Eterna Cadencia, 2016
I.
El suicidio vende. O mejor, el
suicida vende. Si es un escritor suicida, vende más. Y si su obra tardó en
publicarse algunos años después de muerto, como el caso de The Confederacy of Dunces, de John K. Toole –libro divertido, pero
sumamente sobrevaluado-, se vuelve un superventas. ¿Será el destino de Levé?
II.
En poco menos de un ciento de
páginas, Levé desgrana su vida. Lo hace en frases cortas, a medida que surgen
en él detalles que contar. Como si todo fuera una serie de instantáneas que se
ha encargado de dejarnos para que empaticemos, tomásemos distancia, repudiemos
y, en definitiva, nos involucráramos como lectores en los pormenores de su vida
cotidiana; antes de que tomase la fatal decisión de suicidarse, claro. Lo que
dio lugar a otro libro –al que no tengo aún acceso-, bien destripado por Ana
Blasfuemia, lectora disparadora de esta lectura.
III.
Su estilo narrativo recuerda el de
algunos autores norteamericanos, basado en sentencias breves y secas, en la que
abundan afirmaciones, negaciones, pequeñas anécdotas, sarcasmos; así, nos brinda una
minuciosa idea de su visión del mundo, de sí mismo y de la sociedad que le
rodea, situada hacia 2004, cuando el autor contaba con treinta y nueve años.
IV.
Sus opiniones, donde ningún tema queda afuera,
se suceden sin solución de continuidad. Mezcladas de forma ecléctica -como alguien que se esfuerza en recordar sobre
qué no se ha expedido aún para añadir algo sobre ello-, recogen pensamientos,
juicios críticos, ilusiones, contradicciones y toda una vaguedad de impresiones sobre cada tema abordado, en una suerte de catarsis
literaria que acaso pudiera permitirle hallarse a sí mismo.
V.
En lo personal, no resto mérito a
Levé en la manera elegida de dirigirse a los lectores. Ha encontrado una voz propia, original, para exhibir su forma de ver el mundo. Pero cuestiono firmemente el
contenido: no aporta nada memorable. Sospecho que cualquiera que hubiera tenido la oportunidad de ganarse la vida como
pintor, escritor y fotógrafo, viajar y conocer mundo y adquirir una vasta experiencia de
vida en sociedad, podría haber escrito algo semejante. Tal vez mejor. Un libro tan breve como la vida de su autor, lleno de pinceladas impresionistas.
Hola Marcelo
ResponderEliminarMal me lo pones con tu reseña de este libro, con tantos libros por leer uno puede y debe huir de los que, así de principio, no parecen del todo atractivos para leer. Además teniendo en cuenta, habiendo hecho un repaso de tus reseñas, que tenemos muchas coincidencias, en lo leído, en lo que tengo por comprar, y en lo que está esperando que se lea. Lo que más ilusión me ha hecho es encontrar ¡por fin!!!! alguien que ha leído a Brautigan... ;);) También coincidimos, no tan estricto o preparado como tú, en el “año de la literatura rusa” de la cual admiro tu valentía con “el don apacible” ;).
el mio se basa en poquitas cosas que tengo en rampa de salida o rampa de llegada : mi favorito que es Viktor Pelevin, y Aksionov (Saga moscovita), Sokolov (escuela para idiotas) y Bitov (Casa Pushkin).
Por lo demás me ha resultado un auténtico placer leer tus reseñas, y, lo que es mejor, que me quedan muchas por leer,..
un abrazo
Comparto tu comentario, Wine. No debiera uno perder el tiempo en lecturas intrascendentes. Pero nadie te lo advierte, hasta que tú mismo te das cuenta.
ResponderEliminarYendo a Brautigan, ha sido una inyección de ánimo; de esas que celebras porque supone que nada está perdido, por más que tengas una mente febril.
Respecto de Shólojov -genial; has observado detenidamente la fotografía- contaré la anécdota de cómo me hice del ejemplar en el primer párrafo. No tiene desperdicio.
Quizás incluya a Aksionov, aunque me amedrenta el volumen -sabes a qué me refiero-.
Gracias por darte una vuelta por aquí; espero que pueda aportar algo más a tu bagaje de lecturas.
Recibe un fuerte abrazo.
Hola Marcelo. Muy cierto lo que afirmas al principio, a veces ocurre que un episodio trágico como el suicidio sobrevalora la obra de algún autor.
ResponderEliminarIndependientemente de que la calidad literaria sea buena o mala, es sorprendente la cantidad de escritores y escritoras que acabaron suicidándose.
Seguro que si buscas por tus estantes encuentras más de uno.
Por cierto, contigo y Wineruda... Nunca hay que olvidar la libreta y el boli! :)
Cuidate pibe.
A veces, Paco, no es tan relevante el contenido de un libro, o de la obra de un artista, pero comienza a contar tras su suicidio. Afortunadamente, no ocurre en todos los casos; Mishima y Kawabata ya eran reconocidos literatos antes de poner fin a sus vidas. Me quedé pensando en D. F. Wallace...
EliminarEl estilo elegido es rescatable, aunque otros escritores lo han puesto de moda.
Un fuerte abrazo, campeón!