Anagrama, 2008
¿Qué
ocurre con nuestra perspectiva de la vida futura, a medida que nos vamos poniendo grandes? La pérdida de seres
queridos, con quienes hemos transitado parte significativa de la vida, siempre
entraña el desafío de proseguir sin ellos, por más que el dolor nos agobie en
lo inmediato. La literatura ha encarado de diversas formas ese momento, o su
paso previo: el (notorio) deterioro de aquellos que se acercan a abandonar este
mundo. Sin ir muy lejos, encontramos un texto clásico sobre el dolor: Una pena en observación, de C. S. Lewis.
También J. Banville algo nos ha expresado en El mar y, como si fuera poco, J. Barnes se sincera ante la muerte
de Pam, su esposa, en Niveles de vida.
Sin embargo, pocos autores echan una mirada ácida de la realidad -propia y
ajena- que conlleva el envejecimiento humano. Éste es el caso.
Un hijo que visita a su padre en un
geriátrico, mientras lo ayuda a travestirse; un hombre que acepta el matrimonio
con una mujer a la que no ama porque le anuncian que se va a morir en breve;
una mujer madura que se deshace de todo lo que es de su marido porque descubre
un engaño y sendas situaciones complicadas de aquellos hijos que tienen que
hacer frente a uno o ambos padres en institutos para mayores, ocupan la primer
parte del texto. La segunda la componen relatos cortos que abrevan en
circunstancias extremas: la Virgen María negándose a engendrar a Jesús; un maestro que le pide compostura y modales a
un alumno que se desangra, una mujer que regala a su marido cosas que son de su
gusto y no el de él y otras tantas historias semejantes.
En esta colección de cuentos hay una
burla cáustica, hiriente, que sobrevuela por encima de la realidad de los
personajes, que se debaten entre obrar como la moral indica y la sociedad
postula y el sentir verdadero de quien, expuesto a tener que tomar decisiones
angustiosas, debe reprimir cualquier atisbo de renuncia y desconsideración.
En un estilo directo y parco, Monzó despliega
escenas donde aparecen con frecuencia la vejez, la muerte, el miedo, el
desamor, la soledad, todos tomados con ironía y cierta dosis de sarcasmo, como
si las heridas que provoca el dolor, cualquiera sea su naturaleza, pudieran ser
soslayadas o conjuradas con una burla cruel e irreverente. Una mirada
descarnada e irrespetuosa con temas con los que no se suelen hacer bromas.
Tú mismo lo has dicho, con ciertos temas no se juega ni mucho menosnse bromea de forma cruel. Que el humor negro es demasiado complicado aunque efectivo pero bien llevado, sin crueldad ni irreverencia.
ResponderEliminarAdmito que lo de María diciendo, pero ¿por qué yo? Yo paso, me ha hecho gracia y alguna vez lo he pensado, que dudas tendría que tener. Solo ese texto me llamaría.
Besitos serios
La sátira de Monzó es por momentos cruel, por momentos chispeante. Sorna, mucho humor negro y mucha observación de la naturaleza humana.
EliminarBesitos divertidos.