I.
El título -que remite a un documento de G. Washington para el comportamiento social- venía precedido del éxito
alcanzado por el autor con una novela anterior. Como no había visitado sus
letras -pero amigos lectores ponderaron aquélla-, me pareció oportuno
encararlo; máxime cuando, con la sola mención de incorporarlo en mi lista, concitó la adhesión de varios miembros del grupo al que pertenezco y
nos propusimos compartir apreciaciones mediante una lectura conjunta.
II.
Esta novela comienza con un elemento asaz
fortuito, aunque probable: en octubre de 1966 la narradora y protagonista Katey
Konstant, ya en la cincuentena, asiste a una exhibición fotográfica en el MoMA
de Nueva York, cuyas placas fueron tomadas hacia fines de los años ’30 con una
cámara oculta en el subterráneo. En medio de ellas, reconoce a Tinker Gray, un
joven guapo que salvó la Nochevieja de 1937 a ella y a su amiga Eve, y quien
durante 1938 fuera miembro de su estrecho círculo de amigos –y luego, algo más que eso-.
III.
Estructurado en cuatro partes que
abren con el nombre de las estaciones climáticas, y configurado en una veintena
de capítulos más un epílogo, el texto recoge el acontecer del triángulo
conformado por Tinker, Eve y Katey a lo largo de tres años, tras los cuales la
vida juvenil y despreocupada dio paso a una madurez de cierto pragmatismo,
basado en el desencanto y la desilusión. Con un puñado de personajes
secundarios que aportan fuerza narrativa y coadyuvan a la solvencia de la
historia, Towles nos entrega un friso de época.
La versión digital, gentileza de EpubLibre
IV.
Existen puntos altos a destacar en este
trabajo. Primero, está la composición psicológica de los personajes, capaz de nutrir
toda la historia con sus actitudes y conductas entre ellos. Luego, la
descripción minuciosa del entorno social de un período donde la Gran Depresión
ha quedado atrás y Manhattan empieza a erigirse como EL lugar al que llegar
para encumbrarse. Finalmente, Towles no elude el tema de la guerra y los costos
–en vidas de seres queridos- que arrojó como saldo.
V.
Con una prosa fluida, sin golpes de efecto y directa, esta suerte de lembranza de esos ecos que nos deja el tiempo, al que muchas veces a lo largo de nuestras vidas volvemos –por más que los elementos disparadores sean diversos-, interpela acerca de quiénes somos y quiénes hemos sido en ese período –despreocupado y con los sentires a flor de piel- que hoy reconocemos como nuestra juventud. En suma, un libro de narración exquisita, más que recomendable.
Su caballero en Moscu me encantó. Sí quiero leer este. Igual para después del verano le hago un sitio. Por cierto, soy Esther que hoy blogspot no me quiere reconocer. Un abrazo
ResponderEliminarMe han hablado muy bien de ese título, que aún espera su momento. Intercambiaremos opiniones, entonces.
EliminarUn abrazo para ti, Esther.
Querido Marcelo.
ResponderEliminarEste también está en mi lista y será el siguiente que lea del autor. Me encanta la época y su forma de narrar aunque esa falta de golpes de efecto el resta dinamismo y a veces se pone un poco pesado. Seguro que irá mejorando.
Besitos contentos
Es tal cual como lo dices, Maja. Una de las conclusiones a las que arribó el grupo lector con quienes compartimos lectura, fue que se ponía denso; sobre todo con las descripciones. Y la mayoría no empatizó nada con la protagonista -la tildaron de snob y arribista, para más inri-.
EliminarEsperaré ansioso tu opinión.
Besitos anhelantes.