jueves, 15 de diciembre de 2011

Cómo nos duele la pérdida. El mar, John Banville


Anagrama, 2007

           Fue el contacto con un minúsculo esbozo aparecido hace ya unos años en una revista dominical que acompaña a un periódico local, en el que se lo ponderaba. Ganador del premio Man Booker 2005, la escasez de sus páginas como el alentador comentario prometía una buena y concentrada lectura. Para esto, ya había desgranado otro título del mismo autor, anterior al presente. Por eso volví a incursionar en el universo de Banville. Y no me defraudó; para nada.

            Esta novela es tripartita y narrada por completo por su protagonista. Por un lado, es la historia de Max Morden, su hija Claire y su esposa Anna -afectada por una dolencia en su fase terminal- en las circunstancias previas a la muerte de esta última. Por otro, hay una evocación de Morden –hombre ya maduro y en los inicios de la decadencia- respecto del despertar sexual en su pubertad, ocurrido con la familia Grace durante uno de los veraneos que solía pasar junto a sus padres. Finalmente, está la realidad de su propia vida presente, que transcurre -por decisión personal- en las instalaciones que han servido a aquella familia Grace como su lugar de veraneo, medio siglo antes. Todas ellas se intercalan, logrando un entretejido que posee elementos de digresión, pero que se suceden sin solución de continuidad, formando una trama sólida, compacta.

            Lo que subyace es la incapacidad del personaje principal de hacer frente a la muerte de su esposa. En realidad, ése ha sido el motivo por el que ha vendido su casa y se ha trasladado a ese lugar al que nadie con recursos suficientes –semejantes a los suyos- acudiría a concluir su vida. Es esa necesidad de esconderse la responsable última de su evocación infantil; como si sólo pudiera refugiarse en un pasado remoto que lo apartase del insoportable dolor que le supone la pérdida de quien no ha sido únicamente su cónyuge sino también, en gran medida, su alter ego.

            Pero es también el repaso de su vida que, en muchos aspectos, ha dejado que desear o, al menos, no ha sido todo lo exitosa que sus allegados consideran. Un ser que se reconoce mezquino, sin grandes talentos, con una vida acomodada, más debido a la fortuna que al sacrificio. Alguien que hubiera querido ser otro, pero sin el coraje necesario para intentarlo. Un hombre que necesita imperiosamente saber qué tienen de común el amor y la muerte para esclarecer por qué aquel recuerdo infantil continúa rondando, a la vez que le permita enfrentar el dolor de la ausencia con entereza.

            Destaco la prosa de Banville, poética a ultranza –y agradezco al traductor por haber realizado semejante esfuerzo-. Las imágenes tanto como las escenas que tienen lugar son descriptas de tal manera que parecen fotografías panorámicas, donde el lector puede insertarse y participar siendo mudo testigo de lo que acontece y percibe,

“El sol de otoño caía sesgado en el patio, y los adoquines emitían un resplandor azulado, y en el porche una maceta de geranios producía las últimas flores encarnadas de la estación.”

            Además, párrafo aparte merece la oralidad con que fue escrito el texto, capaz de hacernos creer que Morden nos está hablando literalmente a los lectores, con la cadencia y la contradicción propia de quien está meditando lo que dice:

“Su consulta, no, sus habitaciones, uno dice habitaciones, al igual que uno le llama señor y no doctor…”

            Hacia el desenlace, el relato se vuelve previsible, con la evidente intención de Banville de capturar desprevenido al lector, algo que no logra. Él mismo lo declara, a través de Morden,

“Después de todo, ¿por qué iba yo a ser menos susceptible que cualquier otro escritor de melodramas a la exigencia del relato de un hábil giro que lo concluya?“

            De todas maneras, es una de las mejores novelas contemporáneas que he leído en los últimos años. La prosa jugosa y bien utilizada, acompañada de un estilo narrativo frontal, sin fisuras, con sutiles tonos poéticos, proporcionan un deleite no menor al que suscita la trama. Recomendable ciento por ciento.

