Debate, 2015
I.
Aquél sábado 26 de
abril de 1986 desperté con la noticia de la avería del reactor ucraniano.
Supuse que mis alumnos me preguntarían algo sobre eso el lunes siguiente, con
lo que comencé a prestar más atención. No había Internet ni ningún otro medio
de información que las noticias que llegaban por TV o periódicos. Nadie parecía
saber bien nada. Pero yo sí sabía. Paradojas del destino, sólo habían pasado
poco más de dos años de defender mi tesis de Seminario, último bastión para
lograr graduarme de profesor de química. Había trabajado en ella durante todo
el año; su título era Reactores nucleares
de fisión. Supe que se abría una nueva era.
II.
Diez años después del terrible
accidente, Alexiévich entrevista a un enorme abanico de damnificados: esposas
de los bomberos que intentaron en primera instancia apagar el incendio del
reactor; personal destinado a liquidar los restos –escombros, casas, animales,
etc.- contaminados con los residuos radiactivos; pobladores que fueron
evacuados –muchos de los cuales han vuelto a sus lugares, aún a costa de sus
vidas-; soldados, miembros del Partido, científicos y todos aquellos vinculados
de alguna manera por cercanía u otros motivos con las zonas afectadas. Y lo
hace en forma de monólogos, es decir,
deja hablar al entrevistado, contándole cómo se vio afectada su vida por la
catástrofe, munida de una grabadora a cinta de la que ha desgrabado cada uno de
los testimonios.
III.
En sus cuatrocientas páginas desfila
no sólo lo ocurrido a quienes entraron en contacto con la intensa radiación
emergente –causa de muerte inmediata en no menos de treinta casos, y de
centenares tras pocos años-, sino también las consecuencias de las radiaciones
ionizantes, que provocaron malformaciones congénitas a nonatos, abortos
espontáneos y otras series de desgracias no menores.
IV.
Lo que asombra en la colección de monólogos es la incapacidad de la
población de hacer frente a un enemigo invisible. Todos aducen que la zona
evacuada aún conserva la belleza natural de sus tierras, bosques y ríos, su
flora y su fauna, y ellos no tienen acceso para regresar a lo que en definitiva
sigue siendo su tierra, su hogar… No pueden despojarse de su
historia y, para colmo de males, en los lugares donde fueron trasladados son
parias, a los que el resto de los habitantes mínimamente señala y muchas veces
elude el contacto.
V.
La autora deja bien en claro que las
autoridades soviéticas sabían perfectamente lo que habría de ocurrir con el
personal que envió sin la más mínima protección ni advertencia; falseando los
valores de los dosímetros, ocultando los efectos y cualquier información
relacionada. Además, expone cómo ha sido utilizada por el Politburó la supina
ignorancia de la población en materia nuclear en pos de obtener los brazos
necesarios para sepultar los restos contaminantes, fomentando el culto al héroe
y el patriotismo idiota, mal entendido. En este sentido, pone énfasis en la
responsabilidad de los gobernantes, quienes han convertido el accidente en un
crimen de lesa humanidad. No es de extrañar que esta tragedia –evitable desde
cualquier punto de vista- haya sido uno de los elementos disparadores del
desmoronamiento del mundo soviético, que perduró más de setenta años.
VI.
Finalmente, el libro es crudo y
desgarrador. Alexiévich demuestra que el ser humano no estaba –y aún no está-
preparado para enfrentar adecuadamente el problema nuclear que, sospecha, es la
herencia pesada que ha legado el siglo XX a los habitantes del futuro. Una obra
para abrir los ojos y despertar inquietudes.
NOTA:
Si bien la autora es de origen
bielorruso, la he incluido en este ‘2017, Año Ruso’ pues al momento de la
catástrofe Belarús era una de las repúblicas socialistas soviéticas, al igual
que Ucrania, donde tuvo lugar el hecho.
Al hilo de este libro, que no he leído aún, he comentado en otra ocasión el impacto que me produjo ver un documental sobre el desastre de Chernóbil, entrevistando a testigos del acontecimiento, afectados por la radiación, incluso algunas personas que todavía viven ahí, porque no tienen otra opción… y la visión de la ciudad desierta es espeluznante.
ResponderEliminarSi se toma distancia uno parece estar ante una de esas novelas distópicas de Ray Bradbury, mezcla de horror y ciencia ficción, pero esto es la vida real.
Cuando piensas lo fácil que puede ser mandar este mundo al carajo, a uno le entran escalofríos.
Impresiona lo que cuentas sobre tu tesis y el posterior desastre nuclear.
¿Cómo hubiera sido todo este desastre de haber ocurrido en la era internet?
Al menos, la falsa información que daba el gobierno, al momento, in situ, hubiese tenido su contrainformación inmediata, ¿no?
Un abrazo, Marcelo.
Cualquier documental que aborde la zona afectada es desolador; no sólo por su gente, sino por los mismos lugares. Imagino que debe ser muy duro ver que la tierra en la que has nacido o crecido sigue su curso y está negada para ti.
