I.
Este libro fue apuntado hace más
de una década atrás y buscado sin afición
algunos años después. Es que debía pagar tributo a mi escasa inclinación hacia
las letras latinoamericanas y alguien, con cierta insistencia, me lo señalaba.
Tras casi nueve años de espera, rindo pleitesía algo tardía a quien esperaba -entre
mis lecturas- más presencia de autores continentales en español.
II.
El ginecólogo Justo Pastor Proceso López es un
hombre tan reconocido entre las mujeres de Pasto, al sur de Colombia, como
supinamente ignorado por sus dos hijas y, en especial, por su esposa, la
voluptuosa y libertina Primavera Pinzón, quien lo desprecia llamándolo doctor Jumento. Corre el fin de 1966 y,
con motivo del desfile de carrozas del 6 de enero próximo –el Carnaval de
Negros y Blancos-, la vida le ofrece la ocasión de llevar a cabo el sueño de exponer
lo que sus investigaciones sobre Bolívar han arrojado: no ha sido ni Libertador
ni patriota; solo un asesino revanchista megalómano.
III.
Así, valiéndose del encarrozado,
López propone exhibir la historia
verdadera poniéndola de manifiesto a través de figuras artesanales que
visten la misma. Pero no las tiene todas consigo. El influjo revolucionario que
se esparce desde Cuba entre las juventudes latinoamericanas se opone a denostar
figura tan egregia. Eso, sumado a la aceptación de una sociedad tradicional que
no duda en que Bolívar ha sido un prócer, le hacen saber no solo la irreverencia en que ha de incurrir, sino
también que su exposición es poco menos que una acción suicida.
IV.
Dividido en tres partes, todo hace presagiar
el funesto desenlace de la mayor parte de sus protagonistas. Particularmente,
la segunda, donde se explica en detalle los argumentos del doctor sobre la
falacia de convertir en Libertador a un criminal –verdadero alegato y quizás leit motiv de la novela- posee una
riqueza histórica, aunque al lector profano le parezca intrascendente –al fin y
al cabo, todos nuestros próceres han sido, antes que nada, hombres; con aciertos y errores-.
V.
De estilo ameno y coloquial, fluido en su mayoría, la novela no está exenta de cierto humor. Con escenas pueriles que tienden a dibujar una sonrisa en el lector, y una descripción minuciosa de la idiosincrasia local –que no conmueve, pero sirve de testimonio- el texto se disfruta en su agilidad, aunque despierta algunas reflexiones: ¿son nuestros próceres lo que quienes han escrito la Historia dicen que fueron?, ¿conviene indagar acerca de los pormenores de sus hechos, o es preferible mantener la hagiografía libertadora? Por esto solo, bien ha valido ser leído.
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