Marcelo Zuccotti

jueves, 8 de diciembre de 2011

Realismo tradicional japonés. Rashomon y otros cuentos, Ryünosuke Akutagawa

Centro Editor de América Latina, 1970

            Lo encontré en una mesa de usados en un puesto ubicado en un parque, junto a una colección de otras tantas obras célebres, y lo llevé por no ser material fácil de hallar. La motivación hacia su lectura era doble. Primero, porque me recordaba el film dirigido por Akira Kurosawa que, basado en este título, obtuvo el galardón del Oscar a la mejor película extranjera en 1951 y, luego, por ser uno de los casi desconocidos libros que compone la no menos que discutible selección que destaca los “1001 libros que hay que leer antes de morir”.
            Este minúsculo texto de 92 páginas, a pesar de su rústica edición y del deterioro natural de más de cuarenta años de uso –estimo que por más de un asiduo lector- comprende cinco relatos escritos entre 1915 y 1919 por un autor dotado de sensibilidad no sólo para la narración de los hechos sino también para la creación de atmósferas adecuadas a la inserción de cada historia. Así, “Rashomon”, el primer cuento -que da origen al título- toma lugar en un edificio desvencijado de Kyoto, epicentro de los devaneos de un hombre que, siendo despedido por un samurai a quien servía, se debate entre el hambre y la muerte o la ignominia de convertirse en ladrón.
            En “La nariz” se narra el acontecer de un sacerdote al que la naturaleza lo dotó con una apófisis tan prominente que alcanza el propio mentón; de allí, la acción se desplaza a sus discípulos y a su afán de dejar de ser el centro de bromas. Luego, se pasa a “En el bosque”, donde se cuenta la historia de un asesinato, reconstruido a través de testimonios de personajes circunstanciales sometidos a sendas declaraciones frente a la policía -este cuento es el que toma Kurosawa para llevarlo a la pantalla-. La conquista amorosa que deviene en desprecio es el tema central de “Kesa y Morito” y, finalmente, con un relato que consta de veinte capítulos y ocupa la mayor parte del libro, se entrelazan soberbia, maldad y poder entre un hombre prominente y su pintor en “El biombo del Infierno”.
            Ambientados en el Japón tradicional de inicios de siglo XX, todos los relatos presentan esa característica típicamente oriental: la voz en off de los propios personajes que se cuestionan a sí mismos acerca de cómo actuar en el futuro inmediato, o las reflexiones sobre los motivos que condujeron hacia la tensa situación actual que, por otra parte, se vivencia como inminentemente trágica y crucial. La humillación, la deshonra, el vejamen y toda clase de bajezas propias de seres humanos se dan cita a través de los protagonistas, a quienes el respeto por las buenas costumbres, el culto a los ancestros tanto como el cumplimiento de las promesas formuladas resultan una pesada carga que sobrellevar, a la vez que se saben incapaces de renunciar a ellas.
            Una prominente selección de temas confiere densidad al núcleo narrativo y los elementos de que se vale el autor, junto a una prosa fluida y amena, otorgan solidez y contundencia. Demuestran que, aun en la brevedad, una historia puede ser muy bien narrada.
            Yendo a una cuestión fuera de lo literario, resulta llamativa la tendencia al suicidio presente en los escritores japoneses –y quizás también en su sociedad-. Tanto Akutagawa como Mishima y Kawabata pusieron fin a sus días en este mundo por propia voluntad.
            En suma, una combinación de buen gusto y firme estructura lo convierten en una belleza exótica que se disfruta tanto como un ciruelo en flor.
Marcelo Zuccotti

