I.
Cuando nada hacía presagiar la
aparición de otro volumen de la colección, el autor nos vuelve a sorprender
hacia fines de año pasado con una nueva entrega –que sospecho que será la
última, aunque no lo deseo-, donde el tema central son las horas. Según
Quignard, las Horas son las herederas del tiempo; son las que cobran
importancia, volviendo significativas tanto nuestra vida como nuestra muerte –por
aquello de morir en su hora-.
II.
En esta ocasión, en su ecléctico derrotero de
asociaciones y especulaciones, Quignard nos habla de la necesidad de registrar –para
mantener en la memoria, siempre en vigencia- todos aquellos momentos en que nos
sentimos felices. Por eso comienza su deambular con los libros de horas, como el de Juan de Francia, duque de Berry, cuyo
contenido reflejaba paisajes, sainetes y otras anotaciones que resumían
circunstancias felices.
III.
Además, hay una recurrencia que atraviesa toda
la obra –no solo este volumen- del escritor galo: la omnipresencia del agua. El
agua está presente en sus anécdotas personales y familiares; en sus reflexiones
sobre distintos personajes de la Historia; en la descripción de cuadros con
motivos marinos. Es la imagen del oleaje,
de las ideas y escenas que vuelven a la mente del escritor con cierta frecuencia la que
logra el vínculo entre evocación y literatura,
‘… el pasado vuelve una y otra
vez en forma de extrañas olas nunca iguales…’
IV.
Hacia el final, reúne una serie
de misceláneas que tienen como protagonistas a Madame de Sablé, La
Rochefoucault, Jacques Esprit, Madame de La Fayette, entre otros, y los retrata
como rebeldes; aquellos que van en contra de las normas sociales, capaces de
vivir a su aire, sin respetar convencionalismos. Por algo Quignard confiesa su
pasión sobre las cercanías del año 1640 y sus alrededores que, a la vez de
comenzar a acuñarse los luises de oro, aparece la obra de Cornelius Jansen y,
con él, el jansenismo, lo que le sirve como elemento disparador para explicar
el porqué de sus obras –las de Quignard-, cuyos títulos repasa.
V.
En su estilo poético, por momentos rayano en lo lírico, en una atmósfera intimista que convoca a la introspección; con interpretaciones y propuestas de análisis con las que el lector no siempre estará de acuerdo, pero que obligan a tomarse el tiempo de meditarlas, Quignard mantiene esa retórica especulativa que ya es un sello personal y nos deja una obra mayúscula, con final abierto. Después de seguirlo a lo largo de todo un año calendario, no puedo dejar de recomendar su lectura, a sabiendas que se requiere de un tiempo con el que la mayoría de lectores en vida aun activa, no cuenta en el presente. Valga entonces, como sugerencia.
Testimonio de la obra al completo.
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