Sudamericana, 1995
I.
Cuando el título nos fue propuesto en
un club de lectura, se me encogió el corazón. Debía volver a transitar uno de
mis libros más queridos; de esos que marcan hitos. Lo había leído por
recomendación amiga, cuando aún debutaba con las letras y no sabía qué habría de
depararme. Hoy, con media biblioteca a cuestas, he vuelto a disfrutar de este memorable
trabajo de Yourcenar. En mi lista personal, el número dos. No vislumbro nada
que lo vaya a desplazar de allí.
II.
El libro narra la vida del emperador
del siglo II d.C. y lo hace con su propia voz, en forma de epístola destinada a
Marco (Aurelio), adoptado como nieto y finalmente sucesor. En él, realiza un
balance de su vida –en su doble rol, privado y público- a sabiendas que la
enfermedad que le acosa acabará con ella en breve. Estructurado en seis
capítulos, brinda una mirada desprovista de animosidad, explica cada uno de los
actos y decisiones, expone sus flaquezas sin más y nos hace partícipes de sus
reflexiones acerca de los seres humanos así como del gobierno del Imperio.
III.
En el primer capítulo, Adriano informa
el origen de su mal –cardíaco-, dejando en claro su inclinación por los
placeres aunque sin excesos; la necesidad de conocerse a sí mismo y observar a
los hombres; el rol del amor, del deseo carnal y la función del sueño. En el
segundo, habla de su familia y su infancia; el placer por las letras, Grecia y
su lengua; la preparación militar y su participación en la Justicia; su matrimonio
concertado; una mirada crítica sobre la conducción de Trajano, las intrigas
sucesorias a la muerte de éste y su ascenso al poder. En el tercero, detalla cómo
alcanzó la pacificación y la estabilidad del Imperio -en base a políticas
acertadas con el pueblo y la milicia-, su propensión a los placeres mundanos y a
la práctica de ciencias ocultas.
¿Quién dijo que no se puede leer este libro en la playa?
IV.
Su amor por un joven bitinio,
Antínoo, y el malestar y depresión al que lo sumerge su suicidio, es el tema
central del cuarto capítulo. En el quinto, confiesa su equivocado manejo del
problema judío, al intentar imponer la cultura y religión de los griegos en
Palestina, con el consiguiente enfrentamiento. Por último, reconoce su falta de
coraje ante su propio suicidio -debido a la cercanía de su muerte-, asumiendo
que debe desprenderse de aquel cuerpo que tan bien lo ha acompañado, soportando
sus reclamos y dolores.
V.
Sorprende la potencia de la voz que
Yourcenar ha elegido para un emperador, despojado de autoindulgencia y megalomanía.
Pausado en las descripciones de sus emociones más íntimas; siempre sereno en
las reflexiones, equilibrado en la mirada de su gestión política, este Adriano
no solo se vuelve creíble al lector, sino que conmueve con el estilo frontal y
directo de esta suerte de testamento legado a su sucesor. Un libro maravilloso,
pleno de enseñanzas, para leer y releer.