jueves, 1 de diciembre de 2011

Saldando una vieja deuda con la amistad. Cometas en el cielo, Khaled Hosseini


Salamandra, 2010

           ¿Cómo se hace frente a las diferencias étnicas?, ¿cómo sobrevive la amistad de dos niños que se criaron juntos, cuando la iniquidad de la guerra los separa definitivamente?, ¿cuánto tiempo perdura el remordimiento de no haber estado a la altura de lo que la amistad exigía?, ¿cómo acallar la voz interior que reclama justicia?
            Estas son algunas de las reflexiones a las que conduce la historia de Hassan y Amir, relatada por éste ultimo. Amigos desde la infancia y compañeros de aventuras, pertenecientes a distintas clases de la sociedad de Afganistán –lugar en donde se inicia la trama-, la cobardía de Amir ante la agresión del amigo genera un remordimiento que deviene en una brecha vincular, a la cual la posterior invasión rusa torna geográfica y el ulterior ascenso de los talibanes transforma en angustiosa.
            Por otra parte, la vida en el exilio americano, el desarraigo y la adaptación a una nueva realidad sin perder el contacto con las raíces, el descubrimiento del amor y los beneficios que otorga el disponer de plena libertad en el extranjero, son el costo de una entrega que se materializa cuando ese pasado brillante y memorable vuelve sobre Amir para exigirle una participación personal y absoluta en aras de saldar una vieja deuda de amigos. Una deuda que se lleva en el alma.
            En estilo coloquial y ameno, el autor no sólo se encarga de narrarnos el suceder de sus protagonistas, sino que también utiliza el relato para mostrarnos una realidad social basada en la estratificación y en la discriminación étnica –en este caso, entre pastunes y hazaras; pudiéndose trasladar a otros entornos-; la vida en esos pueblos otrora felices, hoy devastados por los gobiernos de turno, donde el fundamentalismo religioso y la intolerancia han hecho estragos y en los que los índices de supervivencia resultan escasos.
            Empero, la obra es también un canto a la amistad. Un sentimiento que traspone la muerte física y encarna en sus descendientes, aun a pesar del paso del tiempo y los recelos propios de una larga ausencia. Es una epopeya al rescate de la herencia, de una identidad más allá de la desesperanza y la desolación; una forma de mantener en la conciencia colectiva, en la memoria, todo aquello que ha sido parte de una infancia que se ha vivido en plenitud, a la que jamás se renuncia ni se olvida.
            En definitiva, es un libro destinado a aquellos que se permiten exponer sin tapujos la emoción a flor de piel. Si bien por momentos resulta un poco sensiblero y efectista, lo cierto es que Hosseini nos pinta un cuadro agridulce, sin enmascarar el dolor ni situarse en el rol de víctima.

