Cátedra, 2006
Para
proseguir con mi Año Ruso, rescato del olvido a otra luchadora. En esta
ocasión, una edición analizada y comentada de un magnífico trabajo que, como
señalé en el primer párrafo de cuando fue escrito (2010), acompaña a las letras
de Mandelstam, ya rescatado con anterioridad.
Fue el año pasado cuando, en este
mismo espacio, anuncié mi desembarco en la poesía rusa contestataria al
gobierno soviético stalinista, con una obra de Osip Mandelstam. La lectura del libro
no sólo despertó mi curiosidad acerca del movimiento literario del que era uno
de sus adalides, sino también de la lucha entablada por su amiga y compañera,
Anna Ajmátova.
Así como Mandelstam, que sufrió la
persecución estatal y padeció en carne propia el destierro y condena a trabajos
forzados –que le valieron la muerte- por negarse a ser parte de la burocracia
soviética y adulador del régimen, de la misma manera Ajmátova supo del
fusilamiento de su esposo, el arresto de su pareja posterior y la detención y condena
a un campo de trabajo en Siberia de su hijo, por iguales razones que su amigo
poeta. Representantes del modernismo ruso, embarcados en la corriente acmeísta
de abordar asuntos reales con palabras claras, ambos trabajos resumen su
trayectoria y, con ella, todo un período que se dio en llamar la Edad de Plata
de la cultura rusa.
Réquiem,
escrito entre 1935 y 1940, es un poema estructurado en diez cantos, provisto de
un Prólogo y un Epílogo, una introducción en prosa, un Epígrafe y una
Dedicatoria. Todo el poema representa un Calvario, un camino hacia la
crucifixión donde el dolor se transfigura en imágenes de la Madre y el Hijo.
Narra la historia de la propia Ajmátova tras diecisiete meses en las colas de
la cárcel llevando paquetes de comida a su hijo, única forma de saber si aun
seguía vivo. Pero lo destacable es que Ajmátova y su vástago, se convierten así
en una versión moderna de la Madre –la Virgen- y el Hijo –Cristo-, en medio de
la realidad de la crueldad del régimen soviético, acostumbrado a acallar
cualquier atisbo de rebelión o disconformidad. Por otra parte, al no poder ser
publicado ni escrito –lo que supondría el mismo destino de los demás- el poema
se trasladó de boca en boca, rescatando así la tradicional oralidad de la
poesía rusa.
Poema
sin Héroe es un tríptico biográfico, poético e histórico escrito entre 1940
y 1962 lleno de voces pero sin protagonista principal, una colusión entre
diversos fragmentos de las artes rusas, danza y ballet, música, poesía y vida
social. Consta de una Primera Parte dividida en cuatro capítulos -con un
intermedio y un postfacio-; una Segunda Parte constituida por veinticuatro
stanzas –de las que faltan dos, como en la novela de Pushkin y una Tercera
Parte, a modo de Epílogo. Lo más importante es que el héroe o rol protagónico
no existe porque está muerto o detenido por el régimen autoritario; es su
espectro o su silencio el que habla. La belleza de los versos y la multitud de
referencias a otras obras hacen del Poema una obra maestra,
“¿Acaso no cruzamos con
la mirada
nuestros claros ojos de
antaño?
¿Acaso no me dirás de
nuevo
La palabra
Que venció
A la muerte
Y que es la clave del
enigma de mi vida?”
Esta edición incluye, además del
consabido análisis literario previo, una Addenda al Poema y un Libreto para
Ballet.
El libro se vuelve un testimonio
desgarrador del dolor del pueblo ruso y, a su vez, su propia representación. Es
que cuando el poder deviene omnímodo, la resistencia a la opresión se refugia
en las barricadas que ofrece la literatura como último canal de expresión.
