Baile del Sol, 2012
Viene
haciendo mucho ruido en la blogosfera desde hace tiempo; de hecho, lo compré un
año atrás. Parece ser que el gremio librero –constituido por asistentes de
ventas muchos de ellos estudiantes; lectores adictos todos- había detectado su
resurrección desde el olvido y no hubo uno de aquellos más allegados a mi que
no lo endiosara hasta la canonización y beatificación. Como me reconozco
miembro de esta religión, no podía eludir tantos buenos comentarios.
William Stoner nació en 1891 en una
granja cercana a Missouri. Su vida ha sido un fantástico resumen de lo que se
esperaba de él: colaboró con los trabajos de la granja junto a su padre en
medio de una pobreza digna; estudió en la universidad; contrajo matrimonio;
tuvo una hija; dedicó su vida a enseñar. No se enroló en la Primera Guerra
Mundial, cuando sus mejores amigos sí lo hicieron. Vive una vida acomodada.
Descubre el verdadero amor a través de una de sus colegas, a la que aventaja
notoriamente en edad. ¿Qué otra cosa podría pedirle a la vida?
Y sin embargo, Stoner no es feliz.
La vida, esa ansiosa que reclama decisiones todos los días, lo ve cumplir con
las reglas sociales pero sin imprimirle el carácter que se espera de una
persona que toma control, dominio absoluto de su futuro. Más bien, él parece
dejarse fluir por el acontecer, sin comprometerse con las imprescindibles
resoluciones que hacen la diferencia entre los que meramente pasan, de aquellos
que merecen ser recordados.
El único refugio contra la
mediocridad, la renuncia, el apego a la ‘normalidad’ son las letras. Enseñar
letras implica dejar la abulia para convertirse en protagonista. Si existe un
lugar donde Stoner puede ser él mismo es frente a su clase, libros en mano, y en
sus lecturas. No importan los avatares de la docencia: aplazo de un prohijado
por el Jefe de Carrera –con el común argumento de que ‘es discapacitado’, como
si eso confiriera de por sí idoneidad-; el consiguiente traslado a una cátedra
sin trascendencia y la revancha a través de un horario improcedente.
A la larga, cuanto más se empecina
en luchar contra los molinos de viento del sistema, más aislado se encuentra.
Una esposa despechada que confronta, una hija -absorbida por la madre- con
quien no comparte charlas ni el tiempo necesario para verla crecer, son tópicos
familiares –bastante extendidos hoy, por cierto- que acompañan a la falta de
reconocimiento de la tarea docente del protagonista, unido a la espera de su
jubilación, que liberaría a la Institución de sus exigencias para con el
alumnado y determinaría la renovación y modernización del área.
La vida ni siquiera le deja a Stoner
la posibilidad de elegir cuándo retirarse… y morirse. Vive su vida –y su
muerte- como algo ajeno a sí, como una ocurrencia del destino justo en el
momento de mayor relieve personal. La agonía, presente en todo el texto,
conduce a un final desvaído y delicuescente.
Un libro conmovedor, bien escrito, con una composición magistral de la psicología de sus personajes centrales, ideal para aquellos
que ejercen la docencia y para el entorno familiar, que a través de estas
letras podrán interpretar mejor el sentir de quienes poseemos vocación y nos apasiona educar.