martes, 15 de abril de 2014

Pasión por las letras. Stoner, John Williams


Baile del Sol, 2012

            Viene haciendo mucho ruido en la blogosfera desde hace tiempo; de hecho, lo compré un año atrás. Parece ser que el gremio librero –constituido por asistentes de ventas muchos de ellos estudiantes; lectores adictos todos- había detectado su resurrección desde el olvido y no hubo uno de aquellos más allegados a mi que no lo endiosara hasta la canonización y beatificación. Como me reconozco miembro de esta religión, no podía eludir tantos buenos comentarios.

            William Stoner nació en 1891 en una granja cercana a Missouri. Su vida ha sido un fantástico resumen de lo que se esperaba de él: colaboró con los trabajos de la granja junto a su padre en medio de una pobreza digna; estudió en la universidad; contrajo matrimonio; tuvo una hija; dedicó su vida a enseñar. No se enroló en la Primera Guerra Mundial, cuando sus mejores amigos sí lo hicieron. Vive una vida acomodada. Descubre el verdadero amor a través de una de sus colegas, a la que aventaja notoriamente en edad. ¿Qué otra cosa podría pedirle a la vida?

            Y sin embargo, Stoner no es feliz. La vida, esa ansiosa que reclama decisiones todos los días, lo ve cumplir con las reglas sociales pero sin imprimirle el carácter que se espera de una persona que toma control, dominio absoluto de su futuro. Más bien, él parece dejarse fluir por el acontecer, sin comprometerse con las imprescindibles resoluciones que hacen la diferencia entre los que meramente pasan, de aquellos que merecen ser recordados.

            El único refugio contra la mediocridad, la renuncia, el apego a la ‘normalidad’ son las letras. Enseñar letras implica dejar la abulia para convertirse en protagonista. Si existe un lugar donde Stoner puede ser él mismo es frente a su clase, libros en mano, y en sus lecturas. No importan los avatares de la docencia: aplazo de un prohijado por el Jefe de Carrera –con el común argumento de que ‘es discapacitado’, como si eso confiriera de por sí idoneidad-; el consiguiente traslado a una cátedra sin trascendencia y la revancha a través de un horario improcedente.

            A la larga, cuanto más se empecina en luchar contra los molinos de viento del sistema, más aislado se encuentra. Una esposa despechada que confronta, una hija -absorbida por la madre- con quien no comparte charlas ni el tiempo necesario para verla crecer, son tópicos familiares –bastante extendidos hoy, por cierto- que acompañan a la falta de reconocimiento de la tarea docente del protagonista, unido a la espera de su jubilación, que liberaría a la Institución de sus exigencias para con el alumnado y determinaría la renovación y modernización del área.

            La vida ni siquiera le deja a Stoner la posibilidad de elegir cuándo retirarse… y morirse. Vive su vida –y su muerte- como algo ajeno a sí, como una ocurrencia del destino justo en el momento de mayor relieve personal. La agonía, presente en todo el texto, conduce a un final desvaído y delicuescente.

        Un libro conmovedor, bien escrito, con una composición magistral de la psicología de sus personajes centrales, ideal para aquellos que ejercen la docencia y para el entorno familiar, que a través de estas letras podrán interpretar mejor el sentir de quienes poseemos vocación y nos apasiona educar.

jueves, 10 de abril de 2014

Cuestión de fe. Vida de Pi, Yann Martel


Destino, 2003


          Este libro se me apareció en 2010, mientras promediaba mis estudios de inglés. En nuestro texto para estudiantes, la clase tuvo que leer un párrafo incluido en el mismo y debo confesar que la historia me resultó atractiva. Luego vino una recomendación que sobre este libro formuló Barack Obama, que rescató mi antiguo interés; tras ello abrevé en las líneas de Silvia y, finalmente, se presentó el film en 3D, que no vi. Me costó hallar un ejemplar puesto que se habían saldado, pero la insistencia y la fortuna me brindaron una oportunidad bajo la búsqueda de libros usados. No la desperdicié.

            Piscine Molitor Patel –Pi Patel- es un jovenzuelo de dieciséis años que colabora con el trabajo de su padre, director del Zoo de Pondicherry, un poblado al sur de la India. Debido a problemas con el gobierno de Indira Gandhi,  éste decide deshacerse del zoo y emigrar al Canadá con su familia. El imprevisto naufragio del buque que los transportaba arroja a Pi sobre un bote salvavidas con la compañía de una cebra con una pata rota, un orangután, una hiena… y Richard Parker: un tigre de bengala de más de doscientos kilos. Junto a ellos, deberá compartir las alternativas de un viaje a la deriva durante más de siete meses en altamar, hasta arribar a tierra firme.


