Alianza, 2012
I.
Este tercer volumen de la tetralogía
abre en Bangkok hacia 1940. El país ha cambiado su nombre –Siam- hace un año y
Shigekuni Honda, con cuarenta y seis años a la sazón, por motivos meramente
profesionales debió viajar hacia allí, para enfrentar una causa contra sus
defendidos –una cuestión de derecho internacional de una empresa comercial
japonesa-. La ciudad contiene numerosos templos budistas, entre los que destaca
el que da origen al libro, al otro lado del río.
II.
En esta ocasión, Honda se encuentra
con una descendiente de uno aquellos príncipes de Siam que habían ido a
estudiar a Japón, junto con él y con su amigo Kiyoaki Matsugae, cuya historia
había acabado tristemente. La princesa Ying Chan, una niña de siete años,
parece retrasada, pero ni bien se reúne con Honda, le hace saber que es la
reencarnación de Isao Iinuma, por más que deba acudir a un intérprete que le
traduzca. Esto despierta nuevamente en él la curiosidad sobre la posibilidad
real de la transmigración de los cuerpos.
III.
El libro se divide en dos partes. En la
primera, asistimos a las peripecias de Honda en tierras extrañas y su regreso a
un Japón bombardeado por los aviones norteamericanos. En la segunda, se narran
los sucesos en la finca que Honda ha comprado años después, en Gotemba,
Ninooka, frente al monte Fuji, y las fiestas y celebraciones que tienen lugar
en ella mientras perdura la ocupación norteamericana. La reaparición de la
princesa, con su mayor esplendor debido a su juventud, alimenta las fantasías
de Honda quien, presa de su curiosidad, se convierte en una suerte de voyeur.
IV.
Todo el texto mantiene el estilo
literario de los volúmenes anteriores, como si la obra completa hubiera sido
escrita de un sentón. En este caso, se analiza detalladamente la posibilidad de
la reencarnación –una creencia extendida en el Japón- y se debate sobre
religión; sobre cómo el hinduismo fue prevaleciendo sobre el budismo, las características
del karma, del samsara y otros pormenores, en los que Mishima se esfuerza para
despertar nuestro interés sobre teología oriental, sin lograrlo.
V.
Por último, hacia el final deriva en
connotaciones sexuales, donde el sacrosanto ex juez Honda se descubre un mirón,
alguien que observa las escenas de sexo ajeno a través de una perforación entre
paredes. La consiguiente decepción de sus fantasías y la desaparición de todo
ese mundo sensual por un incendio, no obstan para sostener que la obra retrata
con fidelidad los cambios suscitados en el Japón de posguerra, a punto de
rebelarse contra las fuerzas de ocupación. Un libro más que interesante.
La reencarnación es uno de esos temas ampliamente abordados en la literatura nipona, así que era de esperar que Mishima lo llevase a su obra, eso sí, pasando por el tamiz de su compleja e inasible personalidad, algo que a veces espanta a muchos potenciales lectores.
ResponderEliminarYo, una vez catado el universo Mishima, me declaro incondicional del escritor, siempre me resulta seductor... y un punto inquietante, por eso me atrae su forma de narrar.
Agradezco que nos lo acerques, una vez más ;)
Un fuerte abrazo, Marcelo!
Hay una discusión teológica sobre budismo e hinduísmo que a nosotros, occidentales, puede no sernos de interés, pero Mishima estaba al tanto de lo que comentaba, sin duda.
EliminarSu prosa, como siempre, es exquisita. Me alegra saber que eres un incondicional suyo, Paco. Vale la pena leerlo.
Un gran abrazo, amigo!
Siempre he pensado, cuando escribo un cuento o una poesía o un texto cualquiera, dónde empiezan mis obsesiones y dónde empiezan la recreación artística, es decir si lo que escribo lo invento como un texto atractivo, digamos, o es un texto fruto de mis obsesiones, profundas. EN el caso de muchos escritores, la trampa o digamos la mentira "de ficción" se descubre rápidamente, como en MIshima, ( pongamos como en los llamados "Poetas confesionales" Plath, Lowell, Sexton Snodgrass,) su discurrir es violentamente real, o desnudo de todo "truco que no responda a su visión" es quizás lo que más me atrae de estos escritores y poetas, se desnudan, y caen “al abismo”
ResponderEliminarun abrazo
cuídate Marcelo
Tan cierto como lo expresas, Wine. Es más, creo que Mishima se esfuerza por no evadir al lector con trucos de ninguna índole; lo requiere enfocado en lo que narra. Indudablemente, para los tiempos que corren, entre las prisas y las presiones cotidianas, resulta difícil una lectura que solicita tanta atención.
EliminarSospecho que, una vez desnudo, expuesto tu pensar, tu sentir a la vista del resto, nada ya puedes entregar. Y el suicidio de Mishima -como de tantos otros- confirman esta visión.
Lo que más admiro de ellos es la coherencia entre pensares y sentires, con los hechos de su vida.
Un abrazo, Maestro.