I.
Abordar la narrativa del autor suele
ser un ejercicio poco frecuente. No se debe a una exposición intrincada como tampoco a una
dialéctica abstrusa -cuyo destino último sería un cenáculo de iniciados-; para nada. Pero de ahí a
entender que el preciosismo lingüístico de su prosa dista una enormidad de lo
que se ofrece habitualmente como novela,
aun siendo original, le hace flaco favor a sus escritos. Cuando me propusieron
su lectura, simplemente no quise excluirme.
II.
Wenceslao vive en una isla junto a su mujer.
La pesca en el río que los rodea es su mayor fuente de ingresos, aunque también
se acompaña de una economía de subsistencia. Es 31 de diciembre y sus cuñadas
-y concuñados- se han de reunir para festejar el fin de año al otro lado del
río. Pero una vez más, su esposa estará ausente. Ya han pasado seis años de la
muerte del hijo de ambos –en la flor de su juventud- y ella aún guarda luto por
él, cosiendo en las camisas de Wenceslao un festón negro. Nadie se explica por
qué no deja atrás la página e intenta superarlo.
III.
A partir de una frase –‘Amanece, y ya está con los ojos abiertos’-
el lector accede a un universo descripto por pinceladas con las que, en cada
ciclo –son varios- se van agregando detalles a la situación tanto como a la
historia. La negativa de su mujer a participar en la fiesta; un desacuerdo con
el dueño del bar; la presencia de las llamativas sobrinas que vienen desde los
centros urbanos, son parte de una historia cargada de dolor, frustración, culpa,
sexo y ausencia.
IV.
Lo que ha vuelto memorable a esta novela no
está en la trama de lo que sucede sino en la manera en que Saer construye el
relato a través de una narrativa en círculos, con descripciones tan minuciosas
como cinematográficas, de forma que el lector asiste a las escenas que el autor le propone. Además, toda la
historia de Wenceslao -desde que arriba junto a su padre a esa isla siendo
niño- se halla en su interior, logrando que la mezcla de pasado y futuro se
vuelva un eterno presente, al igual que el limonero real al que alude el
título, en el que coexisten los frutos con las flores, que se dispersan a su
alrededor en una suerte de espiral excéntrica.
V.
En un estilo puntilloso, a través de una filigrana de frases largas donde cada palabra cumple estrictamente su función y significado, Saer elabora cual orfebre una novela -que transcurre en un solo día-, donde lo temporal carece de su sentido normal y ofrece, a su vez, un drama familiar con cierto dejo de tristeza. Una lectura maravillosa, imposible de ser soslayada por todo amante lector.
Hola Marcelo. Pues acabo de pasar por otro trago literario de este tipo, uno de esos que no te ahorran penas aunque con un estilo totalmente opuesto, todas las palabras que gasta Saer, mi autora las ahorra. Así es como se equilibra el mundo, supongo. No sé si estoy para este tipo de lectura que a mí me gastan la paciencia, aunque luego compensa. De momento voy a ver si encuentro algo más alegre y luminoso.
ResponderEliminarBesitos cansados
Hola, Guapa. Te he leído gratamente y me has sorprendido. En este caso, no es tan penoso. Hay algo en la literatura de Saer que resulta atractivo: cómo delinea de a poco la atmósfera y las acciones, y cómo va completando la historia y las escenas con cada regreso descriptivo.
EliminarTenlo presente para cuando haya lugar; vale la pena.
Besitos insistentes.