miércoles, 19 de junio de 2024

Colección Último Reino. 5. Sordidísimos, Pascal Quignard

El cuenco de plata, 2017

I.

                Antes de encarar este quinto volumen de la colección, debo hacer una aclaración respecto del título. En él se alude al grado superlativo de lo que resulta sórdido; sin connotación alguna hacia la carencia auditiva. Quignard procurará a lo largo de la obra señalar que muchas de las cosas que apartamos por ordinarias, feas o bajas, mantienen cierto atractivo.

II.

                Sordes designaba entre los romanos las ropas de duelo. Quienes se hallaban en ello no se lavaban ni cambiaban de vestido; es decir, eran repugnantes. La pintura se consideraba un ars sordidae. Fue Séneca hijo quien impuso apartarnos de lo sórdido, para elevarnos hacia lo universal con el pensar, la filosofía. Así, esa elección responde a un mandato social y cultural que implica negar el linaje animal del hombre y su vínculo con la comunidad natural.

III.

               La vergüenza que sentimos ante la desnudez, el ejercicio del sexo –v.g., la imposibilidad de controlar una erección-, o la deposición de excrementos, entre otros, obedecen a una decisión reglada por normas de convivencia impuestas por las sociedades humanas, con las que se intenta dejar atrás nuestra naturaleza animal; la misma que nos une al resto de los seres vivos y el entorno donde nos movemos. En ese sentido, optamos por un extrañamiento, según Quignard.

IV.

               Con profusión de fábulas, leyendas orientales, menciones a Madame Pompadour, Emily Brönte y Juan de la Cruz, pasando por el origen de los relicarios y múltiples alusiones a cuestiones de filología, Quignard brinda una ocasión para meditar. Siempre, con ese estilo intimista, poético que le es característico. Un buen texto, del que dejo un regalo,


Cuando llegó a China el Budi Darma se encontró con el emperador, quien le dijo:
-     Erigí numerosos templos; reuní a miles de monjes; hice copiar todos los libros; ordené volver a colorear todas las pinturas; hice esculpir gigantescos colosos; creo que tengo muchos méritos.
Budi Darma respondió:
-        Ninguno.
El emperador preguntó:
-        ¿Cuál es la esencia del budismo?
Budi Darma respondió:
-        Nada.
El emperador insistió:
-        ¿Qué es sagrado?
Budi Darma respondió:
-        No hay nada sagrado.
En ese momento el emperador de la China se sintió irritado y exclamó:
-        ¿Pero a quién tengo frente a mi?
Budi Darma respondió:
-       
No sé.
 

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