Marcelo Zuccotti

jueves, 24 de noviembre de 2011

Una galería de arte hecha poemas. El cielo a medio hacer, Tomas Tranströmer


Nórdica, 2011

           La poesía, como género literario, no ha alcanzado la trascendencia que hoy se le reconoce a la novela o el ensayo. Supongo que ello obedece a la escasez del número de seguidores –que afortunadamente está en alza- más que a otras razones, lo que pareciera justificar el mayormente abúlico desinterés editorial hacia una clara política comercial que la promueva, debido a la ausencia de consumo masivo. También es cierto que con la vida “líquida” que se lleva en el mundo actual –en Occidente, al menos- leer poesía está devaluado. Basta con asistir a un encuentro de poetas para evidenciar que son muy pocos los que se atreven a escribirla, y eso que estamos ya lejos del respeto por las reglas de la métrica, consonancia, etc., con que se nos ha iniciado en nuestros cursos escolares. La poesía actual goza –saludablemente- de la libertad de expresión y de normativa, haciéndose más flexible su estructura, así como vasta su temática.
            Por esta razón resulta significativo que la elección del último Premio Nobel de Literatura haya recaído sobre este sueco, quien ya desde muy temprano se dedicó de lleno a la poesía como medio para hacernos conocer su interior a través de una rica imaginación. Fue la curiosidad, en síntesis, la que me condujo hasta él
            Si el arte de traducir es una tarea asaz difícil ya en los otros géneros –del que depende decisivamente el éxito o fracaso de una obra o autor-, ni hablar del esfuerzo que supone llevarla a cabo en poemas, donde las limitaciones propias del lenguaje de recepción hacen muchas veces imposible mantener la identidad del sentido expresado en lengua original. Por eso, en esta ocasión, el traductor nos aclara que ha intentado “reelaborar, travestir” los poemas dadas las dificultades que impuso trasladar el sueco al español.
            Esta obra es, entonces, una compilación de poemas de diversos libros del autor que, a lo largo de su trayectoria literaria, fueron editados en su idioma, para luego ser traducidos a un gran número de lenguas. Acompaña esta edición un prólogo editorial y un resumen autobiográfico.
            Lo más destacado es su estilo; Tranströmer es un mero observador, sin querer participar de los hechos, paisajes o estados del alma que le dan vida a sus poemas. Sólo expone –con maestría, eso sí- aquello que es motivo de su inquietud sin engolados ni aditamentos. Hasta puede decirse, minimalista,
“Cómo remaban silencio arriba.”
            El común denominador es su crítica certera hacia la sociedad de consumo, al “funcionalismo” –en sus palabras- de la vida moderna que olvida los aspectos sensibles en los que nos reconocemos como seres humanos. Su mirada es tan fría y desapasionada, como implacable.
                        “Cansado de todos los que llegan con palabras, palabras,
                                    pero no lenguaje,
                        parto hacia la isla cubierta de nieve.
                        Lo salvaje no tiene palabras.
                        ¡Las páginas no escritas se ensanchan en todas direcciones!
                        Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve.
                        Lenguaje, pero no palabras.”
           
            Cada poema resulta una pintura, un cuadro al que es preciso atender y observar. Cuando uno se toma el tiempo de hacer el ejercicio, se encuentran pinceladas maravillosas que sólo alguien versado en letras tanto como en emociones puede hacernos apreciar.
            En resumen, entrañables poemas recorren sus páginas, dotados de sensibilidad, calidez, realismo y fascinación que lo hacen apto para el deleite de quien se atreva a encarar su lectura. Para muestra, te dejo una imagen,
                                               “En mitad de la vida sucede que llega la muerte
                                               a tomarle medidas a la persona. Esta visita
                                               se olvida y la vida continúa. Pero el traje
                                                           va siendo cosido en silencio.”

Marcelo Zuccotti

jueves, 17 de noviembre de 2011

Haciéndonos cargo de las despedidas. El buen dolor, Guillermo Saccomanno


Booket, 1999

           ¿Qué hace que una obra sea apreciada más que otras a la hora de galardonarla con un premio? Esa fue mi curiosidad y, al ver que ésta había obtenido el Premio Nacional de Novela en Argentina en el año 2000 –alentado además por la brevedad de su extensión-, me decidí a leerla.
            El libro se divide en tres partes, cada una compuesta de varios capítulos. En la primera, “Escribir”, un hombre rememora parte de su infancia, fundamentalmente su relación con su padre –un bohemio marxista-, la de éste con el entorno familiar –en el que destaca la férrea personalidad de la abuela materna- y donde se describe el barrio y las aspiraciones de cada personaje. La dicotomía entre lo que se es y lo que se desea ser, las oposiciones de ideas e interpretaciones y una muerte que se prolonga más allá de la resistencia de los cercanos, son el nervio conductor del relato.
            En “Cenizas”, el propietario de un hotel en un balneario –que se deduce Villa Gesell- se erige en narrador de un suceso local que lo tuvo a él mismo como protagonista secundario y testigo mudo de lo ocurrido entre un escritor –trabado en un cuento sobre la muerte de su abuela- e Inés, una conocida tanto de aquél como del narrador. La muerte y la exposición personal es el denominador común de esta parte, donde el acontecer se convierte en historia para ser contada.
            Por último, el protagonista de la primera parte, crecido y devenido en escritor, repasa la enfermedad y deceso de su padre, entremezclado con la historia de él mismo e Inés, relatada ahora en primera persona y de quien rescata sólo aquellos pasajes que se relacionan con la muerte. De esta manera, se hilvanan en “Réquiem” las tres secciones en la que el dolor que provoca el fin de la existencia de nuestros seres queridos anuda los relatos.
            La resignación de aquello que es inevitable, la renuncia a alcanzar lo que se desea, la necesidad de enterrar al dolor -no se tolera la idea de liberarse de él, puesto que no puede haber regocijo- y la práctica morbosa que ese sentir produce en ciertas almas, es la esencia de un exorcismo que Saccomanno pretende comunicarnos a través de una prosa fluida tanto como sentida. Es la expresión de esa necesidad de encarnar todo dolor que nos hace meditar y madurar –el que muchas veces evadimos-, al que hace alusión.
            En resumen, un libro sin golpes bajos, reflexivo sobre aquello que es difícil de abordar; ese costado tan sensible e inherente al ser humano, como la vida misma.