El elemento disparador

       El libro se divide en tres partes. En la primera, el singular protagonista nos relata en primera persona su historia de vida y la de su familia. Así, nos explica su esencia religiosa, que lo llevó a ser brahmán, musulmán y cristiano a la vez, debido a su amor a Dios. En la segunda, nos narra las peripecias de su travesía, su desesperación y angustia que surgen de la convivencia con semejantes compañeros y los avatares de la provisión de alimento y agua dulce. Por último, la tercera parte es la transcripción de la entrevista que tiene lugar entre Patel y los representantes de la empresa naviera responsable de su transporte, en el hospital donde se recupera, tratando de encontrar una explicación plausible al hundimiento.

          En casi la totalidad del volumen, Martel nos expone las circunstancias del acontecer de Patel; pero al final, cuando se cuestiona la veracidad de los hechos, nos brinda otra, mucho más creíble pero más terrible. ¿Con cuál nos quedamos?, ¿con la ‘historia oficial’ o con la que podría ser real?, ¿qué somos capaces de aceptar? Un final abierto corona una propuesta que tiene algo de aventura, algo de fantasía, mucho de estudio del comportamiento humano y animal y una cuota de creencia religiosa. Parece que todo se resume en una cuestión de fe.

          Un libro distinto, coloquial y fluido, con matices y giros que tienden a involucrar al lector en la toma de decisiones o en la empatía para con su protagonista. Entretenido, dramático y que da para reflexiones. ¿Se necesita algo más?

sábado, 5 de abril de 2014

Huellas dactilares. Piezas en fuga, Anne Michaels


Alfaguara, 1997

          Lo puse dentro del morral al seleccionar qué libros llevaría en mis merecidas vacaciones. Dio la casualidad que Esther –quien descubrió este título- se comunicó conmigo por vía privada y me recordó que aun lo tenía pendiente. Sentí que era la ocasión de dejarme acompañar por otros lectores amigos, que me han sugerido algo más que buenos títulos y lecturas, y cargué con varias propuestas aparecidas en otros espacios.

            Jakob Beer, un niño de cinco años, juega con Bella, su hermana mayor, una noche de otoño de 1939, en las cercanías de las ruinas de Biskupin, Polonia. La irrupción de soldados alemanes que capturan y se llevan a toda su familia, sólo dejan un resquicio en una pared para Jakob, que tras largo deambular termina ocultándose en el barro de Biskupin. Allí lo encuentra y protege un arqueólogo griego, Athos Roussos, quien lo transporta a su casa -ubicada en una isla griega- y lo educa, en medio de mapas, libros, objetos de arte y piezas botánicas.

          El volumen se divide en dos partes. La primera narra las alternativas de Jakob y Athos desde su salida de Polonia hasta establecerse en Toronto, Canadá, a cuya universidad es convocado Athos para enseñar. El aprendizaje de idiomas –para lo que cuenta con especial habilidad- permite a Jakob encontrar un modo de ganarse la vida. Hacia la muerte de Athos, Jakob comienza a dedicarse a la poesía, que encarna la memoria de aquellos que se quedaron sin voz debido al horror nazi.


Anne Michaels en Bahía Tacul, Bariloche, Argentina

            En la segunda parte, Ben, un profesor de meteorología de origen judío en contacto con Salman -amigo de Jakob-, es enviado a rescatar los cuadernos que quedaron en la lejana isla griega, a la inesperada muerte de éste y de su esposa. Relatadas en primera persona las peripecias del viaje, unidas a la propia historia familiar de Ben –hijo de padres que sobrevivieron al Holocausto- y su admiración por la poesía de Jakob, la trama deriva en un reencuentro entre generaciones, donde el común denominador es la identidad, el sentido de pertenencia a una comunidad que, como una huella dactilar, imprime su sello allí donde vaya. Una huella en la que sus miembros se reconocen, independientemente de la geografía, el lenguaje y las fronteras.

          Escrito en estilo ameno y coloquial, el libro no omite descripciones de los hechos sucedidos dentro de los campos de concentración nazis, imágenes que pueden conmover y herir al lector sensible. Michaels, en base a investigaciones, ha sabido construir entre estas dos historias un puente que supera lo anecdótico y nos lleva a descubrir cuán importante puede ser la vida de otros seres en la propia cuando el pasado común se presenta como una marca de nacimiento.

