Ikusager, 2008
I.
En tiempos donde todo se ha vuelto mustio y el encierro una medida de profilaxis,
se requiere una cuota grande de humor e ironía, si ya no para ejercer una salvaguarda
de la vida cotidiana al uso nostro,
al menos, como forma de hacerle frente al desánimo generalizado –tanto de
origen sanitario como económico-. Dovlátov es, entonces, la figura indicada
para lograr poner algo de esperanza y alegría en un entorno decididamente gris,
de perspectiva sombría.
II.
Esta breve novela narra las andanzas
de Marusia Tartaróvich, hija de dos exitosos empresarios del Partido y, por tanto,
de vida acomodada, quien al poco de casarse en Leningrado con un prometedor
joven, aburrida de la vida conyugal, decide abandonarlo e ir tras los pasos de
un afamado cantante popular de vida ligera. Con un hijo de éste y sin visos de
futuro, un ex - admirador judío le propone salir de la U.R.S.S. tras un fugaz
matrimonio ficticio. Apenas emigrada, aquél se dirige a Israel mientras que
ella se asienta en Queens, un barrio de Nueva York; primero, en casa de una
prima y luego en un apartamento.
III.
Ambientado hacia mediados de los
años ’80 del siglo pasado -y dedicado a todas las mujeres en el epígrafe de
marras-, Dovlátov inicia el relato describiendo minuciosamente la fauna que compone el barrio ruso de
exiliados, cerca de 108th Av.: chóferes de taxi, editores disidentes,
artistas caídos en desgracia, suertudos impresentables, etc. Todos personajes trashumantes,
prácticamente sin un centavo, pero, eso sí, solidarios. Hasta se da el lujo de
proponerse como personaje él mismo y entablar una suerte de amistad con la
protagonista.
La versión digital, gentileza de Epublibre
IV.
A las peripecias de la vida de
Marusia en América –que a la sazón promedia la treintena-, el autor no le
ahorra nada: no puede hacer pie en ningún empleo, duda en volverse a Rusia –puesto
que ella no está exiliada- y, para colmo, se consigue un novio latinoamericano
de historial e ingresos dudosos –tan incapaz de abonar el alquiler de la
vivienda como de regalarle un papagayo verde-, quien, de ella, solo pretende… eso. Pero, de tan latino, le propone
matrimonio.
V.
Con un humor mordaz, socarrón y
endiabladamente divertido, Dovlátov construye una nouvelle que resume la realidad del exiliado ruso en E.E.U.U.,
donde posee la Libertad que su patria le ha negado, pero no puede hacer mucho
usufructo de ella. Con escenas memorables y reflexiones que arrancan
carcajadas, el libro no solo resulta desopilante. Es una inyección de vitaminas y minerales, tan indispensable en estos tiempos. Para disfrutar solo o en pareja.
Desde hace algún tiempo me viene apeteciendo volver a leer a Dovlátov, a quien descubrí con La maleta. No conocía este título suyo. Si en La maleta deja un variopinto retrato de la Rusia que tuvo que dejar atrás, en este libro que reseñas parece que hace lo propio con la Nueva York en la que se exilió. Tomo buena nota.
ResponderEliminarUn abrazo
Así es, Lorena. Pero la dosis de humor es proverbial; tanto, que hasta se burla de sí mismo.
EliminarLo has de pasar muy bien con este libro.
Un abrazo para ti.
A menudo me presentas autores que no conozco. En este caso parece una buena opción para disfrutar de un rato divertido. Nueva York es un éxito seguro, una buena idea conocer otra cultura desde allí. Un abrazo Marcelo.
ResponderEliminarMuy divertido! Es la historia de 'una chica de buena familia' (sic) viviendo en un medio totalmente ajeno a ella. Te gustará.
EliminarMe alegra saber que puedo aportarte nuevas lecturas.
Un abrazo para ti, Ana.