Marcelo Zuccotti

jueves, 10 de noviembre de 2011

La escritura, como una identidad recobrada. Leer y escribir, V.S. Naipaul


De Bolsillo, 2002

            Ilustre desconocido por mi hasta hace poco menos que un par de meses, me sorprendió saber que se le había otorgado el Premio Nobel de Literatura en 2001. De entre toda su obra rescaté este título porque imaginaba que habría de contener, a partir de su propia experiencia, una serie de tips o consejos útiles tanto para aquel que se dedicase a leer asiduamente –como es mi caso-, como para quien deseara convertirse en escritor. No estaba muy lejos de lo que supuse.
            Este trabajo consiste en un escrito preparado para la Fundación Charles Douglas–Home - director del Times de Londres desde 1982 hasta su muerte, en 1985-. Se divide en dos partes. En la primera, de título homónimo, Naipaul repasa su relación personal con el libro y la lectura, básicamente desde su infancia hasta su juventud. Nacido en Trinidad, en el seno de una familia de origen hindú, el autor destaca aquellos libros que le resultaron significativos, así como la influencia de su padre en su apego a la lectura y la escasa relevancia de la escuela sobre la misma –a no ser un ejercicio abusivo de memoria en pos de alcanzar alguna de las becas en el exterior que el gobierno otorgaba a los postulantes-. Luego, revisa sus años en Inglaterra –tenía 18 años y realizó la secundaria gracias a esa beca- y la manera en que la literatura reavivó su pasión por escribir, “una forma de autoestima, un sueño de liberación, una idea de nobleza”. Finalmente, aborda el hecho de escribir; cómo hacerlo, cómo enfrentar falsos supuestos y dejar que la experiencia nos guíe hasta encontrar el estilo, etc. Allí narra cómo decidió volver sobre las fuentes de su historia familiar y, por extensión, a la de su pueblo.
            En la segunda parte, analiza su vínculo con sus raíces, la India. Mas no lo lleva a cabo con una mirada nostálgica sino con la valorización de quien rescata del origen familiar lo puramente típico, sin idealizaciones ni melancolías. Inicia la sección narrando las sensaciones de su viaje al país de sus ancestros, poniendo énfasis en las penurias y desdichas de un lugar misérrimo. Luego, expresa que la India fue tierra arrasada por los musulmanes durante siglos, tal que ha sido necesario reconstruir con una mirada más “nacionalista” su propia historia que, al parecer, sólo data desde la colonización británica, como si el único período anterior que fuera digno de memoria hubiera sido aquél entre los siglos V y VII, preislámico, que aun se evoca con esplendor. Esto da lugar a la justificación de su imposibilidad de escribir una novela basada en su historia, puesto que se desconocen los hechos tanto como la vida diaria. Por último, repasa el origen de la novela, la evolución del género con sus técnicas y su visión de la literatura a futuro.
            Es un libro corto, que se lee fácil y rápido y que puede servir como una enseñanza para quien decida ser parte de la literatura contemporánea, sobre todo a la hora de definir los temas a abordar.

