El cuenco de plata, 2017
I.
Antes de encarar este quinto volumen de la
colección, debo hacer una aclaración respecto del título. En él se alude al grado
superlativo de lo que resulta sórdido;
sin connotación alguna hacia la carencia auditiva. Quignard procurará a lo
largo de la obra señalar que muchas de las cosas que apartamos por ordinarias,
feas o bajas, mantienen cierto atractivo.
II.
Sordes
designaba entre los romanos las ropas de duelo. Quienes se hallaban en ello no
se lavaban ni cambiaban de vestido; es decir, eran repugnantes. La pintura se consideraba
un ars sordidae. Fue Séneca hijo
quien impuso apartarnos de lo sórdido, para elevarnos hacia lo universal con el
pensar, la filosofía. Así, esa elección responde a un mandato social y cultural
que implica negar el linaje animal del hombre y su vínculo con la comunidad
natural.
III.
La vergüenza que sentimos ante la
desnudez, el ejercicio del sexo –v.g., la imposibilidad de controlar una erección-,
o la deposición de excrementos, entre otros, obedecen a una decisión reglada
por normas de convivencia impuestas por las sociedades humanas, con las que se intenta
dejar atrás nuestra naturaleza animal; la misma que nos une al resto de los
seres vivos y el entorno donde nos movemos. En ese sentido, optamos por un extrañamiento, según Quignard.
IV.
Con
profusión de fábulas, leyendas orientales, menciones a Madame Pompadour, Emily
Brönte y Juan de la Cruz, pasando por el origen de los relicarios y múltiples
alusiones a cuestiones de filología, Quignard brinda una ocasión para meditar.
Siempre, con ese estilo intimista, poético que le es característico. Un buen
texto, del que dejo un regalo,
- Erigí numerosos templos; reuní a miles de monjes; hice copiar todos los libros; ordené volver a colorear todas las pinturas; hice esculpir gigantescos colosos; creo que tengo muchos méritos.
- Ninguno.
- ¿Cuál es la esencia del budismo?
- Nada.
- ¿Qué es sagrado?
- No hay nada sagrado.
- ¿Pero a quién tengo frente a mi?
- No sé.
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