¡Hola! La verdad es que no sabía del autor ni de la biología (supongo que este será el primero de ellos, ¿no?). Me gustan las novelas con humor, las que consiguen sacarte sonrisas o incluso mejor carcajadas. ¿Sabes? reconozco que he tenido que buscar la palabra desopilante en el diccionario, creo que no la había escuchado nunca. Cada día se aprende cosas nuevas
ResponderEliminar¡Besotes!
Es una bi-logía (dos libros), Marian, del cual éste es el segundo. El primero fue 'El extranjero', de Camus. Junté dos títulos que se parecían, de autores distintos, bajo una misma etiqueta.
EliminarSi nada has leído de este ruso, te lo recomiendo.
Me alegra descubrirte vocablos; puede que no lo hayas escuchado porque eres muy joven, Guapa. Los más mayorcitos solíamos usarlos en otros tiempos.
Un besote para ti!
Sí, quería decir bilogía, no biología, cosas del corrector jeje. Vale, no había caído en lo de Camus, sí, lo tengo en mente.
EliminarNo te creas que soy tan joven, jaja, que ya tengo unos añitos..., pero igual es que ese vocablo no se utiliza mucho por aquí
Otro beso!!
Bueno, vosotr@s me habéis descubierto otros tantos: mola, inri, etc., que por aquí tampoco se escuchan. Seguimos ampliando vocabulario!
EliminarUn beso para ti, Marian!
¡¡Esto lo quiero!! Es que con los rusos tengo yo una atracción especial aunque los leo poco, justo porque no son muy dados a la alegría y el desenfado.
ResponderEliminarMe gusta mucho la propuesta. Tendré que averiguar si me entiendo con el humor ruso.
Besitos risueños
Este ruso en particular es, cuando menos, irreverente con los suyos y con él mismo. Te ha de gustar, Maja.
EliminarPara quienes aún seguimos encerrados, no es poco alcanzar la sonrisa y la carcajada con un libro.
Besitos tentadores.
El gato
ResponderEliminarJuan Carlos Onetti (uruguayo, generación del 45)
Muchas cosas desagradables se pueden decir o imaginar de John. Pero nunca le sospeché una mentira; tenía demasiado desprecio por la gente para inventarse cualquier fábula que le fuera favorable.
De modo que cuando me contó alegre y bebiendo dry martinis, la historia —para mí, sobretodo— de uno de sus casamientos fallidos, no tuve duda. Era, o fue, como mirar y oír una película sin posibilidad de recomienzo ni temor sobre su capacidad de ser creída. Tampoco quedaba agujero para una sonrisa.
Yo llegaba, una semana antes, de París y quería actualizar, confirmar y desechar los rumores que me habían llegado sobre amigos, más o menos comunes, durante mi ausencia.
John era un inglés conversador y sabía burlarse de todo con despego, a veces lástima, nunca maldad.
Bebimos y hubo un largo silencio: John parecía meditar indeciso con el ceño fruncido.
Dejó su vaso sobre la mesa y me dijo, conservando su actitud de piernas cruzadas y de resuelto perfil:
—Era francesa y tú la conoces. Tal vez lo sepas porque estábamos prácticamente casados. Sólo nos faltaba el sacerdote, el juez y la llegada de unos muebles viejos y caros de los que no quería desprenderse. Bisabuelos y abuelos y padres, casi toda la historia de Francia.
A mí sólo me importaba ella, Marie. Ya puedes buscar entre todas las Maries que recuerdes. Estaba loco y a veces pensé que era una locura sexual. Verla, bastaba; oler un pañuelo olvidado, bastaba; entrar al baño después de que ella ya había salido.
ResponderEliminarNos veíamos todas las semanas, aquí o en París. Dos o tres días seguidos. Íbamos y volvíamos. Y mi deseo aumentaba cada vez y yo me entregaba a él, escarbaba en él; quería más y más. Y cada más era como un escalón que me impulsaba a pisar otro. Siempre en descenso porque yo sabía que estaba perdiendo salud y cerebro.
