema me aleja de su lectura (pero no me niego a leerlo):
ResponderEliminarAbrazos!!!
El problema de Mishima es que se quedó en los valores del pasado cuando todo cambiaba y Japón adoptaba la forma de vida capitalista occidental. E hizo de ello una cruzada cuya única salida era el suicidio, como lo efectuó.
EliminarEs extraño. Uno entra a negarse al cambio con la edad, pero Mishima se suicidó a los 45 años, en plena madurez joven.
No obstante, hay una mirada teológica que sobrevuela toda la obra, y el tema de la reencarnación mantiene siempre un primer plano. Parece tener intención de sostener una discusión en ese aspecto.
Cuando de teología se trata, a mi también me aleja un poco. Pero su prosa es magnífica.
Un gran abrazo!