I.
Lo apunté –y adquirí- apenas leí
una recomendación, hace casi una década. Entre un puñado de títulos lo propuse
a mi núcleo lector, que optó por él sin dudarlo. Es que son pocas las ocasiones
en que un grupo puede hallar una alternativa a la clásica novela o una
colección de relatos, y el de Morábito ofrecía al menos algo distinto, sin caer
en el ensayo –aunque guarda elementos de él-; por ello, nos inclinamos por algo
breve, pero nada superficial.
II.
El libro está constituido por más de ochenta ¿capítulos?
cuya extensión nunca alcanza más de página y media –como si el autor se hubiera
propuesto no superar un cierto límite de caracteres-. En ellos se despliega una
serie de reflexiones construidas en base a una meditación personal que tiene
como eje unitivo la lengua, el idioma y la palabra, aunque no solo se
circunscribe a eso.
III.
Morábito explica en alguno de estos
artículos que todos los seres humanos nacemos con la posibilidad de aprender
cualquier idioma, sea el que fuese pero, con la intención de pertenecer al mundo
que nos rodea –y la familia juega en ello su rol decisivo-, terminamos
adoptando el idioma local y perdemos esa capacidad primitiva, ese idioma materno al que alude en su
título. Lo llamativo es que quien formula esa explicación es alguien nacido en
Alejandría, de ascendencia italiana y que escribe en español.
IV.
En su interior, podemos hallar microficciones,
comentarios sobre otros autores -como Vallejo, Kafka o Dostoievski-, la
importancia del lenguaje y la comunicación, el arte –y la responsabilidad- de la
traducción y la producción literaria, junto a elementos de su biografía
personal, su familia y su trabajo, que en muchos casos interpelan al lector y
disparan sendos temas de debate.
V.
Con una prosa rayana en el lirismo y precisión relojera en sus vocablos –algo que indudablemente proviene de su extenso ejercicio como poeta-, Morábito entrega un cúmulo de pequeñas meditaciones en las que nos comunica sus pensamientos sobre la lengua, a través de su vasta interioridad nacida del ejercicio de su oficio de escribir… y de vivir. Es un libro para dejar en la mesa de luz y cerrar el día con una lectura que llama a la intimidad, a la conexión con uno mismo. Una pequeña maravilla, para no dejar pasar.
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