            Una obra que no solo resulta agradable a la comunidad judía en general, sino que la humanidad que destilan sus páginas, con una multitud de frases que entrañan conocimiento y experiencias de vida, se ofrece a todos aquellos lectores que conservan en la memoria sus propias raíces.

             Una lectura que se disfruta mucho más si, en tono bajo mientras se lee, transcurren los acordes de la sinfonía n° 2, de Gustav Mahler, ‘Resurrección’. Nada más apropiado.

lunes, 31 de marzo de 2014

Legado de familia. La buena letra, Rafael Chirbes


Anagrama, 2007

         Tanto énfasis había puesto Luna Llena en su reseña que lo apunté inmediatamente; máxime, porque yo no había leído nada de este autor. Esto, unido a la brevedad y tamaño del volumen en cuestión, fueron los disparadores que lo colocaron entre los libros que llevaría a mi lugar de descanso en vacaciones. Y, por supuesto, también era la manera de tener presentes a otros lectores de la blogosfera con sus recomendaciones.

            La novela se erige en torno de Ana, quien le escribe a su hijo todos los acontecimientos que tuvieron lugar desde que su esposo y ella se establecieron en Bovra, un pueblo en las cercanías de Valencia, desde que se casaron antes de la Guerra Civil española hasta el presente. Particularmente, Ana va desgranando los hechos que han tenido que ver con su familia política, en especial con su cuñado, su cuñada e Isabel, su concuñada. Es un relato despojado de pasión y sensiblería, como quien repasa todo aquello que le ha tocado vivir, al final de sus días.

            Así, nos enteramos de los avatares de la lucha por la supervivencia no bien acabó la guerra en el ’39, pues el estar del lado vencido la hacía más difícil. Y, a la vez, cómo habían sido las relaciones interpersonales, con una cuñada díscola, un cuñado creativo pero inconstante y una concuñada con aires de ‘señora’.



Chirbes con el fondo del Cerro Tronador, Bariloche, Argentina

          Pero lo más importante, es que Chirbes nos introduce en el mundo familiar del derrotado, destinado a toda miseria y pobreza –como si fuera el único culpable de lo sucedido-, quien para poder enfrentar esta situación extrema aprende a convivir con el miedo, a traicionar los ideales y los sueños y aceptar humillaciones –el consabido ‘agachar la cabeza y poner el lomo’- de manera de mantener cierto grado de cordura y equilibrio con el fin de alcanzar una oportunidad para poder vivir dignamente.

            Escrito en primera persona en estilo coloquial –como quien escribe una serie de cartas-, el libro es breve, y su lectura dinámica. Lo descarnado del texto realza las imágenes descriptivas, que se vuelen ciertamente emotivas en algunas escenas. A través de una prosa fluida, Chirbes se vale del tránsito de Ana para convocarnos a la reflexión sobre nuestro pasado familiar y nuestros afectos, tan necesario en tiempos donde la sociedad de consumo pareciera haber logrado imponer el individualismo y el tiempo presente como únicos ídolos a ser adorados. El bellísimo -y si se quiere, triste- final no está exento de una observación real y objetiva acerca de las jóvenes generaciones. Un libro para disfrutar y meditar.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Revivir el pasado. Ayer, Agota Kristof


El Aleph, 2009

        Me lo habían ofrecido en una librería en lugar de otro título más renombrado de la misma autora, hace más de dos años atrás, y lo dejé pasar –porque quería el otro, no éste-. Luego, fue Yossi Barzilai quien alentó esta lectura a través de su reseña y un posterior comentario. Al salir de vacaciones, decidí llevarme algunos libros recomendados por participantes de este espacio, de manera de tenerlos presentes, ahora que me habría de ausentar por dos semanas. Su corta extensión cubrió con creces mis dos horas de vuelo al destino elegido.

            Tobías no ha tenido suerte. Nació pobre, en un pueblo en el que su madre se prostituye por un plato de comida. Para colmo, en la escuela lo señalan y humillan debido a su condición. Una revelación que se convierte en secreto y un hecho de sangre lo obligan a cruzar la frontera, forjándose una nueva identidad. Ahora es Sandor, un joven que se gana el pan trabajando en una fábrica, desarrollando una tarea tan monótona como la vida que lleva y sórdida como el cuarto en el que vive.


