Galaxia Gutenberg, 2012
Leí
la reseña que Claudia Pérez realizó acerca de este título aquí mismo, pues no
tuve la oportunidad de hallar un ejemplar como para compartir la lectura en tiempo
y forma. En una suerte de ‘Estéreo póstumo’, rindo homenaje tanto al autor como
a mi compañera con la que iniciamos este espacio.
Es un libro breve, distribuido en
ocho capítulos escritos casi de corrido, donde se narra parte de la historia de
Haňt’a, un hombre que hace treinta y cinco años trabaja en un sótano sórdido y
mal iluminado acarreando papel de descarte para alimentar una máquina que ha de
compactarlo. Cada tanto, escamotea un libro destinado al desguace, para
engrosar su biblioteca personal, lo que le permite convertirse en un hombre
culto ‘a pesar de sí mismo’, como él lo indica. Vive en una habitación
desvencijada, próximo a la miseria, y su mayor alegría consiste en disponer
réplicas de cuadros de Cezanne, Manet, Van Gogh y otros pintores con los que
envuelve los fardos de papel una vez constituidos.
La lectura puede realizarse en
varios planos. En principio, el protagonista es un defensor de las letras. Con
su actitud de quedarse con algún ejemplar que considera valioso y darse de lleno
a su lectura, Haňt’a resume su placer por aprender y el valor intrínseco que
poseen los libros en la formación de los seres humanos.
Además, Haňt’a es un artista, al
intentar envolver el producto del desecho de manera que ofrezca una imagen
reconocible por quienes pudieran verlo o manipulen ese fardo al final de su
vida útil.
También, Haňt’a propicia una
simbiosis hombre – ratón. Los ratones que hacen nidos en el papel muchas veces
acaban con él dentro de la compactadora, en su afán por acompañar lo que
consideran su alimento y vivienda. De alguna manera, la metáfora de terminar
nuestros días a mano de las máquinas no deja de tener un correlato en lo que
acontece hacia el final; una brigada de jóvenes enrolados en el partido oficial
desplazan a Haňt’a de su labor cotidiana, relegándolo al retiro y, con él, al
olvido. La crítica a las nuevas generaciones -desprovistas de consideración
hacia los más viejos- junto al auge de una tecnología inhumana al servicio de
un régimen frío y despótico se manifiestan abiertamente en el desenlace.
En síntesis, Hrabal ha compuesto en
poco menos de un ciento de densas páginas un relato que abarca su visión del
autoritarismo y de la modernidad como contraposición al rescate de la
literatura, único refugio de aquel que todo lo ha perdido. Con una prosa
precisa y rotunda, es una obra concisa, sustanciosa, sujeto de múltiples
lecturas. Recomendable ciento por ciento.
Por lo que te leo, Hrabal desarrolla a través de múltiples historias un tema semejante en sus obras: crítica al totalitarismo, el paso del tiempo y cómo este deja fuera del tiempo a las generaciones anteriores, la cotidianidad y su precisa escritura.
ResponderEliminarYa tengo Trenes rigurosamente vigilados, así que supongo que pronto la leeré, aunque estoy en una línea que afecta mi ánimo y quizás debería leer algo más ligero. Sobre todo si encaramos a Proust, al menos los dos (¿o tres?) primeros volúmenes.
Abrazos muchos!!
Si, reitera su temática, pero a diferencia de 'Trenes...' -que es una divertida parodia de la ocupación- éste es más personal y dramático, aunque en ambos está presente la tragedia.
EliminarLos dos primeros de Proust ya están. Sólo me tienes que indicar cuándo hemos de comenzar.
Un gran beso para ti, U-to!
Que bueno que hayas encontrado tu ejemplar y que hayas reseñado la tuya! Ésta edición me gustó más que la mía! :)
ResponderEliminarBeso grande!
Fue la única edición disponible, de tapa dura y carísima, pero me había gustado mucho lo que habías comentado y decidí hacer el esfuerzo. Un muy buen libro de un autor de excepción.
EliminarBesos para vos, Clau!