I.
De por sí, las letras de Fresán
no me tentaban demasiado. He frecuentado sus escritos como prologuista en
muchos libros en los que, por demostrar su erudición acerca del material
prologado, incurría en un spoiler destripador
que quitaban las ganas de leer lo que seguía. Por ello, decidí encararlo como
escritor, antes de declararlo prologuista
non grato o, peor, renunciar a leer todo aquello donde sus escritos
aparecen en el prefacio.
II.
Este libro original está constituido por una
decena de relatos que pueden leerse de manera independiente aunque, con algo de
esfuerzo, el conjunto bien podría conformar una suerte de novela paródica, una
exégesis sui generis acerca de la fe
religiosa y, por extensión, del dogma en los que abreva cualquier sistema de
creencias. Es decir, el autor obliga a los lectores a reflexionar tanto sobre
la naturaleza de la fe como la naturaleza de lo que signamos como ‘Dios’.
III.
El comienzo da una idea de su
contenido. El Cazador de Santos debe volver al origen, a donde todo nació: un
lugar conocido como Canciones Tristes -que antes había sido Planicie Banderita
y mucho antes, Qumrán-, para concluir la historia de la fe. Todos estos relatos
están narrados en primera persona del singular y la voz va cambiando con cada
personaje protagonista, logrando un efecto coral en el que cada cual va
aportando datos a la historia general.
IV.
En su interior se desarrollan propuestas muy
ocurrentes –algunas podrían ser consideradas heréticas para un creyente
ortodoxo-, a saber: el Ángel del Amor es el portador del Mal (el virus HIV, sin
nombrarlo)- y contagia indistintamente a todo el género humano por transmisión
sexual; Dios no es el que Es y, en
realidad, Jesucristo era uno de los dos gemelos que dio a luz María (el otro,
sigue sobreviviendo). Así, con cierto humor burlón -que parte de la premisa que
Dios no existe, pero es un gran personaje-,
Fresán hilvana historias tan inteligentes como desopilantes.
V.
El estilo tiende a ser algo abstruso y laberíntico –con algún elemento borgeano- que no le quita fluidez pero aletarga el ritmo narrativo. Hacia el final, el propio autor expone las fuentes que le sirvieron de inspiración –los guiños a otros autores- y da a entender que todos esos narradores componen voces diversas de un único narrador. En suma, un libro experimental que vale la pena visitar en breve, pues Fresán cada vez que van a reeditar esta obra, no deja de añadir texto –como me consta al comparar esta antigua versión con la que circula digitalmente-. Tiempo bien invertido.
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