El Aleph, 2009
Me
lo habían ofrecido en una librería en lugar de otro título más renombrado de la
misma autora, hace más de dos años atrás, y lo dejé pasar –porque quería el
otro, no éste-. Luego, fue Yossi Barzilai quien alentó esta lectura a través de su
reseña y un posterior comentario. Al salir de vacaciones, decidí llevarme
algunos libros recomendados por participantes de este espacio, de manera de
tenerlos presentes, ahora que me habría de ausentar por dos semanas. Su corta
extensión cubrió con creces mis dos horas de vuelo al destino elegido.
Tobías no ha tenido suerte. Nació
pobre, en un pueblo en el que su madre se prostituye por un plato de comida.
Para colmo, en la escuela lo señalan y humillan debido a su condición. Una
revelación que se convierte en secreto y un hecho de sangre lo obligan a cruzar
la frontera, forjándose una nueva identidad. Ahora es Sandor, un joven que se
gana el pan trabajando en una fábrica, desarrollando una tarea tan monótona
como la vida que lleva y sórdida como el cuarto en el que vive.
Agota Kristof en Bahía López, Bariloche, Argentina
En realidad, Sandor se recluye en
una rutina abúlica para volverse insensible y así no tener que pensar en su
pasado. Pero esa fortaleza imaginaria que le otorga la reiteración cotidiana se
desmorona al descubrir el vacío que le confiere la soledad en la que vive. Por
eso se refugia en una fantasía, en la que una mujer ficticia encarna sus deseos
de una vida mejor. El tiempo, ese tirano burlón, le ofrecerá el reencuentro con
la mujer amada, pero también con el secreto guardado que impide esa unión. Para
peor, surge la propuesta de regresar al país de origen, con lo que Sandor,
ahora nuevamente Tobías, deberá enfrentarse a su propio pasado, el que deseaba
olvidar.
Escrito en estilo coloquial de
frases cortas, Kristof compone esta breve novela con muchos elementos
autobiográficos y escasos recursos literarios. La construcción psicológica de
su protagonista, que se debate entre la displicente indolencia del presente y
una propuesta de amor futura que resulta irrealizable, es el gran acierto de
este libro. ¿Qué pasaría si todo aquello que deseamos olvidar se nos planta un
día frente a nosotros? ¿Cómo nos sentiríamos si los sueños se convirtieran en realidad
en condiciones que hacen imposible disfrutarlos a pleno?
Mientras leía en el avión, llegaban
a mi las palabras que Enrique Santos Discépolo escribió en 1934,
“Novia
querida, novia de ayer,
¡qué
ganas tengo de llorar nuestra niñez!
Quien
más… quien menos…
pa’
mal comer,
somos
la mueca de lo que soñamos ser.”
Un
libro rotundo, de neto perfil psicológico, propicio para la introspección y el
encuentro con la esencia de uno mismo.
Demasiada desgracia para mí, estos libros me hacen poner triste así que ahora lo dejo pasar aunque no es un "no" para siempre. Qué lujo de sitio.
ResponderEliminarBesitos viajeros para vos.
Es un buen libro, conciso, bien narrado e impactante. Tenlo en cuenta para momentos de reflexión, más que de tristeza.
EliminarImagínate en ese mismo lugar, ambos compartiendo una infusión o bebida y una charla acerca del libro. Sería impagable!
Un beso grande para vos!
Y esa escasez de recursos literarios se achaca al poco dominio de la lengua francesa que tenía la autora por entonces y aún así consigue obras redondas, creo que lo leíste como mejor se puede, del tirón, es una novela corta, una historia partida por la mitad, dos lugares, dos nombres, dos mundos, el cotidiano del protagonista y el de sus ensoñaciones. Das en el centro de la diana con la pregunta que lanzas. Genial reseña. Un abrazo :)
ResponderEliminarGracias por tus líneas, Yossi, y gracias por rescatarlo del olvido. En verdad, al leer las tuyas no quedaba mucho que agregar. Sí, puede que no dominara la lengua francesa, pero demuestra que no se necesita del cabal conocimiento de ella para armar una obra intensa en pocas páginas. Además, posee cierto carácter testimonial. Un fuerte abrazo!
EliminarNo puedo estar más de acuerdo, de hecho, es un tema que hemos discutido por aquí. Yo leí la versión original y más que carencias se aprecia la voluntad de testimonio.
EliminarY si de testimonios de los europeos centrales o del este hablamos, empezamos por Kundera y quién sabe en quien terminamos. Hay muchos; Hertha Müller, Bohumil Hrabal, Agota, etc. Parece que la lista no alcanza su fin. Y todos ellos han elaborado gran literatura.
EliminarHa leído hace unos días su libro autobiográfico "Analfabeta" y al leerte me daba cuenta de lo que le dices a Yossi de que posee cierto carácter testimonial: cierto, Agota trabajó en una fábrica, uno de sus peores recuerdos. Allí intentaba superar la monotonía dando rienda libre a la fantasía y cuando se le ocurría alguna idea para escribir la anotaba en unas hojas que tenía siempre a mano.
ResponderEliminarBesos
Creo que es el más autobiográfico de sus libros, Ana. En 'Claus y Lucas' todo es construcción literaria, por más que muchos de los elementos del relato se basen en la realidad y estén sólidamente ambientados. Qué bueno que hayas podido leer su autobiografía. Un beso!
ResponderEliminarLeí de este autor un par de obras pero esta no la he leído y me parece interesante. Ese carácter introspectivo y testimonial me atraen.
ResponderEliminarNo sé qué haría, por fortuna no hay mucho que quiera olvidar de manera dramática, pero siempre hay algo. Si se quieren dejar en el olvido, será porque es su lugar ¿no?
Un abrazo grande!!
O porque es preferible que estén allí y no presentes haciéndonos daño... El libro es tan rotundo como breve. Una buena lectura, sin duda. Un beso, Luna!
Eliminar