Marcelo Zuccotti

jueves, 3 de noviembre de 2011

Versión moderna de una Odisea alemana. El regreso, Bernhard Schlink


Anagrama, 2007

           Peter Debauer relata su infancia en Breslau, donde sus abuelos editaban novelas y dejaban en sus manos las pruebas de impresión, para usar los reversos como borrador, con la condición de no leer la parte escrita. Un día, desobedece la consigna y se ve atrapado por la historia de un soldado alemán del frente ruso que, al regresar a su casa al fin de la guerra, después de muchas peripecias y varios años de ausencia, es recibido por su mujer, casada ahora con otro hombre con quien tiene dos hijas. Desafortunadamente, las hojas que indicaban el título, el autor y el desenlace han sido usadas. Pero está dispuesto a conseguirlos.
            Así se inicia esta novela, una suerte de reelaboración moderna del mito homérico de Ulises, basada en el género literario del “regreso”, muy popular y extendido en Europa durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial y el ocaso del nazismo. Lo interesante es que el protagonista, en su afanosa búsqueda de saber cómo termina su lectura, se ve ahondando en su propia biografía. Un padre ausente o muerto, una madre muy evasiva respecto del pasado y la búsqueda del fin de su lectura lo conducen hacia su pueblo natal. La historia del protagonista se entremezcla, así, con la de su novela, desdibujándose la línea que separa ficción de realidad, derivando hacia alternativas insospechadas.
            Una trama bien llevada, en estilo fluido y ameno, es el nervio conductor del texto, en el que Schlink incorpora elementos autobiográficos junto a otros recursos –medias palabras, la aparición velada de detalles del pasado, etc.- con los que va modelando un relato sólido, de forma tal que Debauer compone un Ulises moderno, que orilla el tema del nazismo sin adentrarse de lleno en él.
            Contiene también un aspecto filosófico nada desdeñable. Schlink propone una discusión acerca de la responsabilidad en el estado de derecho. ¿Hasta qué punto el autor de un libro es responsable del escrito?; ¿no será que el responsable es el lector, puesto que suya es la interpretación que hace de lo leído en él? Por otra parte, si la condena de un delito de asesinato de un ser humano depende de la ponderación de cuánto dolor ocasiona la ausencia del mismo a sus parientes y amigos –tal como resulta en culturas tribales-, ¿no será mejor aislar y exterminar a todo el grupo, de manera que no quede nadie para reclamar? Esa burda explicación del nazismo, de su modus operandi respecto de los judíos, -que se intenta a modo de justificación, si es que la hubiere- es la que el autor critica acerbamente.
            Es decir, en el libro se postula que hay quienes piensan que no sólo no alcanza con hacer el bien sino que para lograrlo hay que mezclarse con el mal y dejarse poseer por él. Acaso, ¿no tuvo Ulises que valerse de argucias y mentiras oportunas y bien dispuestas para poder regresar a su Itaca y a Penélope? En ese sentido, el relato se vuelve introspectivo, pues profundiza sobre los límites que pueden alcanzar nuestros principios morales, toda vez que son sometidos a un miedo visceral, mortal. Indaga en la naturaleza del Mal -que supone parte constitutiva del ser- y cómo éste aflora en circunstancias extremas. Pero, a diferencia de posturas mucho más comunes –y más superficiales-, el Mal no está en los demás; se halla en nosotros mismos.
            Para sostener esta reflexión, se narra un “experimento” en el que Debauer toma parte –muy similar a los reality shows del estilo “Gran Hermano” (“Big Brother”)- donde se ponen de manifiesto conductas primitivas que provocan humillación vergonzante. Finalmente, el autor redondea la épica odisea que su personaje principal protagoniza a lo largo del relato, quien salió a buscar el fin de una novela para hallar a su regreso su propia identidad. Un libro sustancioso y recomendable.

Marcelo Zuccotti