I.
Iba a ser el broche final de la
Colección, si el autor galo no hubiera continuado la misma y la casa editora no
hubiese arrojado a las librerías un nuevo volumen –con el que espero poder
cerrar el ciclo el próximo mes-. En esta undécima entrega, Quignard nos regala
sus especulaciones acerca del hecho de leer y sobre la pasión por las letras y
los libros.
II.
La apertura del libro es magistral. ¿Qué
lector no se siente identificado con esto?,
‘Amo los libros. Amo su
mundo. Amo estar en la nube que forma cada uno de ellos, que se eleva, que se
expande. Amo proseguir su lectura. Siento excitación al recobrar su peso leve y
su volumen dentro de mi palma. Me gusta envejecer en su silencio, en la larga
frase que pasa ante los ojos. Es una orilla emocionante, apartada del mundo,
que se abre al mundo, pero que no interviene en él de ninguna manera. Es un
canto solitario que solo escucha el que lee. La ausencia de su exterior, la
ausencia total de escándalo, de queja, de abucheo, el alejamiento máximo de la vocalización
y de la multitud de los humanos que los libros permiten, vuelven a traer una
música muy profunda que comenzó antes de que el mundo apareciera. La verdadera música
quizá también la transmita desde el momento en que es escrita. Amo litteras. Amo las letras. Música
silenciosa de los estilos de los escritores que preferimos: son como otras
tantas desnudeces, perturbadoras, particulares, íntimas, conmovedoras,
incomparables.’
III.
El título del libro remite a la
palabra Fur, que en latín designaba
al ladrón. Pero no se refería a un
vulgar ladrón (ladro) sino a aquello que
nos acecha como un ladrón en la noche:
el pensamiento, la felicidad, el amor, el deseo, el sueño, el éxtasis y,
particularmente, la muerte. Los romanos, supersticiosos hasta el tuétano,
preferían denominar a esta última como el
hombre de las tres letras, a cambio de su vocalización plena, no fuese cosa
que se hiciera presente.
IV.
Por sus páginas, desfilan la
importancia de la invención de la escritura tanto como de la imprenta y los
caracteres tipográficos; la figura de Luis XI, el primer rey lector; el fondo
mágico del amor y los encantamientos y el robo de tiempo que implica la
lectura, entre otros,
‘El lector no tiene época, ni
edad, ni tiempo. Leer no es soñar pero leer es como soñar en tanto que pierde el tiempo. Toda verdadera obra
ignora el tiempo en el tiempo. Como el sueño, ignora la disidencia de la
temporalidad: no tiene pasado ni tiene porvenir. Todo lo que es apasionante se
caracteriza por la ausencia de futuro, por la distracción completa con respecto
al tiempo.’
V.
Con su estilo poético habitual,
ecléctico y polémico, realizando interpretaciones audaces, Quignard nos lega una
breve obra que habla de letras, lectores y literatura. Para no dejar pasar.
‘Una vida totalmente dedicada a la lectura de libros trae consecuencias temibles. Exilios. Silencios. Retiros. Dimisiones. Divorcios. Suicidios.’
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