I.
Era esperado este título de una
autora muy reconocida en el ámbito local y se me ocurrió incluirlo entre otros
pocos para que un grupo de lectores optara por uno de ellos. Alguno de los
miembros me notificó cierto ruido
entre quienes se habían adelantado: las opiniones estaban divididas y lo mejor
era encararlo para zanjar cualquier discrepancia. Por eso el grupo lo eligió;
aun con ciertas reservas –que se mantuvieron hasta el debate final-.
II.
Finn es un profesor de Matemáticas sui generis que termina brindando clases
de Historia. En la mediana edad, sus superiores le extienden una licencia (lo suspenden) tras las quejas de algunas
familias respecto de su comportamiento. Su hermano mayor Max, quien siempre
cuidó de él, está muriendo en un internado y Finn intenta visitarlo. En el
ínterin, una llamada le avisa que su ex novia, Lily, ha vuelto a intentar el
suicidio en su ausencia. Así, Finn se debe repartir entre ambos finales: a
quien una enfermedad terminal lo lleva y quien decide partir por sus medios.
III.
Cuando no alcanza a despedirse de
ninguno de los dos, Finn decide allegarse a la tumba de Lily en un atardecer, y
encuentra a su fantasma diciéndole que hacía tiempo lo esperaba. Allí, ambos
emprenden un viaje hasta un cementerio donde el cuerpo de Lily deberá
descansar. En el medio de su periplo, Finn entra en contacto con unas cartas
que datan del final de la Guerra Civil, donde una mujer escribe a su hermana
acerca de una oportuna desaparición.
IV.
Con estos elementos, Moore parece homenajear
al gótico sureño, tan extendido en
autores de la talla de Carson McCullers, William Faulkner y Flannery O’Connor,
entre otros, mientras su protagonista comienza a enfrentar ambas pérdidas. Pero
su personaje lejos está de ser un espíritu: es
un cuerpo que empieza a pudrirse, con gusanos, etc.; nada más real dentro de la
sobrenatural aparición.
V.
En un juego de espejos entre los hermanos Max y Finn y las que constan en las cartas sureñas, con algo de thriller en paralelo; en el estilo tan personal y directo y con la dosis habitual de humor socarrón presente en sus textos, Moore nos allega una novela cuyo clima intimista obliga al lector a reflexionar sobre el dolor de las ausencias, y sobre cómo sobrellevar el peso de todo aquello que hemos sido incapaces de decir a quienes ya no están. Debo advertir que, por el contenido de sus escenas, no es una obra recomendada para personas sensibles –más de un colega lector abandonó su lectura-. No obstante, si se supera cierto resquemor, deja material para meditar. En suma, un paseo por la pena de ausencia, con una construcción original.

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