sábado, 24 de noviembre de 2018

Los condenados. Dura la lluvia que cae, Don Carpenter


Duomo, 2012

I.

            Llegó a mi por recomendación de un joven librero. Ponderaba la historia de dos marginales que no se quedaban en ello sino en la evolución de cada uno. Atento a la sugerencia de alguien que sabía de qué hablaba, me hice de un ejemplar. Ante la aparición de otro título del mismo autor bajo otro sello, decidí incluirlo entre mis lecturas del año.

II.

            Jack Levitt comienza mal. Nace en los años veinte del siglo pasado, sus padres mueren al poco y crece en un orfanato. Un día decide escapar y hacer su experiencia. Frecuenta la vida nocturna de los billares hasta recalar en San Francisco. Allí conoce a Billy Lancing, un negro de su edad –ambos teenagers- que destaca en el billar y obtiene renombre. Debido a un par de ilícitos, Jack cae en el reformatorio mientras Billy alcanza la clase media y forma una familia. El destino los separará y los volverá a reunir años después en una cárcel.

III.

            La historia –que transcurre a lo largo de tres décadas- es conducida por los hechos de Jack, aunque no elude los de Billy; sólo que los de éste se acaban a la mitad de recorrido. Es también una historia de amor sui generis entre dos amigos convictos, signados por la condena social y la imposibilidad de cambiar la forma de vida. Jack se rehace: se enamora, se casa y forma una familia. El lector asiste a todos los cambios que se suceden, pero la esencia del personaje y la desafortunada evolución de su pareja marcan un final sin muertes pero doloroso.

IV.

            ¿Cuánto influye en nuestras decisiones nuestra propia condición de partida y la historia familiar o el hecho de pertenecer a otra raza? Nuestras respuestas, en esos casos, ¿no estarán condicionadas desde el principio? ¿Puede un ser humano nacido en medio de la carencia afectiva y el despojo material convertirse en un hombre común y corriente, o está condenado a la renuncia y la ignominia? Son algunas de las preguntas que Carpenter nos deja para reflexionar.

V.

            Con una prosa precisa, un estilo fluido y coloquial y escenas que emocionan, Carpenter construye una novela donde la amistad, el amor, la bohemia y una sensación de libertad se constituyen en el motivo principal de una vida sustanciosa, peleada palmo a palmo, no exenta de altibajos –como la vida de cualquiera- y con una pizca de resignación. La resignación de no poder obtener más que lo que hemos alcanzado. Un muy buen libro.

8 comentarios:

  1. Interesante planteamiento. Los niños nacidos en familias de las llamadas desestructuradas (o sin familia, como el personaje) tienen enormes probabilidades de repetir en su vida esas condiciones. Solo una buena escolarización que no los discrimine, puede hacerles salvar un destino adverso. Y eso solo lo hace una buena escuela pública. Y en no demasiadas ocasiones porque los previos pesan mucho, pero si algo lo hace, es eso.
    Como profesora y enorme defensora de la educación pública, me has tocado una fibra muy sensible.
    Me atrae esta novela cuyo autor solo conozco de nombre. Tomo nota.
    Un beso.

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    1. Suscribo tus palabras, Rosa. Pareciera ser que a las sociedades actuales estos casos les resultan tan marginales que se ocupan bien poco de ellos. Y sin la contención adecuada tienden a repetir historias.
      Gracias por tus líneas.
      Otro beso para ti.

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  2. Hola Marcelo
    Cuando los escritores de EEUU, algunos escritores, se ponen el traje de ver el mundo, su mundo, su sociedad, son los mejores, quizá porque su país es tan complejo, o quizá , simplemente, por la abundancia de escritores allí, y de la cantidad siempre sale calidad.
    no lo conocía gracias por ello
    un saludo

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    1. Hola, Wine
      Añadiría a tu observación que son críticos severos consigo mismos. Como que se dan cuenta por dónde les aprieta el zapato y lo apuntan. Quizás no todos, pero los buenos, seguro.
      Un abrazo, Maestro.

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  3. Yo creo que sí que influye pero que hay gente con mucha suerte que logra ese giro. No todos porque muchas veces el esfuerzo no trae la recompensa. Y otras simplemente no se puede.
    La historia me gusta pero no tengo ganas de que me traigan penas ni finales dolorosos. Lo dejo para otro momento.
    Besos en paz

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    1. Coincido contigo, Norah; no todos tienen la suerte. Respecto del momento, ya sabes lo que dice el Eclesiastés: todo tiene un tiempo bajo el sol.
      Besitos bíblicos.

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  4. Buena pregunta esa de cuánto nos determina el nacimiento: la familia, el estrato social, el nivel económico, la raza o simplemente la época y el lugar. Bastante, yo diría, pero no del todo. En las antípodas estaría el axioma que se atribuye a Heráclito que dice que «carácter es destino». Lo cito porque es una cita que me ha perseguido en mis lecturas más recientes y me ha dado que pensar. Supongo que la respuesta está en la gran gama de grises que está entre ambos extremos y que en unos casos la solución se acercará más a uno y en otros al otro. También podríamos reflexionar acerca de cuánto influyen nuestras condiciones de partida en la vida en nuestro carácter. En todo caso, la buena literatura está para que nos planteemos preguntas sobre temas como estos. Y este libro que propones parece estar en esa línea.
    Un abrazo

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    1. Yo creo que es una influencia recíproca entre condiciones iniciales y carácter. Me resulta difícil creer en que con sólo carácter alcanza para determinar el propio destino, de la misma manera que no puedo creer que las condiciones iniciales decidan nuestro destino.
      El libro abunda en reflexiones de este estilo, y guarda una historia de amor en su interior que recuerda un poco a la enseñanza del Evangelio que dice que no hay amor más grande que aquel que da la vida por un amigo.
      Un libro sentido, lo menos.
      Un abrazo para ti, Lorena.

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