Muchnik, 2002
El autor parecía haberse puesto de moda entre lectores que alababan otra de sus obras, la que aun no pude hallar. Sí había leído -y gustado- la colección de relatos ‘La última noche’, cuya reseña publiqué en este mismo espacio. Cuando vi este título, no dudé en llevármelo, presa de una enorme curiosidad, pues se trataba de una edición anterior a la que circula desde hace poco, y de la que nadie, al parecer, ha hecho comentario aun. Quien golpea primero, golpea dos veces, dicen.
Es la historia de Phillip Dean, un guapo norteamericano de veinticuatro años, contada por un allegado, quien en base a comentarios del protagonista, fragmentos de su trato personal y una buena dosis de imaginación relata su idilio con Anne-Marie Costallat, una adolescente francesa de la que se enamora. Lo que en principio iba a ser una visita de un par de semanas para fortalecer el idioma, se transforma en un tórrido vínculo que perdura varios meses.
El contraste entre la vacua experiencia del narrador, testigo privilegiado de los sucesos, y la pasión desatada entre los personajes principales, resalta la trama sensual, que abunda en escenas de sexo juvenil y desenfrenado, descrito con buen gusto. Ambientada en la Francia de los sesenta, los hechos se van desarrollando a lo largo de una serie de pueblos –desde París a Nancy- los que Dean y su pareja van visitando, como dos hojas en la calle empujadas por el viento del amor.
La prosa de Salter es fluida, repara en detalles que brindan profundidad al relato pero no alcanza la intimidad que experimenté anteriormente. Si bien colorea de manera magnífica los pormenores y atmósferas de una relación condenada al fracaso desde su inicio, el desenlace si se quiere trágico resulta previsible.
Con algunos elementos operísticos que recuerdan ‘Madama Butterfly’, de Puccini, combinados con imágenes que bien podrían haber sido incluidas en la realización ‘Una relación pornográfica’, de Frédéric Fontayne, el libro discurre a dos aguas, entre un erotismo puro, sin igniciones, y una sensualidad carente de emociones fuertes. Lo que para Anne-Marie es el comienzo de un proyecto que podría concluir en una relación estable a futuro, para Dean no es más que el punto de partida del consabido deterioro que toda relación conlleva en el tiempo. Es ese cinismo de emprender un compromiso con el otro, sabiendo de antemano lo efímero y circunstancial que será, el que atraviesa las páginas. Como si esa mirada diametralmente opuesta basada en las diferentes expectativas de ambos confiriera al final una suerte de justificación.
De todas formas, resultan amenos tanto el argumento como el paseo por los distintos poblados de una romántica Francia, que siempre nos permite viajar en sueños.
Me lo apunto por el viaje, que siempre apetece, espero que la falta de profundidad y emoción no lastren el libro que si no...
ResponderEliminarBesitos para vos
No está mal, Norah, pero no me ha convencido. Cuando sólo se trata de sexo juvenil, no queda mucho lugar para otros condimentos y matices que puedan fortalecer el relato. Las descripciones de los distintos poblados y atmósferas te permiten viajar, eso sí. Un beso grande.
EliminarVeo que adolece en cierto modo de lo mismo que La última noche, de la que solo me gustó un relato. La gran obra de Salter para mí es Años luz que está a años luz d las demás ;) Este lotengo y supongo que lo leeré en algún momento, ya veremos. Un abrazo, Marcelo :)
ResponderEliminarMe pareció menos interesante que 'La última noche' y si bien está bien narrado, no alcanza suficiente profundidad. Ya conseguí 'Años luz'; ahora solo le resta esperar un poco. Un fuerte abrazo, Yossi!
EliminarEsa foto es preciosa!!! Qué bien acomodado está el libro en su lecho pétreo :)
ResponderEliminarNo tengo esta obra y no te veo entusiasmado con ella, pero si la encuentro igual me llevo a casa ese amor fugaz y tórrido en la Francia de los sesenta.
Besos!!!
A ver... quien más, quien menos, ha pasado en sus años mozos por una experiencia fuerte, de sexo a destajo y ganas de estar siempre con ese otro complemento de uno mismo. Como ejercicio de evocación, vale. Como propuesta cotidiana, no. A no ser que se tengan veinte abriles... Por otra parte, siempre trato que el entorno geográfico acompañe mis lecturas, en la manera que se me permita. Un beso, Luna.
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