Alfaguara, 2014
I.
Son pocas las ocasiones en que me
inclino por autores argentinos. La razón estriba en que resulta difícil abstraerse
lo suficiente como para brindar una opinión lo más objetiva posible sobre su trabajo
y apartar las opiniones del autor en otras áreas que no se relacionan con su obra.
En un país donde todo se cuestiona –con y sin fundamento-, es arduo
concentrarse meramente en las letras sin que resuenen o chirríen cosas ajenas.
Pero Ramos ofrece un texto fresco, emotivo, con el que cualquier lector podría
identificarse y en aras de ello lo encaré. Y por algo más.
II.
Gabriel –o Gavilán, su apodo- es un
niño que ha crecido en los suburbios de la zona sur del Gran Buenos Aires.
Tiene un hermano algo mayor, Alejandro, y una hermana bebé; su padre posee un
taller de fabricación de bobinas de inducción y su madre trabaja en casa. El
nervio central de su vida es el barrio y la barra de amigos, conocidos como Los
Pibes. Del conjunto se desgranan aventuras varias, miedos, ilusiones, aprendizajes
y algún que otro sinsabor.
III.
El libro está estructurado en tres
partes. En la primera, se narra la relación de Gabriel con Rolando, un hombre
de mediana edad que cuida tumbas en el cementerio local, quien lo alecciona en
los trucos para obtener dinero de los clientes y le revela un enigma. En la
segunda, se evocan los días en que el arroyo vecino se incendió –debido al
derrame de inflamables-, mientras el grupo intentaba conseguir su iniciación
sexual con alguna profesional.
Finalmente, la pérdida de un compinche unida a las dificultades crecientes del
negocio familiar y el fin de la educación primaria propician el
desmantelamiento de esa cofradía que supo ser sólida, sin fisuras.
IV.
Ambientada hacia inicios de los años
’80 del siglo pasado, Ramos entreteje historias que construyen un libro de
iniciación, del pasaje de la niñez a la adolescencia, con la frescura propia de
un Tom Sawyer o de un Huckleberry Finn. El descubrimiento del deseo sexual, la
lealtad y solidaridad entre amigos, la fuerza de la vida social y familiar y la
aparición de la muerte, en un período que oscila entre los diez y trece años de
edad, son temas recurrentes de esa tristeza del título, que no es más que el
abandono de la infancia. Algo que al crecer, dejamos atrás.
V.
Con un estilo ameno, coloquial,
narrado en primera persona por el protagonista, Ramos consigue hacernos
recordar ese viejo pasado, donde todo era ideal, magnífico y despreocupado. Un
libro para disfrutar como chicos, cuya elección no ha sido inocente. Yo
transité en mi infancia las mismas cuadras que Gabriel, el mismo cementerio –mis
tíos vivían frente a él- y hallé a mi primer y mejor amigo, a fines de los ‘60.
Y al igual que él, los perdí poco después a todos, lo que decretó el fin de mi infancia. Agradezco al autor,
entonces, por regalarme un recuerdo agridulce.
Maravilloso libro. En realidad, maravillosa trilogía pues los he leído los tres y tengo reseña entusiasta de ellos. "El origen de la tristeza","La ley de la ferocidad", "En cinco minutos levántate María".
ResponderEliminarMe dieron a conocer a un escritor sorprendente y muy bueno. Desde aquí me emocionó. No imagino lo que tiene que suponer haber caminado las mismas cuadras que Gabriel en la infancia.
Un beso.
Sí, he visto que habías leído la trilogía, Rosa, tras elaborar mi reseña. He visto a Ramos por TV un par de veces. Me ha gustado lo que cuenta y la manera hallada.
ResponderEliminarYo conocía el barrio desde pequeño, hace más de medio siglo. Una de mis primas políticas trabajaba en una florería frente al cementerio. He entrado varias veces en él. Rememorar aquellos tiempos ha sido una emoción muy grande.
Un beso para ti.
¡Hola Marcelo! No me suena haber visto este libro por la biblio (y eso que no es novedad) pero lo buscaré y echaré un vistazo. Espero que los recuerdos que te ha traído la lectura hayan sido más dulces que amargos, entiendo que te haya emocionado leer algo ambientado en tu propio barrio.
ResponderEliminarAnoto en mi mente a este autor y sus libros
Un beso
Hola, Marian. Yo no era del barrio, aunque visitaba a mis tíos con cierta frecuencia. Mi tía y mi mejor amigo fallecieron con 4 meses de diferencia -él y yo teníamos 14 años-; es por eso que me resulta agridulce.
EliminarEs un buen libro; escrito con alegría y un tono melancólico hacia el final, como todo fin de una etapa.
Espero que lo encuentres y lo disfrutes.
Un beso para ti.
Ah pues parece que está bueno este libro, viste? La portada ya no me gusta tanto pero en fin, tampoco es que sea ofensiva.
ResponderEliminarMe gusta la idea y que sea otra época que ya va quedando lejana y empieza a ponerse mítica.
A ver si lo encuentro.
Por cierto que me gustan mucho las historias que hay detrás de las lecturas.
Besitos tiernos
Hey, Guapa! La portada es una reproducción de la obra de un artista local muy reconocido, Pablo Suárez. Se llama 'Exclusión' y está muy valorada en su medio.
EliminarTodos tuvimos una infancia, Norah. Cuando nos la recuerdan, el libro se vuelve entrañable, independientemente de su contenido. Creo que lo habré de recordar por eso mismo.
Besitos evocadores.
Conozco el libro por haber leído su correspondiente reseña en el blog de Rosa. Supongo que habrás tenido una conexión especial con él por las coincidencias personales que mencionas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Básicamente, remueve un poco los recuerdos personales, muchos gratos y otros no tanto. La nostalgia te llega cuando apuntas todos los que supieron ser parte de ellos, y ya no están.
EliminarOtro abrazo.
Cuando un libro te traduce es magnífico, tantas coincidencias debe ser extraño pero bonito. No sé si aquí se puede encontrar, miraré a ver.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
Cuando lo encaré, tenía idea del contenido -novela de iniciación, etc.- pero no sabía que habría de encontrarme con parte de mi propia infancia. Fue una experiencia agradable.
EliminarUn abrazo para ti!
Uf, una lectura muy especial. Imagino que a ratos ha sido difícil, entrañable la mayoría, como dices, agridulce. Traer la infancia a la memoria creo que siempre es agradable, aunque puedan doler recuerdos de entonces. La imaginación que se transforma en memoria, esa memoria que ¿es siempre imaginación? Un abrazo, Marcelo.
ResponderEliminarHay cosas que no son imaginación, Ana. Recuerdo haber paseado junto a mi amigo a la hora del crepúsculo, por la vereda del cementerio, en busca de boletos de ómnibus 'capicúas' -cuyos números se leen igual de revés y derecho-. Y afluyen cientos de imágenes más, como ésta.
EliminarSu lectura no fue difícil, pero sí emotiva.
Un fuerte abrazo para ti, Ana.