Anagrama, 2024
I.
Apenas aparecido, fue incorporado
como novedad a múltiples talleres de lectura para su puesta en común colectiva.
Es que tan grande había sido el éxito editorial de su primer trabajo, que
parecía renovar y profundizar el estilo de aquél, ahora con una nueva mirada
sobre las expresiones artísticas, ya no circunscriptas al campo de la pintura.
La reacción lectora tuvo dispar repercusión, aunque siempre se ha rescatado la
simpleza de sus letras y la claridad de exposición.
II.
Este trabajo reúne una serie de capítulos que
pueden leerse de manera independiente; no conforman una novela en el sentido
estricto, sino más bien una compilación de materiales de diverso origen, todos
relacionados con la actividad artística y muchos de ellos con cierto sesgo
autobiográfico. El título surgió de una apreciación de Francis Ford Coppola:
cada artista lleva un número determinado de flechas en el carcaj –aludiendo a
la cantidad de obras- por las cuales será reconocido.
III.
A lo largo de quince capítulos y
un epílogo, Gainza repasa temas relacionados con el quehacer artístico -el bloqueo
del artista, el eterno debate de qué se considera arte, cómo se despierta el coleccionismo,
cómo se genera una interpretación, el robo de obras y su tráfico, etc.-, junto
a otras de índole personal, como el tema del aura y las migrañas. Los elementos disparadores de los mismos
pueden ser una acuarela de Cézanne; la carencia de cuadros en una pared; una
visita a una exposición de bloques de cemento y cosas del género cotidiano.
La versión digital, gentileza de una amiga lectora
IV.
La mitad final del volumen reúne anécdotas
personales –un texto sobre las disputas entre Tiziano y Giorgione; la
experiencia de ser jurado para una beca-, y una serie de entrevistas o
presentaciones que rescatan y condensan las figuras de otros artistas locales en
sendas disciplinas. Allí están el fotógrafo Alberto Goldenstein, la artista
plástica María Simón, los pintores Guillermo Kuitca y Nicolás Rubió, y Bodhi
Wind junto a una experiencia extrasensorial.
V.
Con estilo sucinto, de frases
cortas bien hilvanadas y descripciones precisas, Gainza nos ofrece un cúmulo de
reflexiones acerca del arte y los artistas, exhibiendo acaso la trastienda del
mundillo que tan bien conoce. El conjunto resulta ágil, llevadero y fluido. Cierra
con un emotivo epílogo en que medita acerca de cómo las madres intentan influir
en sus hijos a través de las canciones infantiles y hace de su confesión un credo: prefiere seguir asombrándose con
lo que la vida le depara antes que creer que ya ha logrado algo. En suma, un
libro entretenido y ameno para quienes aman las artes.
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