Hola Marcelo
ResponderEliminarHace poco, hace unos días, le decía a una buena amiga, no acerca exactamente de este libro, pero sí de uno que sacó Galaxia Gutenberg: “El canto y la ceniza” que es una antología de Anna Ajmátova y de Marina Tsvetáieva, en la que aparecen estos dos poemas; le decía, más o menos, que me limito la lectura de ese libro, porque me pone triste. No puedo leerlo ni demasiado tiempo ni demasiadas veces, porque me apena. Me invade esa sensación de oscuridad que no puede ni alumbrar la belleza de los poemas, me recuerda siempre que abro sus páginas a esos días en los que salías a la calle, de madrugada, y había nevado, nadie había pisado casi la calle, y parecía que había un silencio que emanaba la propia nieve, y parecía que el mundo se había detenido bajo aquel espesor, y que todo era del mismo color, uniforme. Al poco, cadenciosa, volvía a caer la nieve, y a pesar de su belleza, como la de los poemas, no podías dejar de pensar en que estabas más solo que nunca , esa madrugada, con los faroles de la calle que se reflejaban casi sangrientos en lo blanco, y el único sonido el de tus pasos, agrietando la nieve: solos tú y el mundo, como Ajmátova, a pesar de todos y todos, ella con su pequeño mundo cerrado, lleno de muchas madrugadas con nieve y faroles que reflejaban injusticia y tristeza en ella.
Gracías Marcelo por enseñar tu afilada mirada hacia Ajmátova. Mi muy admirada Ajmátova.
Hola, Wine.
EliminarRecuerdo la imagen que vino a mi al leer este libro. ¿Has visto la ciudad de Prypiat, evacuada por el accidente de Chernóbil, donde todos sus edificios vacíos son uniformemente grises, incluido el parque de diversiones? Pues ésa ha sido. No tengo nieve nunca a mi alrededor, pero se de qué hablas; ese silencio absoluto.
Hay poco de Tsvietáieva por aquí, aunque espero hacerme de algo.
Más allá de la tristeza que genera Ajmátova, sus poemas son dos faros en medio de la total oscuridad.
Gracias a ti, por darte una vuelta y dejarnos tus líneas tan sentidas.
Un abrazo.
Me permito irrumpir aquí. La coincidencia de Ajmátova ya es una gran coincidencia, pero acabo de leer de Svetlana Alexiévich, Voces de Chernobil, una de las lecturas más duras que recuerdo en años y tú haces referencia a ese hecho en relación a Ajmátova... Increíble.
EliminarAbrazos!!
Vaya! Parece que estamos en sintonía! La reseña del libro de Alexiévich ve la luz en este espacio el próximo domingo... Y la imagen que le cito a Wine ha sido el elemento disparador de su lectura.
EliminarMás que increíble!
Un beso enorme, U-to!
Hola, Marcelo.
ResponderEliminarCuando uno está receptivo y disfruta con la poesía, aunque en este caso sea escrita desde el dolor, ésta penetra en la cabeza con la contundencia de una bala, pero en vez de matarte, va iluminando las zonas oscuras del cerebro, dejando resquicios de vida donde todo parece yermo.
Creo que toda la poesía rusa, en mayor o menor medida, lleva esa impronta sombría que siempre se cierne sobre el pueblo ruso. Hay "dolores" que solo pueden ser expresados desde la poesía. Hay que "escuchar" a Ajmátova, y sentirla. Siempre nos pones en el buen camino, Marcelo.
Abrazo!
Hola, Paco. Suscribo cada uno de tus párrafos. La poesía rusa está impregnada de dolor y sufrimiento. Es que, parece, ese pueblo ha tenido pocas ocasiones de sentirse feliz, algo, por otra parte, tan efímero y fugaz.
EliminarSigo mi derrotero por sendas rusas. Maldigo mi imposibilidad de leer en lengua original.
Apróntate para lo que viene!
Un fuerte abrazo, pibe!
Uno de esos libros que jamás se me ocurriría mirar siquiera. Pero me gusta tanto cómo lo cuentas tú. Lo malo es que son historias muy duras y tristes. Pero estoy aprendiendo mucho con este viaje ruso.
ResponderEliminarBesitos, profe.
A medida que te adentras en la literatura rusa, pareciera que los días soleados son pocos en comparación con los gélidos o nublados, Norah.
EliminarNo obstante, hasta el más sigiloso silencio contiene algo de belleza. Espero que tengas el temple de seguir mi derrotero anual, aunque sólo sea a distancia.
Un beso grande, Guapa.