EliminarVerdaderamente sientes escalofríos! Basta con imaginar al tío Donald apretando el botón rojo -para que no lo invada la droga mexicana, o lo presione la prensa local, o lo fustigue Isis...-.
Respecto a mi tesis, creo que, parafraseando a Gabo García Márquez, ha sido una crónica de un accidente anunciado. Recuerdo someramente ese año -pasado entre captura eficaz, barras de zircaloy y moderadores- haberme preguntado si algún pelotudo (gilipollas) no provocaría una crisis semejante.
Yendo al rol de Internet, no creo que la globalización informativa hubiera permitido siquiera el atropello que significó el desconocimiento sobre el fenómeno. Estoy convencido - y Alexiévich se encarga particularmente de demostrarlo a través de otros testimonios- que el Politburó se valió de la ignorancia popular para mandar a morir -literalmente- a los enviados a 'liquidar' -palabra usada por los rusos- el tema del reactor.
Es por eso que el periodismo y la población en general deben tener los ojos bien abiertos. El poder se vale de cualquier cosa para satisfacer sus necesidades; sin importar el costo de vidas humanas.
Un fuerte abrazo, amigo Paco!
Hola Marcelo
ResponderEliminarValorando el trabajo de Svetlana Alexiévich, siempre me ha parecido el premio nobel, una especie de reconocimiento a una especie en peligro de extinción, el periodismo libre.El dominio político de esos años se ha convertido en el dominio monetario de los nuestros. Es posible que en Rusia y en cualquier otro sitio, se callen cosas dependiendo de si molestan al dueño del periódico o no, o mientan si es necesario. La lucha porque eso no ocurra, es la pelea de este siglo, porque, no creo que internet sea un lugar libre, el manipular una noticia, el darle más o menos importancia está en manos de cierta gente que no sé hasta que punto es valiosa, y aunque fuera así el hecho que llegue al público general depende de nuevo de los antiguos medios de comunicación(los tradicionales) porque, por ejemplo, aquí en España, un trending topic de twitter tan buscados, no pasa de compartir hashtag,, no más allá de 15 personas...Q
¿que llegan noticias más rapido? claro ¿son más libres? ¿son más independientes? no lo sé..
Gracias Marcelo por esta reseña, y por hacerme pensar..
Hola, Wine.
EliminarYendo a Alexiévich, pues sí, el Nóbel en más de una ocasión rescata o fortalece a la persona que se ha atrevido a hacer frente al poder. Recuerdo el de Saramago particularmente, excomulgado por la Iglesia Católica y tildado de blasfemo por escribir esa pequeña maravilla llamada 'El Evangelio según Jesucristo'. En el caso de Alexiévich, han premiado la voz disidente.
Respecto de Internet no me engaño tampoco. Lo único que permite es que la noticia viaje más deprisa, pero la fuente de la misma... hum, no siempre es confiable.
Coincido contigo: la pelea por la tendencia de los medios y el valor de verdad de la noticia será la lucha de este siglo, sin importar a quién respondan esos medios. Ningún medio es independiente; siempre obedecen a una visión parcial de la realidad que es la que se nos quiere mostrar -y que compremos-. El poder del que gozan es muy grande; son capaces de ascender de la nada a cualquier figura con tal de perpetuar sus intereses o bien de desestabilizar el gobierno de cualquier lugar si se lo proponen, por manipular la opinión pública a piacere.
Lo bueno de escribirte es que tú también me haces pensar. Gracias por alentarme.
Un gran abrazo, Wine.
La he reseñado en mi otro espacio hace poco, además usando este estilo por puntos que has adoptado. Creo que no he leído nada tan duro como estas Voces de Chernóbil. Quedé impresionada y conmovida por muchos motivos, algunos de los cuales los apuntas tú en tu reseña.
ResponderEliminarHe leído de esta autora el Homo Sovieticus y también me pareció espléndida, así que desde mi punto de vista, un nobel merecido.
Abrazos!!
Acabo de leer tu reseña y veo que coincidimos bastante. El libro de Alexiévich que citas -recuerdo tu reseña- ha de cerrar la pentalogía dentro de algunas semanas.
EliminarYo también considero que el Nobel es merecido; máxime, para quien se encargó de (d)escribir lo que el gobierno comunista ha querido ocultar, aún con el aparato represivo en uso. A otros, por mucho menos, les ha costado la vida...
Un gran abrazo, U-to!
He visto el documental que hizo Cuarto milenio aquí en Tv. La verdad es que el tema es sobrecogedor. Las imágenes que mostraban eran impactantes, en especial las de los lugares abandonados de repente como detenidos en el tiempo. Es cierto que el lugar tiene cierta belleza pero es todo tan triste y trágico...
ResponderEliminarYa imaginarás que no he leído nada de la autora, pero no la descarto.
Besitos
Por este espacio ha de pasar en breve toda la obra en español de Alexiévich; si tienes un poco de paciencia, podrás elegir aquello que te venga mejor.
EliminarNo he visto el documental pero sí las imágenes de las ciudades. Espero que tomemos conciencia que jugar a aprendiz de brujo nos puede costar muy caro.
Un abrazote, Norah.