Agota Kristof en Bahía López, Bariloche, Argentina

            En realidad, Sandor se recluye en una rutina abúlica para volverse insensible y así no tener que pensar en su pasado. Pero esa fortaleza imaginaria que le otorga la reiteración cotidiana se desmorona al descubrir el vacío que le confiere la soledad en la que vive. Por eso se refugia en una fantasía, en la que una mujer ficticia encarna sus deseos de una vida mejor. El tiempo, ese tirano burlón, le ofrecerá el reencuentro con la mujer amada, pero también con el secreto guardado que impide esa unión. Para peor, surge la propuesta de regresar al país de origen, con lo que Sandor, ahora nuevamente Tobías, deberá enfrentarse a su propio pasado, el que deseaba olvidar.

            Escrito en estilo coloquial de frases cortas, Kristof compone esta breve novela con muchos elementos autobiográficos y escasos recursos literarios. La construcción psicológica de su protagonista, que se debate entre la displicente indolencia del presente y una propuesta de amor futura que resulta irrealizable, es el gran acierto de este libro. ¿Qué pasaría si todo aquello que deseamos olvidar se nos planta un día frente a nosotros? ¿Cómo nos sentiríamos si los sueños se convirtieran en realidad en condiciones que hacen imposible disfrutarlos a pleno?

            Mientras leía en el avión, llegaban a mi las palabras que Enrique Santos Discépolo escribió en 1934,

                                “Novia querida, novia de ayer,
                                ¡qué ganas tengo de llorar nuestra niñez!
                                Quien más… quien menos…
                                pa’ mal comer,
                                somos la mueca de lo que soñamos ser.”

            Un libro rotundo, de neto perfil psicológico, propicio para la introspección y el encuentro con la esencia de uno mismo.

viernes, 21 de marzo de 2014

Hacerse hombre. El día antes de la felicidad, Erri de Luca


Sexto Piso, 2010

         Este libro me encontró cuando una tarde andaba en pos de otro título. Lo hizo con  deliberada premeditación –no estaba puesto de canto sobre el estante, con lo cual sólo vería el escueto lomo, sino que se dispuso inclinado, de manera de ofrecer a la visión parte de la portada-. Debe haber estado al tanto de que ya había leído otra obra del mismo autor y me había gustado. Hasta es posible que haya entrado en contacto con este espacio y así saber mi opinión. Lo cierto es que la experiencia anterior fue tan grata, que reincidí.

            El texto narra la historia en primera persona de un joven de dieciocho años, huérfano de padre y madre quien durante gran parte de su niñez estuvo al cuidado de don Gaetano, el portero del conventillo donde vive. Ambientada en Nápoles a mediados de los cincuenta del siglo pasado, el protagonista, ávido de conocimiento, disfruta de la asistencia a la escuela pública, donde puede aprender acerca del mundo, tanto como de los libros que don Raymondo, el bibliotecario, le ofrece para leer, sin costo alguno, con la condición de que los devuelva en buen estado.

            Pero las mejores enseñanzas las obtiene de don Gaetano. De él aprende el oficio de las reparaciones domésticas, el juego de la escoba de quince y parte de la historia napolitana, desde la resistencia al fascismo hasta la persecución de los alemanes en retirada. Pero también la solidaridad con los judíos perseguidos, el heroísmo de los involucrados en las revueltas antes de la liberación por los americanos y, fundamentalmente, una serie de experiencias resumidas en frases cortas, como ésta,

‘El futuro es un criado lento, pero fiel’

            Junto a don Gaetano –tan huérfano como él- descubre los avatares del amor; el inicio en el sexo; a jugarse entero sin medir consecuencias; a defenderse de la agresión; a poner el tesón en aquello que se ama. Aquél, capaz de leer los pensamientos de las personas, le explica que, si aprende a comprender los signos que los anuncian, puede identificar cuál es el día anterior a la felicidad. Porque toda felicidad tiene un antes y un después; no se sale de ella de la misma manera que se entró. Esa experiencia signa el derrotero que todo hombre ha de seguir.

           Es una novela de iniciación, del pasaje de la adolescencia a la adultez. Una vez que hemos madurado lo suficiente, debemos afrontar nuestro destino. La propia vida se encarga de conducir nuestros pasos –como los del protagonista-. En eso consiste el ‘hacerse hombre’, aunque su costo sea tener que abandonar todo aquello que fuera nuestro mundo cotidiano hasta entonces. Quizás ése sea el precio de alcanzar la felicidad.

