I.
En esta octava presentación,
Quignard se vuelve más introspectivo –si pudiera ser posible- y destina gran
parte del texto a discernir entre la fascinación y el deseo, y profundizar
sobre el amor, entendido como una unión de almas más abarcadora. Además,
argumenta en favor de las artes en general –y la lectura, en particular- como
vehículo para alcanzar una vida más plena. También, se expide sobre la
sexualidad y su indagación heurística.
‘Solo se ama una vez. Y no
sabemos que es la única vez porque recién la descubrimos. […] Pasar de la
pasión al amor es una ordalía.’
II.
En un largo inicio, rescata de sus propios
recuerdos la figura de Némie Satler, nombre falso de una de sus maestras de
música quien, junto a él, solía interpretar dúos, no sólo enseñarle a ejecutar
su instrumento. Algunos años mayor que el autor, esposa y madre, durante un
período fueron también amantes. Es ése amor tan idílico como apasionado, donde
se funden las identidades, del que da testimonio. Una huella viva que se domicilió en su cuerpo (sic).
III.
Todo el texto está atravesado por
el uso filológico de los términos. Así, deja en claro que la fascinación –el fascinus que paraliza- se opone al desiderium, que encarna el deseo. Pero
no se limita a estos temas; por sus páginas desfilan conceptos como conivencia, su mirada acerca de la
languidez, el rol trascendente del coito entre amantes, entre otros. Destaco su
mirada acerca del amor entre dos personas que, una vez descubierto, tiende a la
experiencia íntima y, como tal, resulta una asocialización
–porque los amantes no necesitan ya nada del mundo que los rodea-.
IV.
En el estilo poético de siempre, con
grandes párrafos que bien pueden destinarse a la meditación profunda, esta obra
tan ecléctica como fragmentaria guarda muchos aspectos de una retórica
especulativa –otro de sus títulos- con la que Quignard ahonda en la búsqueda
ontológica del ser humano.
V.
Para concluir, un regalo para
todo amante de los libros,
‘Quienes aman con fervor los libros constituyen sin saberlo la única sociedad secreta excepcionalmente individualizada. La curiosidad permanente y una disociación sin edad los unen sin que se junten jamás. Sus elecciones no coinciden con las de los editores, es decir las del mercado. Ni con las de los profesores, es decir las del canon. Ni con las de los historiadores, es decir las del poder. No respetan el gusto de los otros. Prefieren alojarse en los intersticios y en los pliegues, la soledad, los olvidos, los confines del tiempo, las costumbres apasionadas, las zonas de sombra, las cornamentas de los ciervos, los cortapapeles de marfil. Componen por sí mismos una biblioteca de vidas breves pero numerosas. Se leen entre sí en el silencio, a la lumbre de las velas, en el rincón de su biblioteca...’
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