I.
En este décimo volumen, Quignard
focaliza sobre aquello que es verdadero y su opuesto, lo falso, y cómo todo
ello entronca con lo real y lo irreal. Por eso, expresa que el tema central del
texto es lo falso, que es lo que constituye el fondo del alma. Un fondo del
alma que alucina y que, gracias al lenguaje, desdobla sus fantasmas. Así, todas
las artes –por lo que tienen de ficción, de creación figurativa- elevan mundos
falsos.
II.
El título del libro proviene de un relato de
los hermanos Grimm, publicado en 1819: El
niño testarudo –que abreva en una balada de Hans Sachs de 1522, El chico muerto de Ingolstadt-. Allí se
cuenta que un niño nunca hacía lo que su madre quería. Dios le envía una
enfermedad y muere. Una vez inhumado y apisonada la tierra, su bracito emerge bruscamente,
tendiendo al cielo. Lo vuelven a acomodar en el túmulo, pero vuelve a emerger.
Le colocan piedras, sin lograr retenerlo. Al final, llamaron a su madre, quien
verificó el hecho, tomó una varilla de junco y golpeó con todas sus fuerzas el
brazo. Entonces el brazo se retiró y descansó bajo la tierra. Dice Quignard que
nada obstina más que la diferencia sexual.
III.
El contenido se reparte entre la
ficción del lenguaje que, como elemento simbólico, nunca puede dar cuenta
exacta de hechos y sentires; el rol del arte, como testigo activo del pasado que,
a través del sueño, remodela el presente; la fragmentación de la lengua escrita
que, al desordenar sus formas verbales regresa hacia sus textos que le sirven
de fuentes y un sinnúmero de aportes acerca del sexo como perpetuación de la
especie y la repetición, y la necesidad de devorar –que auna a predador y
víctima-.
IV.
Para ello, el autor galo utiliza
profusa cantidad de escenas, con incidentes anecdóticos que han tenido lugar –o
son ficticios- en personajes como Petrarca, Odiseo, Santa Lucía y otros.
Además, vuelve sobre la etimología de las palabras y sus orígenes latino,
griego, árabe para darle resignificación. V.g., las palabras mente y mentira provienen de un mismo origen: mens.
V.
Haciendo nuevamente gala de una
prosa poética muy personal, colmando al lector de especulaciones que, cuando no
sorprenden, dejan material para la reflexión, Quignard ofrece una mirada única
sobre los sueños, el arte y el lenguaje. Respecto de la necesidad de la confesión dice:
‘Es la presión de la lengua
humana lo que impulsa y produce la confesión. La lengua natal no es natal; es
un cuerpo extraño para el cuerpo al que devastó y que en adelante se pierde en
ella. La confesión vomita ese cuerpo
antiguo, cadena de palabras para unirse al grupo y padecer sus coacciones.’
Otra obra tan trascendente como polémica.
Colección trascendental, por lo que veo, que no busca momentos de evasión sino todo lo contrario, mover al lector a plantear claves en su existencia. Gracias, Marcelo.
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