I.
No deja de sorprenderme la
versatilidad de los autores japoneses, que siempre hallan la manera de
despertar el interés del lector en base a temas que no resultan trillados, aun cuando
nos hablen desde la sencillez de lo cotidiano. Prosiguiendo con las lecturas
que tienen al río como protagonista, me incliné por él debido a que
venía precedido de buenos comentarios de lectores amigos y era el único en mi
haber que pertenecía a las letras de ese origen.
II.
Este libro está constituido por dos nouvelles que abarcan una centena de
páginas cada una. En Río de lodo, Nobuo
Itakura, un niño de ocho años, vive al borde del río Aji, en la costa de la
bahía de Osaka. Sus padres administran una taberna de udón. El accidente de un carretero lo pone en contacto con Kiichi y
su hermana, de edades cercanas, cuya vivienda es una barca estacionada sobre el
río desde hace unos días, donde su madre ejerce la prostitución como medio de
vida. Por ello, las autoridades le impiden detenerse mucho tiempo sobre la
costa. Un pez enorme parece acompañar a la barca en su periplo descendente.
III.
En la segunda, que lleva el
título de marras y se presenta en tres capítulos, el púber Tatsuo es el
protagonista, con una madre mucho menor que su padre, único sostén de familia,
a quien un ictus lo lleva al hospital y amenaza con dejar a la familia sin
sustento. Un viejo, amigo de Tatsuo, le ha contado que, en algunos años tras una
intensa nevada, las luciérnagas se congregan al final del río Itachi, en un
festival de luz. Tatsuo enamorado de Eiko, espera la ocasión para invitarla a
ver el fenómeno, mientras su madre decide la mudanza a casa de su hermano, en
lugar distante.
IV.
Con relatos ambientados en los pasados años ’60,
Miyamoto nos descubre una suerte de iniciación a la amistad, al sexo y a la
vida adulta, junto a la experiencia de la miseria, las dificultades que supone una
vida plena de privaciones, las escasas oportunidades de mejoras, todo sin
golpes bajos; es más, con cierto sesgo esperanzador. En síntesis, refleja
sabiamente la toma de conciencia de la realidad social y familiar, junto al
asombro que implica crecer y alcanzar la adultez. Fantasías, aventuras, sueños son,
además, los compañeros de todos estos chicos.
V.
De estilo coloquial y ameno, con
profusas aclaraciones de vocablos locales –tanto al inicio como a pie de
página, de parte de su traductor- y una prosa que bordea lo lírico tanto en
descripciones de escenas como de sentires, Miyamoto construye un par de
pequeñas joyas. Ambos finales justifican holgadamente su lectura.
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