Fulgencio Pimentel, 2018
‘Subí
a bordo del avión con un exceso de equipaje de tristeza.’
I.
Dicen que leo
raro. Definido como inclasificable en
una lacónica reseña de 2019, despertó mi interés. Arribó a estas costas poco ha,
justo cuando la tristeza cíclica de este
país crecía a la par de la devaluación de su moneda y el descrédito en sus conductores.
La superlativa edición en cartoné potenciaba su adquisición, mas oponía un
costo infranqueable. Relegué alguna impensa para incorporarlo inmediatamente a
mis lecturas anuales.
II.
Todo en este libro es original. El narrador es
único, pero el aporte es coral; son varias las voces que se turnan para
contarnos parte de una historia, que a su vez es la historia de Bulgaria y de
los países del Este europeo durante el último medio siglo. En gran medida, ese
miedo del niño hacia el Minotauro y su laberinto con que se inicia el texto, se
vuelve el hilo conductor de una obra que se basa en esa estructura tan
intrincada como desconcertante.
III.
Ecléctica mezcla de autoficción y
fábulas -en la que yacen mitos griegos junto a anécdotas de gente común-,
dispara reflexiones acerca de todos los Yo que nos constituyen; porque no es
solo uno, sino varios. La obra no está exenta de un humor juguetón –la escena
donde el niño responde ‘Dios’, a palabras
que se inician con D (en un país comunista), es desopilante-. Además, posee una
sensibilidad extrema, como en el párrafo siguiente que alude a la autocensura,
‘Con su silencio, mi madre
cocinaba maravillosos calabacines fritos, cordero al horno… Todo podía ser
dicho en unos cuantos platos. Solo ahora entiendo por qué mi madre y mi abuela
cocinaban tan bien. Aquello no era cocina, sino narrar.’
IV.
Al avanzar, el narrador va desenrollando el
ovillo de Ariadna para alcanzar a la Tristeza –por quien siente empatía- y, al lograrlo, en lugar de matarla -como un nuevo Teseo- se amiga con ella. El
capítulo que lleva el título de marras, donde toma conceptos cuánticos sobre qué
se entiende por realidad y nos brinda
su interpretación, según la cual solo
existimos si somos observados –v.g., le importamos a alguien- no sólo no
tiene desperdicio: es de una belleza sin par.
V.
Con un estilo ágil, fluido y muy
ameno, Gospodínov nos regala una retahíla de historias que, según lo señala, cada
una constituye una cápsula del tiempo:
un momento único e irrepetible, cuya secuencia desordenada pero continua
conforma la vida humana. Un libro que se disfruta de cabo a rabo, con un final
maravilloso. De lectura obligatoria para todo buen lector, que lo pueda
costear. De por sí, estará entre mis mejores lecturas del año. Y no se si más.
¡Hola de nuevo, Marcelo!
ResponderEliminarque novela tan curiosa!! ¿Sabes? alguna vez me han dicho también que leo raro y muchas veces me he sentido bicho raro con mis discrepancias respecto a la crítica de alguna novela que gusta mucho en general y yo no he podido acabarla
Como te decía, me gustan las lecturas peculiares, distintas, siempre que me enganchen, tarea nada fácil hoy en día y me tientas con esta novela, aunque esa mezcla de autoficción + fábulas..., no sé, no lo tengo claro.
Me surge la duda de saber cual es tu país, sobreentiendo que es latinoamericano pero desconozco cual ¿Argentina? ¿Venezuela?
(he buscado en el blog y no he sido capaz de saberlo
Un beso
Hola, Marian! Qué gusto es tenerte por aquí!
ResponderEliminarNo me extraña que leas cosas que a nadie se le hubiera ocurrido y que te tilden de lectora rara. Ya sabes lo que dicen: parafraseando al Quijote, 'Ladran, Sancho! Señal... que son perros!
Esta ¿novela?, ¿ensayo? -tú lo dirás-, ha sido una bocanada de aire fresco entre tanta repetición. Conociendo un poco tus inquietudes, te diría que la tengas presente; sospecho que podría ser de tu agrado.
Yendo a mi, vivo en Buenos Aires, en esta inconcebible Argentina, donde los precios de los libros -y de muchas cosas más necesarias para mi gente- se han ido a las nubes. Un amigo querido se ha radicado en Coruña y me ha dicho que vuestra vida es previsible. Me encantaría poder terminar mis días de esa manera.
Ta mando un fuerte abrazo, Marian. Gracias por darte una vuelta por esta periferia del mundo.