I.
Fue un comentario –tan rico como sucinto- el
que despertó mi interés hacia fines de 2019. Sin embargo, una vez en mi haber, su
aspecto voluminoso y de denso contenido lo destinaron al tótem de pendientes.
Lo incluí entre mis títulos del año porque no creía haber leído nada –hasta hoy-
de origen neozelandés y, de paso, encaraba el Man Booker Prize de 1985. Curiosa
también es la traducción de su título original: The Bone People. ¿Cómo llegó al de marras?
II.
Ambientada en la costa de la isla sur de Nueva
Zelanda, la novela entreteje las historias de Kerewin Holmes -¿alter ego de la autora?-, una pintora
que ha perdido la inspiración y ha cortado lazos con su numerosa familia;
Simon, un niño de seis años de edad, mudo –pero no sordo-, quien fuera
rescatado pocos años antes, víctima de un naufragio, y Joe Gillayley, un
operario de ascendencia maorí -que ha perdido a su esposa e hijo-, quien
encontró y adoptó a Simon como hijo propio. Entre ellos constituirán un vínculo
que los tendrá como protagonistas, intentando sobrellevar sus pasados a cuestas
y conformar una suerte de familia sin serlo.
III.
Existen varios tópicos a tener en
cuenta. Primero, está la frialdad asexuada de Kerewin, que vive en una torre
anexa al mar, prácticamente aislada, sin mayores vicisitudes merced a haber
ganado la Lotería. Para mayores señas, solo lleva una guitarra a cuestas. Luego
está el abuso y la violencia física que Joe ejerce sobre el díscolo Simon,
sobre todo cuando se da al alcohol. Y finalmente, la irascible conducta del
niño, incapaz de integrarse a la sociedad (escuela, familia, etc.).
IV.
Yendo a su estructura y estilo,
el texto se divide en cuatro partes, un Prólogo y un Epílogo. Toda la narración
se acompaña de un flujo de conciencia, por el cual el lector accede a lo que
cada personaje piensa en off. Además,
el texto es rico en expresiones maorís –cuyo glosario figura al fin del libro-,
e incorpora descripciones de los sueños de sus protagonistas, junto a antiguas
leyendas del pasado local. Lo destacable es que esta novela habla de paternidad
sin familia, sexualidad sin unión carnal y amor filial donde no hay padres
biológicos. De por sí, ¿no es esto una maravilla?
V.
Con una prosa fluida y coloquial, poemas que alcanzan el lirismo, inclusión de símbolos de la cultura maorí –como la espiral, presente en la escalera de la torre, en el caparazón del caracol o el koru, que refieren a la integración y evolución, social y humana-, el libro cierra con tonos sobrenaturales y místicos que conducen hacia un desenlace epifánico y esperanzador. Una extensa joya narrativa, que requiere algo de concentración, pero que mantiene la tensión hasta el final. Una obra indispensable para todo buen lector.
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