I.
Un ida y vuelta. Para oponer a la
generación del ‘37, me solicitaron allegar algún título contemporáneo y afín al
gobierno de Juan Manuel de Rosas –no los hay; la mayoría de intelectuales (opositores)
se habían refugiado oportunamente en la Banda
Oriental- y sólo se me ocurrió éste, escrito por un autor local algo más de
un siglo después del deceso de aquél. El debate entrañaba riesgos varios. No
obstante, ante la propuesta de una lectura conjunta, mi amor por la historia
nacional hizo que no pudiera negarme.
II.
Figura polémica la de Rosas en estas
tierras, Rivera se vale del final de su vida -exiliado en una granja en
Southampton, Inglaterra- para hacer un balance repartido entre reflexiones y
sentires, que bien pudieron haber sido los del personaje evocado. El hombre que
supo concentrar en sus manos la suma del poder público (no solo asumir el Poder
Ejecutivo sino también funciones legislativas y judiciales) mediante un
plebiscito en la ciudadanía, es ahora un pobre viejo enfermo, solo, despojado
de todos sus recursos económicos, que sobrevive en tierra extraña en gran
medida gracias a la caridad ajena.
La versión digital, gentileza de EpubLibre
III.
Si a la fama de sanguinario frío que
le precede (“hace el mal sin pasión”,
diría el Sarmiento del texto) se le añade el mote de primer tirano que sus adversarios liberales le han propinado (por
eso, al gobierno de Perón se le llamó la segunda
tiranía), está asegurada la pirotecnia ahora que el protagonista repasa su
vida lejos de sus posesiones y, con mucho de nostalgia y una pizca de rencor
hacia quienes fueron beneficiarios de su política y ahora le dan la espalda, se
prodiga en meditaciones acerca del ejercicio del poder, como la siguiente
‘Demoré una vida en
reconocer la más pura y simple de las verdades patrióticas: quien gobierne
podrá contar, siempre, con la cobardía incondicional de los argentinos.’
IV.
Párrafo aparte merece la carga sexual que Rivera acentúa en su personaje, como si fuera incapaz de domeñar la pulsión del instinto y le debiera dar rienda suelta toda vez que aflorase. La asociación entre el fin del acto sexual y la actividad de ordeñe de las vacas resulta un acierto del autor. Una sexualidad que se extiende aún después de la muerte de su esposa que, al decir de Rosas, sabía ser buena ordeñadora.
V.
En estilo campechano –tal como lo requiere un hacendado rústico pero no iletrado-, Rivera compone un texto rico en contrapuntos, medias expresiones y silencios propios de un patrón de estancia en un prolongado exilio final. Una adecuada lectura para iniciarse en la historia del país.
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