I.
Llevaba años esperando entre los
pendientes. Ello obedecía a una simple razón: un lector transatlántico me advirtió que, si bien puede leerse de manera
independiente, sería prudente haber leído de manera previa Los demonios, de Fiódor Dostoyevski, para un mayor aprovechamiento
literario. Recién hoy, cuando el pasado mes pude encarar la citada obra, me
animé a proseguir con el de marras. Vaya mi agradecimiento a quien formuló
aquella sugerencia, que considero más que acertada.
II.
Estamos en el Petersburgo de 1869. Pável
Isaev, un muchacho que apenas alcanzaba la veintena, ha muerto en
circunstancias poco claras. Alquilaba una habitación en la pensión de Anna S. y
su hija Matryona, una sagaz jovencita algo menor. Comunicado su deceso a su
padrastro, sito en Dresde, decide viajar para aclarar las causas –suicidio, según
la foja policial- y, de paso, recoger las pertenencias; entre ellas, los
papeles y las cartas intercambiadas entre ambos, en manos del inspector. Nada anormal…
si el padrastro no fuera otro que Fiódor Dostoyevski.
III.
Así, esta novela de intriga recoge
una parte de la vida del escritor, de regreso a su ciudad mientras esclarece lo
ocurrido. Pável, hijo de la viuda quien fuera primera esposa de aquél, dejó el
hogar familiar cuando, tras morir su madre, Dostoyevski decidió casarse con una
muchacha casi de su edad. El ya afamado autor –quien solventaba sus gastos- se
encuentra incapaz de asimilar el golpe, aunque puja por dejar en claro qué
pasó.
IV.
La obra es poliédrica. Por un lado, está la
búsqueda de la verdad. ¿Ha sido un suicidio intempestivo o la policía tuvo algo
que ver en ello? Pavel, ¿era parte de un grupo liderado por Nechaev, un
nihilista revolucionario prófugo de la Justicia? Por otra parte, la
desesperación y congoja de Fiódor lo lleva a intimar con Anna S. durante su
estadía, en un lugar donde él también se halla perseguido debido a las deudas
contraídas con antelación.
V.
En un estilo coloquial, bajo una atmósfera opresiva, en medio de espacios lúgubres y sórdidos, Coetzee realiza una colosal simbiosis literaria, pues acompañado de un puñado de personajes secundarios –que han sido personas reales-, le da forma no solo a una historia personal del escritor, sino que desarrolla en profundidad las miradas totalmente opuestas entre jóvenes y mayores sobre la sociedad rusa y además expone de manera magistral cómo se van gestando los personajes que habrán de ser protagonistas en una próxima novela –que será Los demonios-. El arte del autor sudafricano no va en zaga en este homenaje que, entiendo, le brinda al maestro ruso. Para leer y disfrutar. Y si es después de leer a Dostoyevski, mucho mejor.
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