I.
Corría enero de 2008, en plena
época estival. Con solo una semana de vacaciones y lejos de casa, decidí
encarar aquél libro -que recordar no
quiero-. Una lectora vecina a mi ubicación en derredor a la piscina que nos
congregaba, llevaba un ejemplar de este título en mano. Al preguntarle acerca
de él, no tuvo empacho en recomendármelo. Lo leí poco después, y me gustó. Una
propuesta reciente lo sacó de su sepulcro
y efectué su relectura.
II.
El General espera. Desde hace cuarenta y un
años y cuarenta y tres días espera el regreso de Konrad, su amigo íntimo,
después de abandonar repentinamente su lugar en la ciudad, sin avisar a nadie y
con rumbo hacia el trópico. Corría 1899 y ahora, setentones ambos, habrán de
encontrarse una vez más. Los avatares de las guerras no parecen hacer mella en sus
espíritus. Sin embargo, en el aire flota una suerte de desquite, de venganza.
Henryk –el General- ha esperado parsimoniosamente este momento para agasajar a
su amigo –repitiendo ésa última cena, junto a su esposa y a él- y, tras ella,
formularle aquella vieja pregunta que
lo mantiene vivo; atragantada en su garganta.
III.
A medida que se desarrollan los
diálogos, el lector asiste a un triángulo amoroso que concluyó con una renuncia.
El General tomó nota de la evidente infidelidad de su ya difunta esposa; Konrad –quien tuvo
ocasión de matarlo y no lo hizo- sabe que la puesta en escena es una celada que
su viejo amigo le ofrece, a la que decide no responder, aun a sabiendas que
callar es una forma de respuesta.
IV.
El texto narra la historia de ambos, desde que
se conocieron en la academia militar hasta la evolución de cada uno a lo
largo de su vida. Henryk encarna al hombre marcial, metódico, apegado a las
reglas que imponen la tradición y la hombría de bien que se espera del hijo de
un Guardia Imperial. Konrad, en cambio, es un hombre que ha tenido la ocasión
de alcanzar un estrato alto en la sociedad, merced al esfuerzo de sus padres en
medio de una pobreza notoria. Pero su inclinación natural es hacia el arte; no
comparte el espíritu castrense. Es más sensible y afectuoso con su entorno –incluida
Krisztina, la esposa de su amigo-.
V.
Así planteado el contrapunto, la novela alcanza una tensión importante. No es tan relevante la resolución del conflicto como la composición psicológica a la que obedece cada uno de sus personajes. De estilo fluido y coloquial, sin golpes bajos ni de efecto, Márai nos ofrece una obra que interpela a nuestros sentires: ¿cuán grande –y platónico, sin otras connotaciones- puede ser el amor entre amigos? Una novela brillante, recomendable para todo buen lector.
Otro eterno pendiente, y son unas cuantas las recomendaciones que tengo de este autor que casi siempre incluyen este título. No sé cuánto más tiene que esperar pero también es verdad que no cualquier libro aguanta relectura, así que le pongo un puntito extra.
ResponderEliminarBesitos tardones
Vale la pena, Guapa, que lo encares. Breve y con buen contrapunto. La lectora que me lo recomendó señaló que era lo más importante de las letras del húngaro. No he leído mucho más, por lo que no puedo decir nada a favor o en contra. Sí es una buena obra.
EliminarBesitos auspiciosos.
Hola, Marcelo.
ResponderEliminarMárai es de mis autores preferidos y esta fue la primera obra que leí del húngaro (que por cierto, llegó a mis manos sin tan siquiera conocer su nombre, me atrajo la imagen de cubierta y la sinopsis y fue todo un acierto). Desde entonces he leído otras tantas de sus obras y me han encantado todas, mi preferida hasta el momento Divorcio en Buda. Un autor fantástico a mi modo de ver, me alegra que también este título te haya convencido.
Un abrazo.
Hola, María. Pido disculpas porque recién ahora leo tu comentario.
EliminarEs, hasta hoy, el único título del húngaro que he leído. Tomo buena nota del que citas, como para tener otro a mano cuando desee volver a sus letras.
Un abrazo para ti.