Sin dejar de ofrecerme un hombro, hizo una seña a Jeeves y vinieron dos vasos: dry martini para él y un gin tonic para mí. Encendió la pipa (él sabía que fumar apresuraría mi muerte) y estuvo un rato pensando, casi sonriendo con labios que no endulzaba la alegría. Como ocurre siempre en esta clase de cuentos me mantuve en silencio, esperando; fui recompensado, Johny dijo sin mirarme:
—Al gato lo bauticé Edgar. Y no porque fuera un gato negro con símbolos de horror, blancos, en su pecho.
—Una noche en que Marie, como estaba planeado, llegó al aeropuerto. La recibí, tomamos cocteles con la alegría de siempre, brindamos por la felicidad matrimonial. Esto no hace reír pero es cómico. Fuimos a cenar y luego a mi departamento. No te dije, porque no lo sé y tal vez no me importe, que la portera y semipatrona estaba encaprichada conmigo o, simplemente, me odiaba sin pausa. Algo de eso.
Entramos y encendí la luz. Ella no había estado nunca allí. Miró alrededor con una sonrisa que era de aprobación antes de haber nacido. Y vio, vimos, en medio de la gran cama, con su colcha blanca de señorita, un gato negro, grande, gordo. Un gato que yo veía por primera vez y que parecía acostumbrado a ronronear allí. Con las patas dobladas bajo el pecho nos miró con ojos curiosos y volvió a cerrarlos. Hasta hoy no sé cómo pudo haber entrado. Sospecho, apenas. Me adelante para acariciarle el lomo y la garganta y entonces ella explotó. Que echara el gato inmundo, que iba a llenar la cama de pulgas. A gritos y pateando el suelo. Yo encendí un cigarrillo y abrí la puerta. Le dije que me había hecho feliz encontrar por sorpresa que alguien nos daba la bienvenida. Ella me trató de estúpido y golpeó las manos hasta que el gato corrió hacia la puerta y la sombra del pasillo. Bueno, vamos a tomar otro vaso porque ya vasta como prólogo. Lo que ocurrió es simple y para mí muy trabajoso de explicar. En aquel momento resolví que yo nunca podría casarme con aquella mujer; que era imposible vivir con ella, ser feliz con ella. No se lo dije entonces y el resto de la noche, hasta el cansancio de la madrugada pasaron como lo presentíamos y lo deseábamos.
ResponderEliminarBebió de un trago, encendió nuevamente la pipa y sonrió alegre y desafiante. Ahora se volvió para mirarme los ojos y dijo:
—Lo que explica para cualquier tipo inteligente, por qué, desde entonces, sólo he tenido aventuras y me he propuesto que duren poco.
Fin
Estimado Marcelo, invitación a no dejar pasar a este escritor uruguayo probablemente el mejor de la generación del 45. Dicen los que saben que Onetti es sinónimo de "uruguayez" en el sentido grises como los policarpos de Cortazar.
ResponderEliminarAfectuoso saludo, Selva
Estimada, Selva
EliminarGracias por regalarnos un brillante trabajo de Onetti, autor del que tengo conocimiento merced a amigos personales. Cierto es que soy poco afecto a leer a autores geográficamente cercanos. Lo tendré en cuenta para futuras lecturas.
Gracias nuevamente por su gentileza.
Un saludo cordial.
Juro que escribí un comentario a esta reseña y ahora que vengo a ver tu respuesta no lo veo por ningún sitio.
ResponderEliminarRecuerdo que te decía que, al igual que Lorena (lo hice justo debajo del suyo, pero debí de olvidarme clicar en "Publicar"), he leído "La maleta" y me encantó. Me dejó con ganas de más y creo que esta extranjera puede resultar de lo más interesante tras leer cómo el personaje de "La maleta" se exilia de la URSS. Si allí nos cuenta lo que era ese país en plena era soviética, el ver lo que otro personaje se encuentra en Estados Unidos y que le puede incluso tentar a volverse me atrae muchísimo.
Un beso.
La tecnología suele jugar malas pasadas, Rosa.
EliminarHe leído 'La maleta'; éste me parece más entretenido, con más chicha que aquél. Tiene reflexiones muy graciosas y escenas divertidas. Te gustará.
Un beso para ti.