           Es un libro lleno de historias, apreciaciones y circunstancias graciosas, con una multitud de elementos nacidos de la pobreza y de la observación minuciosa de las costumbres de un pueblo. Escrito en lenguaje ameno, con escasez de recursos y cierta presencia de vocablos napolitanos –explicados inmediatamente-, resulta maravilloso que en poco más de cien páginas se pueda desarrollar semejante trama. Por momentos, acudió a mi mente el personaje Totó, de ‘Cinema Paradiso’, una obra maestra del séptimo arte, tan entrañable como la presente.

           Párrafo final para lo conmovedor. Don Gaetano dice haber vivido en esta tierra, Argentina, durante veinte años, antes de volver a su Nápoles, y hacia aquí envía al narrador al momento de partir. Literalmente,

‘Don Gaetano echaba de menos la naturaleza que conoció en Argentina. Las llanuras donde las manadas pastaban libres, los relámpagos se estrellaban “a golpes de tarantella y la tierra era la pista de baile del cielo”. Ser huérfano era la condición natural, todos eran huérfanos, animales y hombres sobre una llanura tan vasta como un océano. Bandoleros, curas sin sotana, anarquistas, irlandeses. Argentina te quitaba del corazón la causa de tu viaje, te daba espacio a discreción. Las soledades regulaban el aliento de cara a los horizontes.’

           ¿Cómo puedo no amar este libro, que describe en este párrafo la sensación exacta que  percibe quien ha estado en medio de nuestra pampa una noche despejada, sin luna, con todas las estrellas a disposición? Luego, en poco más de tres páginas, captura la esencia de nuestras propias vivencias, las que hacen que uno las añore cuando se aleja del país. Realmente, ha sido un encuentro reconfortante tanto con nuestros orígenes inmigrantes, como de nuestro pasado local. Vaya por ello mi absoluto reconocimiento a su autor. Una obra inolvidable, para no dejar de leer.

sábado, 15 de marzo de 2014

Heterodoxias. Velocidad de los jardines, Eloy Tizón


Anagrama, 1992

          Este título apareció hace mucho tiempo; dicen que pocos tuvieron noticia de él por estas costas. Al lanzarse en el Viejo Continente un nuevo trabajo del autor alguien de la blogosfera refirió a éste. Estaba a punto de llevarme otro libro de la librería cuando lo vi y, en la solapada complicidad establecida entre su brevedad y mi curiosidad, me incliné por él.

           Confieso que me sentí perplejo, confuso, al concluir los dos primeros relatos, de un total de once que compila este libro, por cierto heterodoxo. A medida que me adentraba en ellos iba comprendiendo un poco más hacia dónde me llevaban. El libro está atravesado por un collage de imágenes que tienen mucho de desesperanza, de nostalgia evocativa, de infancia inconclusa y, por qué no, de ejercicio literario que intenta construir ficciones a partir de percepciones y sensaciones. Así, tanto puede servir a esos fines una carta para un escritor muerto, la búsqueda de un balneario en medio de una guerra, la alarma de un viajante, el sinsentido de una pareja en la que ella perdió la historia, una sociedad clandestina que trafica refugiados o la elección de la más linda de la clase del menos agraciado de los candidatos, entre otras.

            Con frases cortas que definen sentires y generan atmósferas, como microfotografías de objetos varios, unas superpuestas a las otras –una especie de ‘puntillismo’ que va delineando una figura más abarcadora que sólo se aprecia al tomar la debida distancia-, Tizón compone personajes cotidianos, cercanos a cualquier lector pero lejanos en sus circunstancias. Como si los cánones del relato hubieran sido abandonados o descentrados y se valiera de esa pérdida de nitidez para alcanzar una cadencia propia, una pulsión. Es esa forma desenfocada de la narración lo que la vuelve ajena y a la vez original.

         Particularmente, me han gustado los últimos relatos, donde con pocos elementos y magros recursos el autor logra transmitir plenamente la esencia de emociones y situaciones, haciendo que el lector se vuelva un espectador partícipe aunque silente de lo narrado.

         Fluido, con una prosa que mantiene cierto carácter poético y propone tiempos distintos según protagonistas y entornos, el libro adquiere sustancia al pasar las páginas. Quizá no del gusto del lector del cuento tradicional, pero sin duda novedoso y –asumo- algo vanguardista, resulta una bocanada de aire fresco para los cultores del género.