Alianza, 2002
II.
Quería concluir esta trilogía con la
relectura de este afamado título de Dostoyevski. En sentido estricto, es algo
más que una novela; es un debate continuo entre el gnosticismo religioso y la
creencia en Dios llevado al paroxismo; es un cuestionamiento sobre la moral
humana y cuáles deben ser sus límites; es asimismo el testamento de las propias
ideas que el autor nos lega acerca de las pasiones humanas, la bondad y la
justicia.
III.
Fiódor Pávlovich Karamázov es un
hombre egoísta, codicioso y avaro, ocupado más en vivir la vida y en cómo hacer
fortuna que en la crianza de sus hijos. De su primera esposa nace Dmitri quien,
al fugarse su madre al poco, es criado por Grigori y Marfa, sirvientes de su
padre. De la segunda esposa, provienen Iván y Alexéi, a los que deja en manos
de otros parientes al morir aquella. El cuadro familiar se cierra con Smerdiakov,
un presunto hijo bastardo de Fiódor, que sufre de epilepsia.
IV.
Dmitri (Mitia) encarna al hombre
gobernado por las pasiones, incapaz de meditar sobre su vida, juerguista,
canalla pero generoso de corazón. Oficial del ejército, sólo necesita dinero
para derrochar, sin preguntarse jamás cómo ganarlo. Iván, un intelectual con
preparación académica, posee ínfulas de filósofo y descree prácticamente de
todo. Alexéi (Aliosha) es un alma pura e inocente, quien intenta amar a la
humanidad –para lo cual ingresa en un monasterio- sin dejar de observar y meditar
sobre los actos humanos, aún a pesar de su juventud. Smerdiakov es un cobarde y
engreído que bajo una máscara de fidelidad se presta al desprecio y la
traición.
V.
Ambientada en un entorno rural hacia
fines de siglo XIX, los problemas se presentan entre Mitia y su padre merced al
dinero que el primero debiera recibir en herencia de su madre –cesión a la que
Fiódor es mezquino-. Para peor, ambos protagonistas parecen enamorarse
perdidamente de la misma mujer, una aldeana atractiva y calculadora (Grúshenka),
que juega con uno y otro. A esto hay que sumarle la presencia de una orgullosa
y joven heredera (Katerina), despechada por la renuncia de Mitia a su amor. La
necesidad imperiosa de dinero de éste, unida a la sospecha de que el padre no
ha sido justo con la provisión de la herencia, se convierte en una seria
amenaza de muerte para Fiódor.
VI.
El tema del parricidio aparece entonces como nervio conductor de la narración.
La incontinencia verbal de Mitia, pasional e irreflexivo, se contrapone con la
figura de Fiódor, lujurioso y taimado, de manera que la tensión entre ambos
crece con el correr de las páginas. El desenlace se anuncia desde el inicio.
Los personajes secundarios, con sus aportes, fortalecen esa tensión y permiten
al autor expresar algunas reflexiones de interés. Él mismo se vuelve narrador
de los hechos, haciéndose presente en ciertos momentos para efectuar
aclaraciones al lector o explicar por qué soslaya –o no se explaya– en algunas
escenas.
VII.
Existen varios planos a destacar.
Primero, la maravillosa construcción psicológica de cada personaje. Dostoyevski
dota a cada uno de ellos con un arquetipo perfectamente delineado –el pasional
aunque generoso, la altiva despechada, el intelectual introvertido, el inocente
bondadoso, el patán adinerado, la frívola calculadora, etc.-, tejiéndolos con un
arte rayano en la filigrana. Después, están las argumentaciones morales que
pone en boca de los protagonistas acerca de la existencia (o no) de Dios; entre
ellos, el leit motiv de la obra: si
no existiera, todo estaría permitido.
Además, el autor aprovecha el debate para criticar el rol de la Iglesia –traidora
de las enseñanzas de Cristo-, dejando entrever el juvenil nihilismo ruso y la
pujante necesidad de un cambio social. Por último, las fundamentaciones –jurídicas
y psicológicas- de los abogados durante el juicio se encuentra entre lo más
granado de la obra, junto a la alocución final de Aliosha, tan esperanzadora
como emotiva.
VIII.
En estilo coloquial y ameno, la
lectura posee la fluidez necesaria para que el texto, de más de un millar de
páginas de la presente edición, no se vuelva tedioso. La traducción a cargo de
Augusto Vidal parece apegarse al original, por más que la preservación del
estilo le haga perder cierta dosis de frescura. En conjunto, la novela resulta
colosal; una obra maestra de la literatura. Todo buen lector debiera brindarle
una oportunidad. En lo personal, la mejor novela que he leído en mi vida.
I.
Enero de 1997 en las sierras de San
Luis, Argentina. Semana de vacaciones veraniegas en un hotel cuatro estrellas,
dotado de spa, piscina al aire libre y un extenso parque verde provisto de
iluminación nocturna. La pareja había quedado exhausta tras una excursión
larguísima. Tomaron un baño y salieron a cenar. Al volver a la habitación, ella
se quedó dormida ni bien reposó su cabeza sobre la almohada. Él decidió
concluir el libro que tenía entre manos, yendo al parque a leer. Hora y media
después, entró sigilosamente al cuarto. En silencio y a oscuras, depositó el
libro y su ropa en una silla. Se tendió y apoyó en el respaldo de la cama. Las
lágrimas que bañaban sus ojos comenzaron a fluir lentamente por sus mejillas.
La magia de este libro.