Esta combinación surgió a raíz de una propuesta
auspiciada por un taller de lectura en el que participo. La responsable alentó
a los asistentes a ver el film homónimo. En rigor, en mi caso era una relectura y la copia del film en mi poder
es semejante a la que, en aras de ser agradecido con quien me había sugerido el
libro de Buzzati, obsequiara en su momento con motivo de su cumpleaños.
Alianza, 2006
El teniente Giovanni Drogo es notificado que debe
presentarse en la fortaleza Bastiani, su primer destino de oficial. La misma se
halla en la frontera norte del país, como avanzada de la defensa nacional. A su
alrededor sólo existen montañas y una llanura que el personal estable denomina
‘el desierto de los tártaros’, en virtud de una leyenda que circula. Drogo es
un joven sin mayores aspiraciones, de veintipocos años y deberá habituarse a
los modos de trato entre oficiales, el apego al estricto reglamento y la vida
en soledad que ofrece la institución.
Desencantado
desde el comienzo con la fortaleza, sólo puede pedir el traslado con un parte
de enfermo, pero su superior le aconseja que, para no dañar su carrera a
futuro, se quede cuatro meses. Lo que en principio es una larga espera se
transformará en una rutina que volverá casi imposible que Drogo pueda migrar
hacia otros emplazamientos. Sólo la guerra podrá depararle una destino mejor, a través de alguna acción heroica.
El
personaje principal es un ser incapaz de tomar decisiones que graviten en su
beneficio; además, termina resignándose a una vida anodina aunque conocida y
tolerada, a medida que sus posibilidades de realización se ven menguadas. En
ese aspecto, el lector acompaña la serie de transformaciones que van teniendo
lugar en Drogo y en su entorno: la desolación del lugar, el absurdo del apego a
las normas vacías de contenido, la pérdida de pertenencia a su familia y su
aldea y ese anhelo eterno de que suceda algo que le permita cambiar su vida.
Pero ese cambio nunca viene desde el interior; siempre se espera que llegue
desde afuera.
En
el plano literario, es de destacar la presencia de un narrador omnisciente, que
alterna con la primera persona del protagonista a través del cambio en los
tiempos verbales. Los personajes secundarios están bien construidos desde la
psicología: el sargento mayor que vela por el cumplimiento del reglamento, el
capitán que le advierte que seguirá su camino, el comandante que intenta
contenerlo, etc.
Con
estilo coloquial, ameno y fluido, escenas reveladoras y diálogos jugosos,
Buzzati compone una obra mayúscula sobre la seguridad, las ilusiones, las
frustraciones y el sentido de la existencia. Imposible dejar pasar.
Film
Valerio Zurlini (Cinema Due y otros, 1976)
Al
contrario de toda típica reseña acerca de un film, quisiera comenzar por el
mayor impacto: el de su escenografía. Zurlini decidió filmar su versión
cinematográfica en la Ciudadela de Bam, al sur de Irán –hoy, en reconstrucción
tras el terremoto que sufriera en 2003-. Una belleza absoluta, hecha de adobe y
tapial. Realmente, dan ganas de visitarla. Es decir, el lugar elegido como
epicentro de las escenas transmiten la atmósfera adecuada que tanto el guion
como la novela han intentado plasmar desde el principio: un solar aislado, sin
mayor contacto con el mundo.
Luego vienen las
interpretaciones. El protagonismo lo conduce un joven Jacques Perrin –al que
todos reconocimos a cargo del Totó
adulto, de Cinema Paradiso-, que se
ha apegado a su rol y su historia de manera proverbial. La galería de actores
que lo acompañan, hoy serían propios de un lujo asiático: un maduro Vittorio
Gassman, un joven aún Giuliano Gemma, el siempre severo Max von Sydow, el
afable Philippe Noiret, un Jean-Louis Trintignant adulto y memorable, y los
consagrados Francisco Rabal y Fernando Rey, entre otros.
Demás está decir que el guion
adaptado se apega muy bien al original de Buzzati. Por supuesto que se toma
ciertas licencias, a fin de abreviar los detalles. Pero el conjunto sale más que
airoso y mantiene el espíritu de la novela. Mención especial debe hacerse al
vestuario, que respeta en gran medida la ambientación –con un leve guiño al
espectador, que se trataba del Imperio Austrohúngaro, merced a su bandera-, y
la música más que acertada, aportada por el genial Ennio Morricone.
Si tenéis la posibilidad de verla
en alguna plataforma de streaming, no
la dejéis pasar. Está en sintonía con el texto de Buzzati y se disfruta tanto
como al leerla. Sí, es una joya del cine italiano, como lo adelanta la portada de la película.
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