Alfaguara, 1996
Tenía
un par de obras del autor esperando su ocasión cuando, por esa virtud que
tienen los libros de encontrarse, en un comentario a una reseña de un escritor
argentino lo sacaron a colación. Luego, otro lector en Goodreads protestaba de
haberlo obtenido en la sección de libros de autoayuda de su librería porque, a
su modo de ver, no correspondía. Por último, mayor fortuna fue hallarlo disponible
en el circuito de usados. De ahí a llevarlo y leerlo, dada su escasa extensión,
sólo fue una decisión.
Resulta difícil definir el género
literario. No es una novela, porque el contenido no tiene trama ni desarrollo
continuo. Tampoco es un libro de culinaria como sugiere el título porque, si
bien incluye algunas recetas –de dudosos efectos-, las mismas no son más que un
puñado que sazonan el texto y no un recetario propiamente dicho. No es un libro
de autoayuda, aunque intenta aconsejar a mujeres entristecidas a salir de ese
estado mediante una serie de ejercicios que incluyen la cocina. Más bien, es
una colección de bocadillos para hacer frente a malos tragos, como la
desesperanza, el engaño, el mal de amores, la soledad y cuanto motivo de
aflicción hubiera rondando, de manera de poder acceder a nuevas experiencias de
gozo y alegría.
Lo interesante del libro es que, aún
dirigidas al público femenino, sus líneas permiten extraer observaciones sobre
la naturaleza emocional de los seres humanos en las que el lector masculino
también puede sentirse identificado. En ese sentido, utiliza la sensibilidad de
la mujer para poner de manifiesto algunas reflexiones como la siguiente,
‘La rutina no es, como
piensan algunos superficiales y mendaces, lo que hace la vida insoportable. Es
más bien lo contrario: tantos actos de la vida son tan insoportables que si no
los volviéramos rutina, harían que la vida fuera insoportable.’
o hacer confesiones,
‘Cuando él no tiene tiempo,
cuando él trabaja mucho y mide los segundos como otros las horas y los días,
cuando él es incapaz de sentarse a conversar, sin ansiedad, un rato, no le
creas. El trabajo es el escondite que hallaron los hombres para no vivir según
un ritmo más humano y más decente. Es su manera de poder estar solos sin tener
que decir que quieren estar solos.’
Escrito en estilo ameno y coloquial,
por momentos, me recordó la poética de Konstantinos Kavafis, tan emotiva y
trascendente. Abad Faciolince construye una serie de escenas cotidianas en las
que la pena y el desamor son los vehículos para brindar un espacio de
meditación sobre los vínculos humanos y algunas de nuestras bajezas y desencuentros.
Un libro para leer de a dos.
Las dos vitas que traes me parecen muy atinadas. Sin embargo, me gustaría encontrar un libro parecido, también con alguna que otra receta, escrito por una mujer y dirigido a los hombres. Un abrazo
ResponderEliminarNo sería mala idea, Agnieszka, pero comparto lo que dice Norah aquí debajo, con lo que ningún editor lo publicaría. Me gustan los textos que salpican con recetas -que se puedan practicar, claro- la narración; le aportan cotidianidad.
EliminarOtro abrazo para ti.
La idea de Agni está buena pero ningún hombre leería ese libro que propone. Este que nos traes no es para mí, primero porque de recetas paso y de libros que no tienen historia también, no siempre pero ahora mismo sí. Sé que me iba a cabrear leyendo esto.
ResponderEliminarUn besito olímpico.
¿No te gustan las recetas o no te gusta cocinar, Norah? El libro no está mal; se permite una serie de reflexiones sobre diversos temas que quizás no tengan conexión -por eso la falta de trama-. Algunas de ellas te dejan pensando.
EliminarUn abrazo grande. Sabes bien que siempre estás en el medallero.
No conozco al autor de nada, ni me suena. Rechazo los libros de autoayuda y aquellos que van dirigidos a un público específico, sin embargo tus líneas finales parecen indicar que el libro es rescatable, veré que hay de este autor por aquí.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo!!
Puedes investigar, U-to. 'El olvido que seremos' y 'La oculta' son otras de sus obras -que aún esperan por aquí-.
EliminarYo no me salvé de leer al Dr. Dyer, allá por los '90, y 'Tus zonas erróneas'. No es éste el caso.
Contiene reflexiones interesantes, con independencia de género. Y es breve.
Un abrazo grande!